En el libro Tipilambi, de Eric Diazserrano, leemos:
Scámpolo tenía ahora una amplia sonrisa
y terminó soltando su risa al percatarse
sentado en su butaca de multimedia,
frente al escenario de la carpa del teatro.
Entonces se dio cuenta de la posibilidad
de que en ningún momento
se hubiese movido de ahí. Más que todo,
su reír manifestaba aceptación
de cuanto ocurría; y tan abstraído
estaba en su situación, en aquel medio
que le envolvía, que no puso reparo
alguno al notar, que en su butaca contigua
sentado junto a él, estaba un boyero.
-Sí, uno de esos que tiene y conduce
carreta con bueyes- el cual,
con simpleza de buen conversador
le habló de esta manera:
-En un principio fue la carreta la que recorrió
la incipiente vía entre el centro del país
y el golfo; hasta la Punta Arenas.
Eran convoyes de carretas viajando continuo;
cargadas de productos, sobre todo
café de exportación. Desde más allá
de Cartago, la primera capital,
a la Boca del Monte en donde
se asentaba Sanjosé, que llegaría
a ser la urbe capitalina de mayor
número de habitantes, pasando por
Cubujuquí, que luego sería
denominada Heredia, (apellido de un
gobernador de la Capitanía General
de Guatemala); por La Lajuela,
llamada así por la piedra de laja de su río,
y con el correr del tiempo,
el vaivén del idioma denominó Alajuela,
hasta la Punta de Arena (Puntarenas).
Y es que la carreta típica costarricense se
caracteriza por estar adornada con dibujos
de lindos colores. No existían dos carretas
pintadas de igual forma, cada una de ellas
era una obra de arte. Urías Céspedes, un
artesano de carretas, afirma que:
" Era un gusto escuchar la música que
hacían aquellas carretas cuando se encaminaban
juntas dos o tres. Las "viejillas" reconocían la
carreta de sus esposos a más de quinientas varas (poco más o menos unos 400 metros).
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