Primera parte: Pintor de sueños Segunda parte: La puerta de las estaciones: Primavera \ Verano \ Invierno \ Otoño \ Amanecer Hannia HoffmannLa Puerta de las Estaciones
En el verano
El verano en el Caribe es majestuoso. La exhuberante naturaleza y el clima cálido contagian el carácter, hasta hacernos sentir parte del paisaje.
Estío y sus amigos salieron de entre el grupo de palmeras, hacia la playa. Caminando bajo el rayo de la luna, llegaron para unirse a nosotros. Traían leña, bebidas y algunos bocadillos para compartir. También traían guitarras y mandolinas. Prendieron la fogata.
Alrededor del fuego, nos sentamos para compartir la fiesta. Una joven preparaba jugo de naranja exprimiendo, con sus manos, la fruta, de la cual brotaba generosamente el fresco jugo que usaríamos para combinar con nuestras bebidas.
Estío es una linda trigueña de piel morena, que viste con ropas ligeras de verano y sandalias de cuero. Ella cuida al verano.
Ciré, mirando las constelaciones, comentó: - ¡ Qué linda es esta noche! Miremos las constelaciones. El cielo diáfano del verano vuelve las estrellas más visibles. Aquella es la Estrella Polar, pertenece a la Osa Menor y los marineros, durante siglos, la han usado para orientarse en sus viajes. Andreas aseveró: - Todas las constelaciones se mantienen en una posición invariable unas respecto a otras. Observen: la Estrella Polar parece estar fija, y a lo largo de la noche, veremos a las demás estrellas girar en torno a ella...¡Ey, miren! Allá está la Osa Mayor: Los antiguos tejieron una leyenda acerca del origen de todas y cada constelación.
Ferdinando dijo: -¡El perenne anhelo humano de explorar el cielo y sus enigmas! Los antiguos relacionaron las constelaciones con animales, hombres y dioses; dando interpretaciones fantasiosas a aquello que no conocían.
Andreas explicó: - La Osa Mayor, cuentan las mitologías grecorromanas, nació como consecuencia de la cólera de Juno, esposa de Júpiter. Ella, celosa de Calisto, la convirtió en una Osa y Júpiter, para salvarla de los cazadores, la transformó en una constelación. Como Calisto y Júpiter tenían un hijo llamado Arcas; cuando éste murió, Júpiter lo convirtió en un oso, como a su madre y lo puso a su lado: esa es la Osa Menor.
Ferdinando continuó: - Otra leyenda cuenta que las Pléyades, que conocemos como las siete cabritas, las ves allá... eran siete hermanas hijas de Atlas, que fueron convertidas en palomas para escapar de la persecusión del gigante Orión; volaron lejos de él, hasta convertirse en las estrellas que conocemos; y hoy vemos que son más de siete.
Andreas comentó: - ¡ Claro, las leyendas de los antiguos son alegorías, agradables explicaciones ilustrativas de lo que no entendían! En nuestro tiempo, poseemos hasta fotografías de astros lejanos, con información que nuestros ancestros ni siquiera llegaron a intuir. Y Andreas tomó la guitarra, para interpretar la canción del viajero:
Sucede que una vez, hace muchos milenios,
cuando apenas éramos como niños pequeños,
soñamos conquistar el Universo,
viajar a las estrellas.
Cantaron los poetas, pintaron los pintores;
Señales en el cielo, señales luminosas;
Soñando con el cielo, mirando, trabajando,
Estío tomó entonces la guitarra:
Frutas colores, frutas aromas
La voz de Estío fue interrumpida por el sonido de instrumentos de percusión. Ritmo tropical. Un grupo de hombres y mujeres en movimiento. Ritmo latino. Cuatro jóvenes instalaron cuatro antorchas, una en cada esquina de aquel espacio abierto dentro del cual se ubicó un grupo musical y baile tropical.
El juego: un estado que nos hace plenos. -La danza -dijo Andreas- ha sido tema para los artistas, desde tiempos inmemoriales. Pintores, poetas, escultores, la han llevado a sus obras.
- En los espectáculos griegos, de los antiguos griegos -acotó Esmeralda- la danza estaba unida al drama, al canto , a la poesía: los bailarines se movían al ritmo del verso.
-Los antiguos- aseveró Ciré- creían en el poder mágico de la danza.
¡ Claro, tiene, la danza, la potestad de transportarnos a la ilusión, a la fábula...!
-¡ Amo la sensualidad, la gracia de formas y movimiento de los cuerpos de estos bailarines! -dije entusiasmado.
-Y su ritmo afrolatinoamericano -comentó Estío- es el paisaje mismo.
- ¡ Exquisitas líneas y sugerentes formas! -agregué- Proyectan comunión de espíritu y paisaje, por la fuerza del ritmo que se hereda en los genes.
-Tratando de ser un poco más explícito, agregué: Porque incluso el corazón posee su propio ritmo, desde antes del nacimiento; como consecuencia de la corriente nerviosa bioprogramada más allá del principio de nuestro tiempo; desde mucho antes de los primeros homínidos.
Como quien dice -acotó Esmeralda, mostrando, inconsciente, su sensualidad- mucho antes de que se formaran los primeros peces, que luego llegaron a jugar como los delfines que en el agua comparten su amor y ternura, desde la más precoz de las caricias hasta amamantar sus críos, mientras se deslizan en la mar inmensa.
-Imágenes de ensueño, prestas a inspirar la tarea de los pintores, o la sedienta pluma de los poetas- concluyó Andreas.
El escenario recuperó su aspecto de apacible paisaje veraniego, en tanto Estío retomó la palabra:- Volviendo al tema de las estrellas, les diré que contemplando la bóveda celeste, en noches de verano, fue como Ferdinando -quien curiosamente se llamaba igual que tú, Ferdinando- y Selene, se enamoraron. La Osa Mayor guarda el secreto de esos dos jóvenes.
Voy a narrarles, la historia de Selene y Ferdinando: una historia de amor en verano, porque es el verano estación que propicia al amor.
Selene de paseo por la playa. Verano en el trópico. Ella vino con su familia a disfrutar las vacaciones. La playa es siempre un sitio para descansar. Llegaron de mañanita. En el camino, desde el último promontorio que fue necesario atravesar para alcanzar la costa, pudieron ¡ al fin! ver el mar. Se veía de colores. Azul profundo con un azul más claro, cambiando su intensidad de adentro hacia afuera. La espuma de las olas reventadas en la playa, generando tenue bruma. Brillo en el mar, reflejo de los rayos de sol y, en el cielo, el espléndido resplandor de las nubes también iluminadas. Su padre condujo el carro entusiasmado, para llegar más prontro. Se instalaron en el cómodo hotel que ya habían reservado: modesto, sin luz eléctrica, con piscina, ubicado frente al mar, rodeado de palmeras y árboles frutales.
Selene se instaló en la habitación que le correspondía. Tras un descanso, se puso su vestido de baño y sus sandalias playeras para ir al mar. El agua estaba tibia... Primero metió su pie derecho, tímidamente; y la temperatura la invitó a caminar mar adentro, hasta detenerse en el sitio exacto donde revientan las olas. Le encantaba sentirlas reventar . Se unieron a ellas varios amigos, para disfrutar del baño de mar. Al fin llegaron. Sobre la playa se elevaba un montón de arena seca que debieron atravesar para alcanzar el río. - ¡ No es recomendable bañarse en ese río, pues dicen que hay lagartos ! - dijo un señor que parecía oriundo del lugar- Pero casi todo el mundo se baña -continuó - Si se van a bañar ahí, yo los vigilo; pero ya les advertí. Aquí hay pipas frías, por si traen sed. Por favor eviten la confluencia de las aguas: es muy peligroso meterse ahí. ¡ Qué sitio tan espléndido! El río, apacible, enmarcado en un hermoso mangle que lo dividía en tres pequeños canales. El cielo azul intenso y prácticamente sin nubes. La quietud del ambiente. El murmullo del mar y los sonidos amables de las aves. El perfecto descanso de verano. Selene y su familia se metieron al río y no apareció ningún lagarto.
De regreso al hotel. Hora del almuerzo. Disfrutaron refresco de maracuyá, deliciosa fruta tropical; ensalada de tomate, lechuga y pepino, aderezada con limón ácido; puré de papas y filet de corvina; todo acompañado con tortillas de maíz.
La leña para hacer la fogata la recogieron junto a sus amigos. Fue divertido. Miraron hacia el cielo, en busca de estrellas fugaces; y vieron desfilar ante sus ojos la bóveda celeste. Se entretuvieron tratando de identificar constelaciones. Tomaron chocolate caliente, con galletas y pasteles. Y esperaron hasta contemplar el amanecer.
Así transcurrieron tres días de aquellas vacaciones. En la mañana del día cuarto, Selene conoció a Ferdinando. Era un joven sumamente apuesto. Venía con su familia. Con el paso de los días, Selene y Ferdinando se volvieron inseparables. Vieron juntos la puesta de Sol. Compararon colores, imágenes, sonidos. Recogieron juntos la leña para la fogata. Miraron hacia el cielo, por la noche, compitiendo para saber cuál de los dos conseguía ver más estrellas fugaces. Contemplaron trasladarse las estrellas y medio identificaron las constelaciones.
El juego: un estado que nos hace plenos.
La enorme bola plateada de la luna, iluminaba al grupo que escuchaba, atento, la narración de Estío, en tanto Ferdinando soñaba con la luna y Esmeralda lo miraba a hurtadillas.
-Sí- continuó Estío- definitivamente, el amor también es un juego: un hermoso juego.
Ese día estuvieron tan unidos como en los anteriores, sabiendo que era muy probable no se verían más. A pesar de haber intercambiado sus números telefónicos y sus direcciones, Selene y Ferdinando bien sabían que la magia de su aventura de verano no se repetiría...
Mientras Estío pronunciaba estas últimas palabras de su narración, una enorme bola de fuego llenaba el horizonte de colores, y desde el mar se levantaba suave bruma. Se escucharon los trinos primeros de las aves marinas y, no supimos cómo ni por qué, gruesas gotas de una inesperada lluvia, nos obligaron a levantarnos de la playa y a salir del verano.
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