Viendo el todo como "desde un engendrado" matemático, el individuo es proporcional, equidistancial y relativo al punto de oro que siempre está en el poder del expectante: el punto de vista del espectador. Ese punto de oro del consumidor es aquel que deseamos que él vea. Ahora veamos que un niño es a la humanidad en la misma proporción que lo es su padre, o su madre, pero cada quien (adulto) es responsable de su punto de tangencia, sea, del momento en que va en movimiento. Y en el actuar de la vida todo es movimiento, así cada quien es responsable del "paso que da".
Diseñada y pensada la práctica deviene al oficio. Todo se hace para y desde el punto de vista del público, sus miles puntos de vista de "consumidor de zonas aúreas" matematicamente equilibradas para hacerlas unirse en un punto de tangencia, al punto áureo. Porque en todo escenario es punto de tangencia lumínica hacia quien la iluminación se dirija (al artista); siempre en movimiento (caracteriza el movimiento que sigue y persigue al actuante en funciones duales pero siempre en su favor, sea, en función de quien actúa). Porque el que actúa es un símil del público que, hace ver sus dones (ante su símil el público), la poética le infunde energía anímica para comunicarse con sus seres similares, aún más, les representa y se presenta ante ellos. Y así en la foto, música, escultura, danza... ¡ oh la danza !
Los griegos llamaban simetría a la cadena de relaciones de ritmo armónico, pitagórico y platónico, adoptado para el arte del espacio, tomando como modelo o medida al hombre.
Todo está justo a la medida humana y ese todo se va encontrando, "descubriendo" y utilizando proporcionalmente al tiempo-vida de todos y de cada quien. Así entonces la geometría es un "estado de cuenta" del movimiento que al próximo segundo puede estar mejorado u obsoleto, que para el caso da igual. La experiencia de la humanidad, puede decirse, es proporcional al equipo que dejamos obsoleto y al mejorado que estamos usando al momento.
Mucho tenemos que observar y ver a las llamadas "Aves del Paraíso" que con juegos de amor ajustan a la medida de las personas, como similitudes humanas en otra especie, en estas aves. Nos hace recordar a Sibú, el dios cabécar (indios cabécares, Talamanca, Costa Rica) que se viste de ave para ofrendar sus enseñanzas a las personas y, según su mitología, vive en el país feliz que está en el futuro, que se encuentra allá, tras el logro de la experiencia.
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