Mientras pasa la lluvia...

La Historia de Lydia.

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Hannia Hoffmann
Mientras pasa la lluvia...

Presentación.

El punto se fue extendiendo poco a poco sobre la luminosa y amplia superficie. Se dibujaron signos; uno después del otro, mancharon con sus formas aquel espacio blanco. También con su color. Curiosa contemplé aquel espectáculo: ¿Hacia dónde caminan? ¿Qué comunicarán? Y los signos se fueron transformando en palabras. Las palabras, en frases… Y las frases,en meandros de verbos, me llevaron al mar. Ante mis ojos se formó un majestuoso Océano, vestido en tonos gris… Las olas reventaron en la arena y pude ver la espuma blanca y brillante; con suaves burbujas cubriendo arenas, en gris también como el tono del agua y de las olas que en la superficie ondearon sin cesar.

Sutil, acarició mi oído la melodía del Vals sobre las olas: Tarararara, tarara, tarara, tararaaa... Y recordé la imagen de Lydia, en su edad madura, bailando en solitario aquella pieza que tantos recuerdos a su mente traía.

Cantaba, con su voz quebrada:

En la inmensidad, de las olas flotando te vi
Y al irte a buscar
de mis ansias la vida te di
Tarararara, tarara, tarara, tarara...

El punto se seguía extendiendo, llevándome a pasear… aquella sobria y deliciosa imagen de gris sobre el mar. Las nubes, en tonos más claritos. Todo un paisaje gris en armonía de forma y de color; no de luz refractada, como el iris: sólo en gris. Los sonidos, sumisos a la magia que tornó todo en gris, acoplaron sus tonos a ser sobrios tan sólo para mí: se volvieron muy suaves y ligeros, fue por acariciar los sentidos y el alma a los viajeros que pudieran entrar en el paisaje en gris que el lapicero se dispuso a crear a partir de aquel punto primero que empezó a dibujar…

Y engarzada en el mar, vi la imagen de Lydia, tarareando aquel vals.

Desde Marsella...

El barco había salido del Puerto de Marsella, la ciudad más antigua de Francia, vieja de más de 2.000 años,en agosto de 1909.

Marsella, al sur de Francia. Capital de la provincia de Bouches du Rohne. En el Mediterráneo.

Cuenta la leyenda que fue fundada en el año 600 a. C., cuando unos marinos griegos provenientes de Focea (en Asia Menor, hoy parte de Turquía) desembarcaron en la cala de Lacydon, lugar que estaba habitado por un pueblo de origen celta-ligur. Massalia (Massilia en la época de los romanos, Marsiho en el Medioevo) nació de la historia de amor entre Protis, un aventurero foceo, y la hermosa Gyptis, hija del rey ligur Nann. Contra todos los pronósticos, en el momento de elegir esposo, ella desdeñó a príncipes y herederos poderosos y se quedó con el marino griego; juntos se establecieron en lo que hoy es el Vieux Port.

Ricardo y Ana Teresa son los viajeros de aquel barco que salió de Marsella en 1909. Progenitores de la protagonista de la historia que está por ser contada.

Quienes, al partir, dejaron atrás suaves y húmedos inviernos y secos veranos. Llevaban, también, en sus mentes el viento Mistral, potente y frío,que en cada otoño aparecía en la costa de Marsella.

Atesoraban las vivencias de los días soleados, junto al mar y de las tardes lluviosas de otoño que sirvieron de marco a su noviazgo.

El Viaje tardaría varios meses . Ricardo y Ana Teresa estaban muy esperanzados en su nueva vida. América... Ana Teresa era colombiana y Ricardo, francés. La madre de ella, Sylvia, les acompañaba en el viaje. Y llevaban con ellos la claridad de Marsella, la brisa de la región mediterránea, que envuelve todo en aromas de especias, azahar, naranjas y el blanco paisaje de las casas...

Punto de encuentro de muchas culturas a lo largo del tiempo, en Marsella confluyen rutas entre París, Italia, Suiza y España.

Se dice que María Magdalena difundió el cristianismo en Provenza desde Massilia junto con Lázaro de Betania quien sería, según algunos autores, el Primer Obispo de la Diócesis de Marsella.

El territorio de Marsella parece un anfiteatro, encerrado por el mar al oeste, por "les calanques" (calas) al sur con Marseilleveyre, por la Costa Azul al norte con l'Estaque (inmortalizado por el pintor Cézanne) y por las cadenas montañosas de l'Étoile y Garlaban al noreste. La ciudad se extiende en una franja de 57 km a lo largo del Mediterráneo.

Marsella es una puerta abierta a varios mundos. Por mar, es la conexión con el Africa y el Oriente —dos influencias notables en la música, en la arquitectura, en el modo en que se cruzan los colores y las texturas. Por tierra, se abre a la Provenza y es también el comienzo —y el lado rústico— de la Costa Azul.

Marsella es ciudad obrera y portuaria, con una gastronomía simple y deliciosa (célebre por su patís, sus pescados frescos, su aceite de oliva con ajillo y su tradicional sopa Bullabesa) y unos acantilados que son el paraíso de trampolinistas y nadadores.

La de Marsella es una historia de aventureros y comerciantes; de deportados, prisioneros y contrabandistas. De alianzas nobles y espurias. De artistas y de refugiados. Es la cuna de Antonin Artaud, del dramaturgo Edmond Rostand (el autor de Cyrano de Bergerac), y del escritor Marcel Pagnol. Entre la segunda mitad del siglo XIX hasta los años cuarenta del XX, además, decenas de artistas plásticos llegaron a sus costas procedentes de París y del mundo: Cézanne, Braque, Van Gogh, Picabia, Modigliani, Utrillo son algunos de los que hicieron que aun hoy se compare a la rue Canebière de Marsella —una de las calles céntricas— con el boulevard du Montparnasse.

Ricardo Lacroix- nuestro viajero- había conseguido un buen trabajo como Ingeniero en el Ferrocarril al Atlántico, en Costa Rica, América Central.

Muchos años de su vida habrían de pasar en aquel pequeño y lejano país. Se instalarían en la Ciudad de Cartago. Ahí habian negociado, desde Francia, una pequeña casa.

Desde el barco, Ana Teresa, su joven esposa, contemplaba en el cielo, destellos plata bordeando las nubes que poco a poco se tiñeron de cálidos, delicados, suaves colores. Los seres vivos saludaron con sus sonidos y movimientos el paso de la aurora…

Aquel hilo de plata que bordeaba las nubes parecía que podría halarse y rebobinar, para tejer con él alguna linda pieza. Así lo pensó Ana Teresa, posando suavemente la mano derecha sobre su vientre: llevaba en él a su retoño primero. Secretamente, ansiaba que se tratara de una niña. Lydia sería su nombre.

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