San José antaño; detalle del libro Tipilambi
de Eric Díazserrano .
Mucha de la riqueza acumulada
durante los años de crecimiento
económico de finales del siglo diecinueve,
fue invertida por la clase alta
en el progreso material de todos
y rompió a su vez el característico
aislacionismo, pues la prosperidad
permitió viajar y cursar estudios
en otras latitudes. Para los de menores
recursos, la reforma educativa
de Mauro Fernández, estableció
una educación mediana universal
impartida en el colegio de las palomas
y en un liceo para pichones.
Estas y otras prácticas dieron
una nación ejemplar.
Señoritas y liceístas reían
gritaban, alborozaban o simulaban
ligero cambio en la faz,
a causa del rubor,
al escuchar el bom bom bom
de los músicos, que tocaban
en las cuatro esquinas
de la Plaza Principal de la Capital
llamando a los vecinos
para la retreta dominical.
Ese bom bom bom se oía por el este
hasta la cuesta de los Mora,
la parte más alta del poblado
en donde estaba el Cuartel Bellavista.
Bom bom bom por el oeste
hasta lacalle del llano
de la sabana. Por el Norte
hasta el río, en donde,
en la misma boca del monte
el río ofrecía un paso angosto,
llamado El Paso de la Vaca
y por el sur, se oía ese bom bom bom
hasta más allá de los lavaderos
públicos en donde estaba
El Paso Ancho.
Se escuchaba bien porque era
un caserío sin ruidos.
Casas de adobes con buenos
cimientos de piedra, cuyos poblanos
aseguraban que durarían mil años.
En los corredores de las casas,
canastas de zuncho con begonias,
petunias, sanrajeles, violetas o jazmines.
En el interior de las viviendas
un fogón de piedra,
horno grande para dorar el pan,
cazuelas de Barva
y ollas tejareñas (de El Tejar
de El Guarco).
Los perros echados en las calles
debían suspender la pereza
sólo allá una vez perdida,
para dar paso a algún carruaje
de los modelos Tílbure o Berlina.
En esos tílbures, berlinas
o diligencias tiradas por caballos,
se pegaban los bandos
o comunicados del gobierno,
así como en las esquinas
más importantes de la población.
Otros comunicados eran
a manera de estandarte
que portaba un guarda
seguido de un tambor y cornetas
que se detenían en cada esquina
de la población; tocaban
sus instrumentos
y mostraban la enseña.
Luego un hombre, en voz alta,
leía para que enteraran
los que no sabían leer:
Farí fará... bom bom bom...
"Se comunica a todos los vecinos
que para colaborar con la sanidad,
el municipio pagará a centavo
cada rabo de rata que sea
presentado ante esta comuna.
De ahí vendría un decir popular
aplicado a quienes despedían del trabajo:
"no valés un centavo
pues te cortaron el rabo".
Los rosarios eran la moda
para las citas de amor,
los martes para la limosna
y los domingos para atender al novio.
Las viudas debían permanecer
tres años tristes y lo demostraban
viviendo con ventanas y puertas cerradas;
velos negros sobre los espejos,
camas y taburetes; en las cortinas
luengos lazos también negros, amén
de que no podían reir ni hacer
visitas sociales, salvo a la iglesia.
Hombres a la derecha,
mujeres a la izquierda
caminaban y daban vueltas
alrededor de la plaza.
Las bancas eran para los muy respetables;
un pueblerino ni por broma
se podía sentar ahí cuando
los músicos tocaban con sus penachos
rojos sobre sus cabezas, a excepción
del director (con penacho blanco),
y todos con su uniforme azul
de raya roja a los costados.
En esa misma plaza, pero nunca
en domingo, si un hombre había
cometido una falta se le daba de palos.
trajes de crinolina, peinados "de atado"
y redecillas, camisola de gola ancha,
enaguas largas de dos o tres colores,
bordadas en encaje y los vuelos
caracterizaban a las damas
de buena posición social.
Se bailaban cuadrillas, chotís
valses rápidos y lentos, bambucos,
pasillos, pasacalles y joropos
al son de quijongos, violines y vihuelas.
El teatro municipal no tenía sillas;
la gente acomodada traía
a sus criados para que portaran la silla.
Este teatro se cayó en un temblor,
y el nuevo, al que llamaron nacional,
de arquitectura clásica renacentista
y colmado de obras de arte,
se convirtió entonces
en el rascacielos de la ciudad.
En la costrucción de este teatro,
nacido del trabajo de los picapedreros,
una gran rampa daba inicio en la plaza
principal (hoy parque central)
situada a unos doscientos metros.
Sobre la rampa subían, tiradas
por bueyes, carretas cargadas
con grandes piedras y mármol;
delante de cada carreta un boyero
y atrás un peón poniendo calzas
o cuñas en las ruedas.
El alumbrado público era de faroles
sobre postes de hierro.
Los serenos prendían los faroles
a las cinco de la tarde y luego,
tocaban un pito cada quince minutos.
Una cadena de pitos unía a la pequeña
ciudad. A las nueve de la noche
el último pitazo convertía
a los serenos en relojes ambulantes
que daban la hora cada quince minutos.
"Ave maría purísima
sin pecado concebido
son las diez, son las diez...
Ave maría purísima
son las diez y quince
son las diez y quince".
Algunos vecinos colgaban
letreros en sus puertas:
"Sereno por favor
despiérteme a las tres".
Entonces el sereno al pasar
por esa casa decía en tono amable y fuerte:
"Vecinoooo,
son las tres de la mañana
son las tres de la mañana
Ave maría purísimaaaaa".