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Inicios. Primera Secuencia; Proemio
Fue para un fin de año cuando todo quedó predispuesto para disfrutar de un año de vacaciones lejos de los entornos citadinos y un tanto más cercano con lo que había visto y filmado desde el aire en compañía de mi amigo propietario de "Saeta; Servicios Aéreos Especiales José Tomás Acevedo".
Mi oficina estaba justo a un lado, sea, contigua a la oficina de mi otro amigo José Marenco Santisteban propietario de la firma Grafistas Asociados quien me ayudaría con el recibo de mi correspondencia. Eran entonces aquellos tiempos en que, personas conocidas como carteros, recorrían a pie las comunidades llevando cartas y paquetes a las casas de habitación u oficinas como parte del servicio de correo. Mi oficina y la de Marenco estaban justo en esquina de la calle que conduce a la entrada del Museo del Niño en la ciudad de Sanjosé, Costa Rica.
Ese día 31 de Diciembre pasadas las ocho de la noche encontré en la puerta de mi oficina un papel con un mensaje que decía: Eric Roger Saeta. Eso significaba que mi amigo el piloto aéreo había llegado con anterioridad y, al encontrar mi oficina cerrada, el mensaje debía interpretarlo como "Eric: Recibido por Tomás" lo que me indicaba que había recibido un pequeño escritorio que le había enviado en calidad de obsequio tal como había quedado con él días atrás. Y es que en la jerga de los aviadores suelen decir "Roger" en señal que han recibido algún mensaje por radio.
Así también esa noche le dejé un mensaje a José (Marenco Santisteban) confirmándole que en mi oficina quedaban algunos muebles los cuales, próximamente, serían entregados según lo convenido entre nosotros por lo que el alquiler de la oficina estaba pago por cuatro meses por adelantado. También mis clientes ya estaban enterados de que Grafistas Asociados estaban a cargo de los trabajos que estaban en curso. Como cierre de mi nota, le enteré que le había dejado una "caja" con algunos Estados de Cuenta bancarios con ánimo de que me guardara en esa "caja" alguna carta o mensaje, no obstante según mi parecer, ya no habría ninguna posible carta pues todo lo relacionado con mi oficina estaba totalmente finiquitado.
Ambos José (Marenco y Acevedo) nunca compartieron amistad entre ellos, tampoco estuvieron juntos en alguna de mis reuniones, ya de trabajo o de fiesta, aunque sí conocían cada quien de la existencia del otro. Y es que Marenco era amigo de la cannabis pero no de los whiskys y Acevedo era amigo de los whiskys pero no de la cannabis. De mi parte siempre he preferido estar sobrio aunque algunas veces compartí con ellos, por separado, algún porro o algún trago.
Así entonces, como a las 10 de la noche de ese último dia del año, dejé atrás un gran cúmulo de vivencias en pos de un nuevo horizonte que había vislumbrado hacía algún tiempo, luego de ahorrar dinero y alquilar, por un año, una casita en media montaña, resguardado por los propietarios, mis vecinos, a poco más o menos un kilómetro de radio dentro de un terreno de bosque tropical seco de su finca.
En esa tarde de ese día, había caminado junto a Norma en un andar entre risas y proyecciones futuras de ambos, pero que no llevaríamos a feliz término juntos, dadas sendas espectativas e índoles propias. Desde un año atrás, ambos siempre supimos que nuestra relación estaba supeditada en un emprendedurismo de corto plazo. Aunadas a esta situación, nuestras metas a corto y mediano plazo no estarían siquiera paralelas.
Ella, recién se había graduado en la carrera de derecho, sin intención de ejercer la abogacía y había logrado una beca para estudiar y vivir en Alemania. Mi idea era disfrutar y gozar de la vivencia en una montaña de Costa Rica, como logro de descanso después de una década de arduo trabajo. Además, mi mente vislumbraba atesorar mis conocimientos para asistir a una nueva vida de trabajo intelectual pleno de satisfacciones y, ella, se alejaba del país, de nuestro país, y yo no estaba para compartir ningún goce en Europa. Nuestras vidas paralelas estaban ya en curvas separadas y, desde el principio cuando nos conocimos, supimos y vislumbramos que, el final de nuestra relación sería justamente de esta manera; un adiós consensuado.
Al final de esa tarde llegamos a la zona de seguridad llamada paso cebra en donde nuestro adiós ya fue inminente... fue un beso largo, fuerte y poco a poco se volvió suave, como una leve caricia entre nuestros labios y, luego, un besito chico de un adiós sin más razones. Entonces la vi caminar sobre el paso cebra y, cuando cruzó la calle, el semáforo peatonal en verde se tornó rojo y una estampida de autobuses, autos, motos y carros grandes de contenedores nos borró en ambos toda visión; así fue nuestro "nunca más".
Seis meses después llamé por teléfono a mis amigos los José. Marenco me dijo que todo estaba tal y como habíamos dicho que pasaría y que había unas cartas
que me había guardado en la "cajita". Estoy pensando, agregó, en pasar la oficina de Grafistas Asociados al segundo piso de mi casa en Goicoechea; ya Guadalupe es como una barrio más de la Ciudad Sanjosé y los clientes, por razones del estacionamiento de sus vehículos, prefieren venir a mi casa donde hay esparcimiento y zonas verdes. Además, me ahorro el pago de alquiler. Tus antiguos clientes están felices conmigo, ya ni preguntan por vos, terminó diciendo.
José Tomás estaba como de fiesta y me aseguró que tendría que dejar los whiskys a un lado porque el turismo acaparaba los vuelos y nuevos campos de aterizaje abrían senderos aéreos por lo que se aprestaba para comprar dos avionetas más, con apoyo de los bancos; con lo que ya su empresa tendría cuatro avionetas y le daría trabajo a dos nuevos aviadores.
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De regreso durante el viaje a mi montaña recordé los tiempos idos sin nostalgia alguna, pero con sonrisa de quien augura bonanza en el horizonte lejano. Recordé que muchas veces, José Tomás llamaba a mi oficina en alguna tarde y me decía "salgo mañana a las seis de la mañana y llevo sólo un pasajero (o dos); voy para Quepos (o voy para Limón en el Caribe o para Guanacaste) te invito a desayunar y volvemos antes del mediodía". ¡Genial! decía yo; entonces llego al Aeropuerto Tobías Bolaños y siempre me decía: no, llega a mi casa para que dejes tu auto en el garaje. Eran pequeñas odiseas matinales sobrevolando Costa Rica de mar a mar... tanto que, juntos, realizamos un programa de televisión ("Costa Rica es así") que fue bastente famoso porque mostramos a los televidentes las bellezas naturales y sirvió como impulso al turismo aéreo... Ahora era diferente, las avionetas Cessna de Saeta tendrían pasajeros ocupando todos los asientos de su capacidad.
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Entonces empecé a disfrutar aún más de mis vivencias llegando a la cima de la montaña o bajando por los riachuelos que serpenteaban los contornos. A veces tenía que ponerme zapatos fuertes y otra veces caminaba descalzo, con mis pies desnudos disfrutando de laderas suaves. Fueron mis tiempos de sol o de ligerísimas ventiscas, salvo en el crudo invierno de los meses de setiembre y octubre por las fuertes lluvias que incurren en las gargantas de los montes y aún así, con buen abrigo, pasé mis mejores horas y días invernales entre rayos y truenos que, sin llegar a vendabal veía los chorreos de agua y los relampagueos protegido por los gruesos cristales de mi casita en la montaña.
El verano había quedado atrás. Las aves cantoras estaban en sus refugios naturales y las loras volando en bandadas ya no estaban en esta montaña, dado su instinto natural, habían emigrado al norte o al sur. Mi año de vacaciones estaba llegando a su fin y eso también me gustaba porque lo veía halagüeño; volvería al mundo del trabajo con una mejor preparación para mis nuevos emprendimientos. En el transcurso del año había leído una buena cantidad de información genuina por lo que mi nuevo futuro empresarial me llamaba a dejar este tiempo pasado diciéndome "ya fue" y el tiempo que estás viviendo en el presente es un obsequio... volveré al tiempo frío del mes de diciembre justo a enhebrar con nuevo hilo en la vida que siéndome dada conviene al quehacer con visión lejana, al pie, al par y al detalle.
Con los primeros vientos fríos llamé a los José. Les conté cómo visualizaba el nuevo trabajo que emprendería, lejos totalmente de cuanto había hecho o realizado en mi vida. Luego de hablar con Marenco y reírnos un buen rato me dijo "en lo que pueda colaborar cuenta conmigo" y me recordó la "caja" que me tenía guardada. Bien, le dije; en la última semana de diciembre te llamo para que me digas cuando puedo pasar a recogerla. Luego llamé a José Tomás y me dijo "te invito a desayunar en un ir y venir matinal como siempre hicimos"... Entonces, le conté sobre mi nueva visión laboral y nos dimos cuenta que ya la vida no sería igual. Desde luego que tendría presente la invitación y no dudaría en sacar alguna mañanita para sobrevolar con él como en los tiempos idos y como turista en mi propio país pero, de momento, preferiría que llegara todas las tardes que quisiera, y pudiera, a mi nueva oficina que estaría en mi nueva casa de habitación. Le hablé de la "caja" que me tenía guardada Marenco y me dijo que él pasaría a recogerla y me la llevaría a mi casa. El 20 de diciembre nos reunimos los tres en mi nueva casa. Fue la última vez que estuve con mis dos amigos juntos y solamente charlamos y tomamos café y bocadillos. Recuerdo que recibí la "caja" en manos de Marenco y la puse "por ahí" en la oficina, en mi nueva casa de habitación.
Y luego, el tiempo pasó... en un cerrar y abrir de ojos transcurrieron cinco o diez años. Por los ajetreos propios de nuestras nuevas vidas no volví a ver a ninguno de los José. Había viajado por muchos lugares dentro y fuera de mi país con mi compañera de vida que había conocido al final del mismo año en que volví de la montaña; un 23 de diciembre, tres dias después de la primera y última vez que estuve con mis dos amigos juntos. En ese parpadeo de cerrar y abrir los ojos hablé algunas veces con los José, pero en los últimos años el trajín nos deparó sendos senderos difíciles de juntar.
Y una tarde, recibí una llamada de la señora esposa de José Tomás. Me dijo: lo llamo porque sé que usted no sabe que mi marido murió hace un poco más de un año y, ahora, encontré una caja que él tenía con dos libros escritos por usted. Gracias, le dije a la señora, usted sabe muy bien que lo siento en lo más hondo de mi alma. Lo mismo le había dicho a la señora esposa de Marenco cuando también me informó sobre deceso de su esposo, no obstante ya tenía conocimiento de tal suceso por intermedio de mi amiga y compañera de vida. La esposa de Marenco me preguntó si yo había recibido la "caja" que él me había guardado porque ella, la había buscado muchas veces y no la había encontrado, y le dije: Sí, José Marenco la trajo a mi casa hace muchos años en compañia de José Tomas Acevedo. Y también, con profundo pesar en recuerdo de mi amigo, le di las gracias a la señora por su amabilidad para conmigo.
Fue entonces cuando recordé la "caja" por segunda vez. Sí, la "caja", la misma que había dejado "por ahí" en algún lugar de mi oficina, en mi casa. Y recordé que ese "por ahí" fue en un closet y, de inmediato, fui, la busqué y, al hacerlo, intuí que un lejano pasado estaba en mi presente y ahí mismo la encontré, la "caja"... y la abrí, y encontré, entre unos viejos estados de cuentas bancarias unas treinta cartas de Norma, todas en sobres rosados y fechadas en el mismo mes posterior a nuestro adiós, al nuestro "nunca más". Entonces recordé que Norma me había dicho justo antes de pasar la zona de seguridad peatonal del paso cebra: "Te escribiré desde Alemania algunas cartas informales como señal de despedida. Adiós".
Fue así que, de inmediato, puse mi atención en otros documentos que estaban justo dentro de la misma caja; sobre todo aquellas notas que yo mismo había compilado como un manojo a manera de libro y, con ánimo de inmiscuirme en mis recuerdos, fui repasando una a una aquellas páginas, de atrás hacia adelante y muchas veces, al mirar alguna nota que colmaba en mi atención, continuaba hacia adelante o hacia atrás, como si jugara sobre un tiempo vivido recorriendo viejas notas en nanosegundos aquellos pasados, presentes y futuros hoy lejanos ya.
Y... sí; mis viejos poemas. Y noté que en mis poesías ninguna había que hablara de mi persona; eran como narrativas paisajistas de tiempos de infancia y juventud con remenbranzas de mis abuelas y abuelos, de mis tiempos idos con mi familia y con amistades que deambularon en mis campos estudiantiles mientras escribía sobre sus anhelos en sus vidas que, siéndoles dadas igual que a mí, las tendríamos que hacer en el transcurso del vivir sin limite de tiempo en el horizonte.
Entonces observé que en mi vida, aquellas personas y vivencias se habían ido de mis lares alegremente vividos sin ocasionar ni ocasionarme daño, como galaxias que en el espacio se alejan inmensurablemente y, poco a poco, en el ir y venir en aquel pacífico día, al entrar la noche, fui meditando sobre lo acontecido a la vez que meditaba sobre el acontecer que el nuevo día me esperaba en un nuevo inicio, el de mi diario trajín.
En uno de esos "mientras tanto advenedizos", me dije a mí mismo: "sonríe e imagina asistir a un evento en un futuro siglo donde observas el origen deductivo de los antepasados permaneciendo en tu presente, como quien mira por intermedio de una ranura de expansión (slot)". Es fácil observar que cuando pasamos rápidamente las páginas de un libro hacia adelante y atrás; en nanosegundos vamos y/o venimos de pasado a futuro y de futuro a pasado estando siempre en nuestro presente inmediato; así en nuestros recuerdos y a veces cuando soñamos despiertos o mientras dormitamos en penunbra justo antes o al momento de conciliar nuestro dormir quedando atrás los sueños.
Así, en nanosegundos imaginé, que ese siglo futurista los humanos peseeríamos un desarrollo genético capaz de visitar mundos y galaxias también en nanosegundos. Era, digamos, como una "traslación mitocondrial heredada" presente en el diario vivir de mi supuesta Civilización Espacial y, entonces, en un momento lúcido, sonreí aún más al recordar que en los dedos de nuestras manos tenemos múltiplos de nueve con sólo inclinar un dedo; sea, si inclinamos el dedo índice nos quedan ocho dedos a un lado y uno al otro, bien podemos leer 81 o 18, y así sucesivamente vemos múltiplos de nueve si inclinamos algún otro dedo. Entonces, en una micra de segundo orbité en un sortilegio que llevaría a esos futuros humanos a lugares previstos aunando los dedos de los pies. Sí, insólito pero, eran pensamientos de penunbra antes de conciliar el sueño pero, por lo acontecido en ese día, poseía una energía que alternaba entre mi necesidad de descanso y mi vitalidad.
Recuerdo que esa noche y madrugada despertaba o nuevamente quedaba adormecido como en vaga penumbra donde los sueños son dispares y nos divagan pensamientos ociosos prestos a estar activos en nuevo inicio que, aunque dormitando estemos, estamos mutando en nuestros nanosegundos de manera, según nuestro parecer, sigilosa, al pie y al par en cada detalle del sueño que viene a nos o va. Así dormité, soñé y dormí en aquella madrugada de mi nuevo día.
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