Mientras pasa la lluvia...
La Historia de Lydia. Presentación \ Capítulo 1 \ Capítulo 2 \ Capítulo 3 \ Capítulo 4

Hannia Hoffmann
Mientras pasa la lluvia...
Capítulo 1.
En la vieja Metrópoli...

Tejer o hacer ganchillo es una manualidad que requiere de gran precisión y de toda la atención de quien teje. Se toma el hilo, o la lana, se tensa con un dedo de la mano izquierda, mientras se maneja la aguja con la mano derecha. Luego, se va formando las primera fila de cadenetas y, sobre ésta, una fila de pilares que se organizan según sea el objeto que se desee crear. Si el objeto que se visualiza es redondo, el centro de la figura se organiza en múltiplos de tres. Si se trata de un objeto cuadrado, será en números pares.

Pueden transcurrir meses, o aún años, antes de que el objeto tejido esté satisfactoriamente terminado. Suele ocurrir que tras horas y horas de trabajo, la pieza que salió de sus manos no guste a la tejedora y deba soltar el tejido para, luego, darle forma en una nueva prenda.

La vida de una persona está construida en forma similar a los tejidos. Horas, días, meses y años que se van tejiendo de acuerdo con los propósitos que la persona se haga... de acuerdo con sus metas.

Lydia tejía por las tardes, después de almuerzo. Tapetes, chales, colchas, almohadones, cogedores de ollas, vestidos para muñecas, faldas, chalecos, bolsos... muchas y bellas piezas salieron de sus manos. Y de su boca, mientras tejía, salieron múltiples palabras que tejieron la historia de su vida. Palabras llenas de su sabiduría. Historias, anécdotas, máximas de vida, recetas de cocina o bien recetas para blanquear la ropa o cuidar bien de la casa... También salieron de sus labios chistes, canciones, oraciones.

Desde el Trópico

Temporal cerrao
Sin dulce ni cacao.
Esmeraldita llorando
Porque se acabó el bizcocho.
Manuelita esta cantando
Y ya van a ser las ocho…
(canción del Valle Central de Costa Rica, recopilada por Emilia Prieto Tugores)

Y es que en el trópico, cuando llueve, llueve… Sin importar si es verano o es invierno. El sonido del agua va llenando el espacio. A veces, se convierte en arrullo que invita a dormir. Otras, es tan fuerte tan fuerte, que casi ni permite que se escuchen las voces de quienes conversan.

Es el segundo sábado del mes de febrero del año 1979. Ya la casa de Lydia está casi preparada para recibir a los invitados al Rezo del Niño, a las 3 de la tarde.

Las reproducciones de cuadros clásicos que adornan las paredes de la sala, lucen grandiosas enmarcando el portal, representación del pesebre que hizo Lydia en diciembre anterior.

Ella nunca puso árbol de navidad, eso no le gustaba, pero siempre hacía un portal muy grande y lindo. Lo planeaba cuidadosamente. Le ponía espejos que simularan agua y peces plásticos; también el pasito era muy grande y el niño muy lindo, ocupaba la mitad de la sala, el portal y lo adornaba precioso, también le ponía arena, de la erupción del Volcán Irazú, que ella misma recogió cuando caía allá por el año 1963.

Se escucha en el aire un disco de acetato de larga duración, con viejas canciones del Doctor Ortiz Tirado, de quien Lydia es una gran admiradora. La voz del cantante compite con el ruido de la lluvia…

- Que de dónde amiga vengo,
de una casita que tengo más abajo del palmar...
más abajo del palmar...
para una mujer bonita que me quiera acompañar...
que me quiera acompañar...

Están listos en la cocina el rompope, la mistela, el pan batido, el arroz de leche, los tamalitos de frijol envueltos en hojas de mazorca de maíz, que serán servidos a los invitados, todos preparados por Lydia cuidadosamente.

Entre los invitados que ella espera, también se encuentra su nieta, que al momento ya ha llegado. Como de costumbre, mucho antes que los demás invitados, pues ella así se lo pidió, para compartir tiempo juntas.

Lydia está colocando sobre su mesa de comedor redonda, un antiguo mantel tejido.

Su nieta, le pregunta cómo se hace un mantel . Lydia le explica:

- Este viejo mantel duré seis meses haciéndolo. Fue en los años 60. Fíjese, cómo son duraderas las cosas tejidas. Más bien yo soy muy rápida. Hay gente que tarda años de años haciendo un mantel, o una colcha. Yo aprendí a tejer donde las Monjas, allá en Cartago. Ay, pero qué tremendo aguacero.
Siéntese, siéntese… que le cuento algunos pasajes de mi vida, mientras pasa la lluvia.

Su nieta toma asiento junto a ella, en la sala. Y comienza esta historia, con la armonía del sonido agua que cae, abrigando el ambiente y complementando la voz de la abuela.

Fue en un tiempo...

Imaginen un tiempo en el que no había carreteras y si acaso unos cuantos antiguos automóviles. Las gentes se transportaban en carruajes, tirados por caballos. También se transportaban en Ferrocarril. Es la ciudad de Cartago, Costa Rica, a principios del Siglo XX.

Un Ingeniero francés y su esposa colombiana han llegado a instalarse a la vieja Ciudad. Les acompaña la madre de ésta. Ellos son Ana Teresa Castillo , su madre Sylvia y el Ing. Ricardo Lacroix. En los primeros meses de su estadía, Ana Teresa da a luz a la primera y única hija del matrimonio: Lydia. La madre muere en el parto, dejando a la pequeña al cuidado de su abuelita Sylvia, y de su padre, Ricardo.

El Terremoto de Cartago, en 1910, sacude la ciudad y provoca terribles daños que no tocan de cerca a la familia, ni a sus allegados.

La infancia de Lydia entre los 0 y los 9 años transcurre tranquilamente y es una niña feliz. La abuela Sylvia la cuidaba mientras su padre trabajaba en el Ferrocarril al Atlántico. Su padre y su abuela hablaban francés, la lengua natal de don Ricardo, cuando no querían que la niña se enterara del tema de la conversación.

Pocos y felices recuerdos tenía ella de estos años.
Vivían en aquel Cartago, en una casita pequeña y bien limpia, tenían una lora que al pasar la gente les decía piropos, como una vez que pasó una señora vestida muy colorida y le dijo “Adiós siete colores”. Lydia se reía mucho al contar esto. También decía que siempre la obligaron a comer zanahorias y por eso tenía una vista como “una chiquilla de quince años”.

- A ver, m'hijita, ayúdeme, coja ese otro lado del mantel. Así, así. Vamos a colocarlo bien estiradito sobre la mesa. Esta mesa redonda que tiene tantos años de estar conmigo. Cada cosa que hay en esta casa tiene una historia.

Su nieta le pregunta; Abuelita, dónde aprendió usted a tejer?

- Allá, con las Monjas en Cartago.

Con el rumor del fuerte aguacero saturando el espacio, la nieta dice: ‘ Ay, abuelita, cuénteme un ratito, más cosas sobre su vida:

- Yo nací en 1909. Tenía cinco años cuando se desató la Guerra, que duró cuatro años. No había Radio en mi casa. Teníamos un chunche así que se llamaba Fonógrafo, con un dibujo de un perrillo y una cornetota. Había que darle vuelta y se reventaba la cuerda: viera qué cosa más tremenda. Hasta que daba pereza, pero diay era lo único que había... Después tuve Ortofónica , después tuve Victrola. Yo que soy tan amiga de guardar todo, tenía todo eso guardado. Después lo vendí a la gente que le gusta conservar cosas antiguas. Victrola tuve, ortofónica es un cajón así... ¿ Usted las conoció ? Tenía gavetas para guardar los discos. Nada más había que hacerle así con un palillo. Ya no se reventaba. La victrola sí se reventaba. Ay, qué pereza...

El fonógrafo sonaba muy feo. Tenía un perrillo, el perrillo de la Víctor. One step es una música gringa. Pero no hay una música más bella para bailar que el vals. Ay el vals es que es tan lindo !

- Tarararara, tarara, tarara, tarara... (tararea)

Ese es el Vals sobre los Olas. De Enrique Chía. A mí me encanta... Me trae muchos recuerdos. De cuando conocí a su abuelo, que en paz descanse.

Lydia se levanta del asiento y baila sola, mientra tararea aquel vals.

Tarararara, tarara, tarara, tarara...

Afuera, cae un rayo y hace que, por un momento, la bombilla que ilumina la sala se apague y luego se encienda.

El mantel que está colocado sobre la mesa es una pieza redonda, hecha en pabilo blanco con una aplicación que semeja tréboles de cuatro hojas. Ese mantel lo tejió en sus tardes solitarias, después de almuerzo. En aquella casita que había comprado con un bono de vivienda.

Con la ayuda de su nieta, empieza a colocar la vajilla y algunas de las viandas sobre la mesa. Luego, Lydia se sienta en su mecedora de mimbre y continúa hablando:

Yo cuando me criaba de todo había en mi casa. Teníamos volanta, pero sin caballo. Un señor que vivía a la vuelta tenía un potrero y guardaba las volantas y alquilaba los caballos. Y cuando mi papá llegaba iba él en el pescante y atrás mi abuela y yo. Y decía la gente; Ahí van los franceses, allá en Cartago...jajaja...Volanta, volanta. Sólo cabíamos dos atrás y él en el pescante, adelante. El Landau eran cuatro, cabían . El Landau es francés. Sí, de todo tuve yo cuando me criaba.

- Abuelita, los tamalitos de frijol se calientan a qué temperatura?

- Póngalos en medio y tápelos. Venga, siéntese aquí conmigo. Deje los tamalitos calentarse unos minutos. Luego los pasamos a Low y se sirven calentitos cuando termine el Rezo. -

- Ah sí. Abuelita, siga hablándome de las volantas…

-Ah sí. Después, cuando comenzaban los primeros carros, le daban vuelta adelante con la manija de la cigueña y corríamos atrás de los carros, mucho después, en el año 17. Vea si caminaban ligero los carros que íbamos atrás, ji ji los chiquillos detrás de los carros. Eso es lo que tiene que hacer el tránsito, exigir que se camine como se caminaba en el 17 y no hay muertos. Yo no recuerdo que mataran a nadie. No le digo que nos guindábamos detrás en el chunche. Y hacía un ruidal donde le daban vuelta a la cigueña...

Sólo recuerdo un accidente de carro que en el año 1925, un padre mató a un viejo, que era sordo, con el carro.

Yo me acuerdo que en Cartago había como seis carros: un Overland, Ford y después llegó Chevrolet. Y cobraban baratísimo para... bueno, la parada era alrededor del Parque. Ahí se asoleaba el carro en verano y se mojaba en invierno: alrededor del Parque.Y por traerlo a uno a San Josè cobraban baratísimo. Creo que eran 6 colones o algo así. Y había un tráfico en Cartago que se llamaba Etanilao Quirós, en una moto grandísima. Nunca pasaba nada. El andaba de San Jose a Cartago y una vez que venía yo para acá , este, se volcó un carro en un sanjón y un viejo gordo que iba a la par mía me cayó encima y casi me rajo la oreja en la ventana. Etanilao era el único tráfico que había. Todo lo que yo he visto. Pero esto es horroroso: saber que matan a la gente diario con los carros.

Por muy lento que camine un carro el chofer llega primero que el que camina. Antes la gente andaba a caballo y el que no tenía caballo venía a pata a San José. Para las fiestas de Alajuelita la gente venía a pata. Todo el mundo caminaba. La gente caminaba despacio. Ah, todo mundo andaba a pie muchacha. Y había un descanso, que llamaban...

- Y usted alguna vez vino a Alajuelita?


- Yo vine con mi abuela una vez a Alajuelita. Venía en la parte de atrás de la carreta, en una estera, petate. Venía a una promesa. Venía una Julie Duverrand, francesas, Irene Lamiq y Adelaida Pochet, eran tres viejas francesas que llegaban a casa. Viera cómo se comían a las ticas. Y a mí no me gustaba. Fìjate -decían- las costarriqueñas hacen un picadillo tan fino, que qué comen. Tanto maltratarse. Porque mi abuela hacía el picadillo grueso. Partía la vainica en cuatro y la papa la cogía y la partía como fuera, no hacía cuadros ni pedazos chiquititos.

- Ja Ja. Entonces a los franceses no hay que darles picadillo… Ja Ja.

Y cómo era en ese entonces su casa , abuelita? -


- El cuartillo mío quedaba cerca de la cocina. Yo cantaba en el corredor para que creyeran que estaba ahí y después me iba callada para el cuarto para oír lo que decían. Las costarriqueñas , decía mi abuela. Hablaban de las costarriqueñas y a mí no me gustaba. Yo decía: Se vinieron de Francia adonde las costarriqueñas y hablan mal de ellas. Yo decía: A qué se vinieron ? Entre mí nomás…

- Y ellas tenían acento francés ?

Lydia responde: - Hablaban en francés y en español. Es que a mí como sólo en Español me hablaban, para que aprendiera bien el idioma...Mi abuela y mi tata hablaban en francés y, algunas veces, discutían en ese idioma...Hablaban bajito, quién sabe qué se decían.

- Cuéntenos sobre el bisabuelo Ricardo.


- El llegaba a casa. Vivía en un Hotel, el Hotel Holanda. Pero cuando llegaba a casa, había un cuarto reservado para él. Fíjese que me tenían un jarrito y me daban vino tinto. Toma, me decía: este aperitivo. Y me daba el vino. Como a veces se me enredaba el pelo, cuando mi abuela me peinaba, me lo jalaba y me dolía...Un día estaba ella hablando con la Julie Duverrand y yo le estaba viendo la cara a la vieja. Mi abuela me dio un pellizco. No me defendió la Julia y yo aborrecí a todas las que se llamaban Julia.Y salí corriendo. Antes dius guarde, corregir a un muchacho y que alguien dijera algo, no se podía. Entonces como la tal Julia no me defendió, no me agradaba: apenas la veía venir, corría y me metía al cuarto y me encerraba. Y se juntaban la Julie Duverrand, la Irene Lamiq y la Adelaida y se juntaban a hablar: las costarriqueñas...

Lydia trae una bandeja con vasitos pequeños y dice, sirviendo: tomemos un poquito de este ponche mientras esperamos a los invitados.

- Ay, qué rico… mmm

Lydia continúa: - Antes, qué barbaridad... Y vea: antes, mi tata cogía un pejibaye así de grande y lo echaba en un platón de leche caliente. Y me decía: Tú te comes eso. Por eso aborrecí los pejibayes.

- Y comían comida Francesa o comida a la tica ?

Lydia responde:
- La abuela no hacía más que un solo plato y ensalada. Frijoles tiernos con plátano verde y carne. Me servía eso con ensalada, por ejemplo. Sólo un plato. No hacía como la gente: arroz, frijoles,..no,no. Si hacía bistek era sólo bistek y ensalada con pan. A las 9 de la mañana me daba un pedazo de pan con cebolla o ajo, para combatir los bichos, decía. La cebolla morada creo que era para el asma. A punta de leche de yegua, de cabra y de miel de abeja me curaron el asma. Si antes no habían remedios…

La conversación es interrumpida por los invitados que empiezan a llegar. Flora Zamora, Yamileth y Flor Soto, Sandra Laurito, vecinas de Tibás y amigas de toda la vida, llegan y saludan. Lydia les invita, amablemente, a pasar y a sentarse en las sillas que, para el evento, fueron colocadas en toda la casa.

La Rezadora estará acompañada de un grupo musical que va a cantar varios villancicos y canciones alusivas, a lo largo del Rezo.

Aún faltan varios invitados por presentarse. Y también el grupo musical, integrado por unos vecinos de la Ciudaela La Peregrina, quienes se dedican a cantar Rezos en estos meses y lo hacen por puro amor. No cobran nada. Pero en las casas se les atiende con suma cortesía y se les ofrecen los bocadillos que se acostumbran en estos festejos.



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Hannia Hoffmann - Mientras pasa la lluvia... - La Historia de Lydia. - Capítulo 2