Platón, Diálogos.
Parménides o De Las Ideas.
CÉFALO.—Cuando llegamos a Atenas desde Clazomenes,
nuestra patria, encontramos en la plaza pública a Adimanto y a Glaucón.
Tomándome por la mano, me dijo Adimanto: "Bien venido, Céfalo; si
necesitas algo que nosotros podamos proporcionarte, no tienes más
que desplegar los labios." ¡Ah! Si estoy aquí es precisamente porque os
necesito. "Explícate —me replicó—; ¿qué quieres?" ¿Cómo se
llamaba—le dije—, vuestro hermano materno? Porque yo no me
acuerdo. Era yo muy joven cuando vine desde Clazomenes por primera
vez, y desde entonces ha transcurrido mucho tiempo. Su padre, si no
me engaño, se llamaba Pirilampo. "Sí—dijo—, y él se llamaba Antifón;
pero ¿qué es lo que te trae?" El exceso de celo por la filosofía de mis
compatriotas; han oído decir que este Antifón ha estado muy
relacionado con un cierto Pitodoro, amigo de Zenón, y que habiéndole
oído muchas veces referir las conversaciones de Sócrates, Zenón y
Parménides, las recuerda perfectamente. "Es verdad", dijo. Estas
conversaciones—repliqué yo—, son precisamente las que querríamos
oír. "Nada más fácil—dijo—. Él las ha pasado y repasado en su espíritu
desde su primera juventud. Ahora vive con su abuelo, del mismo
nombre que él, y dedicado a sus caballos y al arte. Si quieres, vamos en
su busca. Acaba de partir de aquí para ir a su casa, que está cerca, en
Mélito".
Hablando de esta manera, nos pusimos en marcha, y
encontramos a Antifón en su casa, que estaba dando a un operario una
brida para componer. Despedido éste, y habiendo manifestado sus
hermanos el objeto de nuestra visita, y recordando Antifón mi primer
viaje, me reconoció y me saludó. Le suplicamos que nos refiriera las
conversaciones de que tenía conocimiento. Por el pronto puso alguna
dificultad. "No es un negocio de poca monta", nos dijo. Sin embargo,
concluyó por tomar la palabra.
Dijo entonces Antifón, que Pitodoro le había referido que cierto
día habían llegado a Atenas Parménides y Zenón, con motivo de la
celebración de las grandes fiestas Panateneas. Que Parménides era ya
de edad, y tenía el pelo casi blanco, pero de noble y bello aspecto,
pudiendo contar como sesenta y cinco años. Zenón se aproximaba a los
cuarenta; era bien formado y tenía el semblante agradable. Según se
decía, vivía en intimidad con Parménides. Moraban ambos en casa de
Pitodoro, fuera de muros, en el Cerámico.
Aquí fue adonde Sócrates y otros muchos concurrieron con la
esperanza de oír leer los escritos de Zenón. Éste y Parménides los
presentaron allí por primera vez. Sócrates era entonces muy joven.
Zenón leía, y, Parménides casualmente estaba ausente. Le lectura
llegaba a su término, cuando Pitodoro y Parménides entraron, llevando
consigo a Sócrates, que fue uno de los treinta. Poco pudo oír, pero ya
antes había oído a Zenón.
Sócrates, después de haber escuchado toda la lectura, suplicó
a Zenón que volviera a leer la primera proposición del primer libro; y
concluida esta segunda lectura, dijo:
—¿Cómo entiendes esto, Zenón? Si los seres son múltiples, es
preciso que sean a la vez semejantes o desemejantes. Pero esto es
imposible, porque lo que es desemejante no puede ser semejante, ni lo
que es semejante desemejante. ¿No es esto lo que quieres decir?
ZENÓN.—Sí.
SOCRATES.—Luego si es imposible que lo desemejante sea
semejante y lo semejante desemejante, es también imposible que las
cosas sean múltiples; porque si fuesen múltiples, se seguirían de aquí
consecuencias absurdas. ¿No es éste el objeto de tus razonamientos?
¿No intentas demostrar, contra la común opinión, que no hay
multiplicidad? ¿No ves que cada uno de tus argumentos es una prueba
de que existe; de manera que cuantos nías argumentos has empleado,
tantas más pruebas has dado de que hay multiplicidad? ¿Es esto lo que
dices, o habré comprendido mal?
ZENÓN.—Nada de eso; has penetrado perfectamente el
pensamiento general de mi libro.
SOCRATES.—Veo con claridad, Parménides, que entre Zenón
y tú no sólo hay el lazo de la amistad, sino el de la doctrina; porque él
expone poco más o menos las mismas cosas que tú, y sólo muda los
términos y se esfuerza en alucinarnos y persuadirnos de que lo que dice
es diferente. Tú dices en tus poemas que todo es uno, y aduces en su
apoyo bellas y excelentes pruebas; él dice que la pluralidad no existe, y
da también de ello numerosas y sólidas pruebas. De manera que
diciendo el uno que todo es uno, y el otro que nada es múltiple,
aparentáis decir cosas diferentes, cuando en el fondo son las mismas, y
con eso creéis alucinarnos.
ZENÓN.—Muy bien, Sócrates, pero aún no has comprendido mi
libro en toda su verdad. Semejante a los perros de Laconia, sigues
perfectamente la pista de mi discurso. Sin embargo, se te ha escapado
un punto principal, y es que mi libro no tiene tan altas pretensiones; y
que escribiendo lo que tú supones que he tenido en mi espíritu, no ha
sido mi intención el ocultarlo a las miradas de los hombres, como si
realizase una gran empresa. Pero hay otro punto que has visto con toda
claridad. Es perfectamente verdadero que este escrito ha sido
compuesto para apoyar a Parménides contra los que intentaban ponerle
en ridículo, diciendo que, si todo es uno, resultan de aquí mil
consecuencias absurdas y contradictorias. Mi libro es una réplica a la
acusación de los partidarios de la pluralidad. Les devuelvo sus
argumentos, y en mayor número; como que el objeto de mi libro es
demostrar que la hipótesis de la pluralidad es mucho más ridícula que la
de la unidad, para quien ve con claridad las cosas. Mi amor a la
discusión me hizo escribir esta obra cuando era joven; y como me la
robaron, no me fue posible examinar si debería dejarla correr para el
público. Te engañas por tanto, Sócrates, atribuyendo este libro a la ambición
de un viejo, cuando es la obra de un joven, amigo de la discusión.
Sin embargo; como ya te dije, no la has apreciado mal.
SOCRATES.—Estoy conforme; creo que es como dices, pero
respóndeme: ¿crees que existe en sí misma una idea de semejanza, y
de igual modo otra, en todo contraria, de desemejanza; que, existiendo
estas dos ideas, tú y yo y todas las demás cosas, que llamamos
múltiples, participamos de ellas; que las cosa, que participan de la
semejanza, se hacen semejantes en tanto y por todo el tiempo que
participan de ella; y que las que participan de la desemejanza se hacen
desemejantes; y que las que participan de las dos, se hacen lo uno y lo
otro a la vez? Si todas las cosas participan a la vez de estas dos ideas
contrarias, y si por esta doble participación son a la par semejantes y
desemejantes entre sí, ¿qué hay en esto de particular? Ciertamente, si
se me demostrase lo semejante haciéndose desemejante, o lo
desemejante haciéndose semejante, esto sí que me parecería
prodigioso. Pero que cosas, que participan de estas dos ideas, tengan
sus caracteres respectivos; esto, mi querido Zenón, de ninguna manera
me parecería absurdo; como no me parecería, si se me demostrase,
que todo es uno por participar de la unidad, y al mismo tiempo múltiple
por participar de la multiplicidad. Pero probar que la unidad misma es
multiplicidad, y la multiplicidad unidad; he aquí lo que sería una cosa
extraña. Otro tanto debe decirse de todo lo demás. Si se dijese que los
géneros y las especies experimentan modificaciones contrarias a su
esencia, sería una cosa sorprendente. Pero de ninguna manera me
sorprendería que alguno probara que yo soy uno y múltiple. Para
probar que soy múltiple, bastaría hacer ver que la parte de mi persona
que está a la derecha, es diferente de la que está a la izquierda; la que
está delante, de la que está detrás; la que está arriba, de la que está
abajo; con lo que creo participar de la multiplicidad. Y para probar que
soy uno, diría, que de siete hombres que están aquí presentes, yo soy
uno; de manera que yo participo de la unidad. Se probaría la verdad de
estas dos aserciones. Si se quisiese probar que mil cosas son a la vez
unas y múltiples, como piedras, maderas y otras semejantes, diremos
que se puede demostrar muy bien que estas cosas son unas y
múltiples; pero no que lo uno es lo múltiple, ni lo múltiple lo uno; y
añadiremos que lo que se da por sentado, lejos de sorprender a nadie,
lo concede todo el mundo. Pero si, como decía antes, se comenzase
por separar las ideas en sí mismas, por ejemplo, la semejanza y la
desemejanza, la unidad y la multiplicidad, el reposo y el movimiento, y
lo mismo todas las demás; si se probase, en seguida, que pueden
indistintamente mezclarse y separarse; he aquí, mi querido Zenón, lo
que me llenaría de asombro. Tú has razonado con valor; te lo confieso.
Pero lo que me admiraría mucho más, repito, sería que se me hiciese
ver la misma contradicción implicada en las ideas mismas; y que lo que
ya has practicado con las cosas visibles, lo extendieses a las que son
sólo accesibles al pensamiento.
Mientras que Sócrates se explicaba de esta manera, Pitodoro
creyó, por lo que me dijo, que Parménides y Zenón estaban
disgustados. Pero, por el contrario, ambos prestaban la mayor atención,
y se miraban muchas veces sonriéndose, como si estuvieran
encantados de Sócrates. Así es, que luego que éste cesó de hablar-,
Parménides exclamó:
—¡Oh Sócrates!, será poco cuanto se diga de tu celo por las
discusiones filosóficas. Pero dime; ¿distingues, en efecto, como acabas
de decir, de una parte las ideas mismas, y de otra, las cosas que
participan de las ideas? ¿Te parece que existe en sí una semejanza,
independiente de la semejanza que nosotros poseemos; y lo mismo
respecto de la unidad y la pluralidad, y de todas las demás cosas que
Zenón nombró antes?
SOCRATES.—Sí, ciertamente.
PARMENIDES.—¿Y quizá existe también alguna idea en sí de
lo justo, de lo bello, de lo honesto y de las demás cosas semejantes?
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, ¿te figuras una idea del hombre
distinta de nosotros mismos y de todos los que existimos; en fin, una
idea en sí del hombre, del fuego, del agua?
SOCRATES.—Parménides, me he encontrado muchas veces
en gran perplejidad tratándose de estas cosas; no sabiendo si era
preciso juzgar de ellas como de las precedentes, o de otra manera.
PARMENIDES.—Con respecto a estas otras cosas, Sócrates,
que podrían parecer ridículas, tales como el pelo, el lodo, la basura y
todo cuanto hay de indecente o innoble, ¿no encuentras la misma
dificultad? ¿Ha lugar o no a reconocer para cada una, una idea distinta,
que existe independientemente de los objetos, con los cuales estamos
en contacto?
SOCRATES.—Nada de eso; con relación a estos objetos, nada
existe más que lo que vemos. Temería incurrir en un gran absurdo, si
les atribuyese también ideas. Sin embargo; mi espíritu se ve turbado
algunas veces por este pensamiento: que lo que es verdadero respecto
a ciertas cosas, podría muy bien serlo de todas. Pero cuando tropiezo
con esta cuestión, me apresuro a huir de ella por miedo de caer y
perecer en un abismo de indagaciones frívolas. Fijo en las cosas que,
según hemos dicho, descansan en ideas, me detengo allí, y las
contemplo por despacio.
PARMENIDES.—Eres joven aún, Sócrates, y la filosofía no ha
tomado posesión de ti como lo hará un día, si yo no me engaño.
Entonces no despreciarás nada de cuanto existe. Ahora, a causa de tu
edad, sólo te fijas en la opinión de la generalidad de los hombres. Pero
dime: ¿te parece, como decías antes, que hay ideas que dan a las
cosas que de ellas participan su denominación; que, por ejemplo, las
cosas semejantes son las que participan de la semejanza; las grandes
las que participan de la grandeza; las justas y las bellas las que
participan de la justicia y de la belleza?
SOCRATES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Y bien; ¿lo que participa de una idea participa
de la idea entera, o sólo de una parte? A menos que no haya un tercer
modo de participación diferente de éste.
SOCRATES.—Imposible.
PARMENIDES.—¿Te parece que la idea está toda entera en
cada uno de los objetos múltiples, permaneciendo una, o cuál es tu
opinión?
SOCRATES.—¿Y qué impide, Parménides, que no esté toda
entera?
PARMENIDES.—La idea una e idéntica estará por tanto y a la
vez toda entera en una multitud de objetos, separados los unos de los
otros; y por consiguiente, ella estaría separada de sí misma.
SOCRATES.—Nada de eso; sino que así como la luz,
permaneciendo una e idéntica, está al mismo tiempo en muchos lugares
diferentes, sin estar separada de sí misma, así cada idea está a la vez
en muchas cosas, y no por eso deja de ser una sola y misma idea.
PARMENIDES.—No se puede discurrir mejor, Sócrates, para
hacer ver que una sola y misma cosa está a la vez en muchos lugares;
lo cual es lo mismo que si, extendida una tela sobre muchos hombres,
se dijese que estaba toda entera sobre muchos. ¿No es esto poco más
o menos lo que concibes en tu espíritu?
SOCRATES.—Quizá.
PARMENIDES.—¿Y estará la tela toda entera sobre cada uno,
o solamente una parte?
SOCRATES.—Sólo una parte.
PARMENIDES.—Luego, Sócrates, las ideas mismas son
divisibles; puesto que las cosas, que participan de ellas, sólo participan
de una parte de cada idea; y la idea no está toda entera en cada cosa,
sino sólo una parte de la idea.
SOCRATES.—Parece que así es.
PARMENIDES.—Dirás, pues, Sócrates, que la idea, siendo
una, se divide en efecto. ¿Y qué, dividiéndose, permanece una?
SOCRATES.—De ninguna manera.
PARMENIDES.—Considera lo que vas a decir. Si divides la
magnitud en sí, y dices que cada una de las cosas grandes lo es a
causa de una parte de la magnitud, más pequeña que la magnitud en sí,
¿no será esto un absurdo manifiesto?
SOCRATES.—Sin duda alguna.
PARMENIDES.—Pero un objeto cualquiera, que sólo
participase de una pequeña parte de igualdad, ¿podría por esta
pequeña parte, menor que la igualdad misma, ser igual a ninguna otra
cosa?
SOCRATES.—Imposible.
PARMENIDES.—Supongamos que alguno de nosotros tiene en
sí una parte de la pequeñez. Lo pequeño en sí es más grande que esta
parte, puesto que esta parte es una parte de lo pequeño en sí. He aquí,
pues, lo pequeño en sí, que es más grande que otra cosa. Y por otra
parte, el objeto al que se añade lo que se ha quitado a lo pequeño en sí,
se hace más pequeño, en lugar de hacerse más grande que antes.
SOCRATES.—Eso no puede concebirse.
PARMENIDES.—¿De qué modo participarán las demás cosas
de las ideas, si no participan, ni de las ideas enteras, ni de sus partes?
SOCRATES.—¡Por Júpiter! Eso no me parece fácil de explicar.
PARMENIDES.—Y bien; ¿qué dices de esto?
SOCRATES.—¿De qué?
PARMENIDES.—He aquí lo que a mi juicio te hace juzgar que
la idea es una. Cuando muchas cosas grandes se te presentan, si las
consideras todas a la vez, te parecen tener un carácter común, que es
uno; de donde concluyes, que la magnitud es una.
SOCRATES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Pero si abrazas todo a la vez con tu
pensamiento, la magnitud en sí y las cosas grandes, ¿no verás
aparecer una nueva magnitud, también una, en virtud de la que todo lo
demás parece grande?
SOCRATES.—Así parece.
PARMENIDES.—Así, pues, se mostraría una nueva idea de
magnitud sobre la magnitud en sí, y sobre las cosas que participan de
esta magnitud; después, sobre todo esto, otra magnitud aún, a causa de
la que todo lo demás será grande; de suerte que cada idea no será ya
unidad, sino una multitud indefinida.
SOCRATES.—Pero, Sócrates, quizá cada idea es sólo una
concepción, que únicamente existe en el espíritu. De esta manera, cada
idea será una, sin que resulte ningún absurdo.
PARMENIDES.—Pero ¿cómo cada una de estas concepciones
ha de ser una, no siendo ellas la concepción de nada?
SOCRATES.—Imposible.
PARMENIDES.—¿Luego serían la concepción de algo?
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.—¿De algo que existe, o que no existe?
SOCRATES.—Que existe.
PARMENIDES.—Y esta concepción, ¿no es la de una cosa
una, concebida como la forma, también una, de una multitud de
objetos?
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.—Por consiguiente; ¿no será la idea esta cosa
concebida como una, y como permaneciendo la misma, en medio de la
multitud?
SOCRATES.—Eso parece evidente.
PARMENIDES.—¡Y qué! Si las demás cosas participan de las
ideas, como tú dices, ¿no es igualmente preciso, o que todas las cosas
sean concepciones y conciban, o que, siendo concepciones, no
conciban?.
SOCRATES.—Pero eso no tiene sentido, Parménides. Más
bien creo que las cosas pasan de esta manera: las ideas son como
modelos que existen en la naturaleza en general; las demás cosas se
les parecen, son copias; y la participación de las cosas en las ideas, no
es más que la semejanza de las unas con las otras.
PARMENIDES.—Si una cosa se parece a una idea, ¿puede
dejar esta idea de parecerse a su copia, precisamente en la medida y
hasta el punto que se le parece? ¿O bien hay algún medio de hacer que
lo semejante no sea semejante a lo semejante?
SOCRATES.—No lo hay.
PARMENIDES.—¿No es absolutamente necesario que lo
semejante participe de la misma idea de su semejante?
SOCRATES.—Absolutamente.
PARMENIDES.—¿Y no es esta idea la que hace que los
semejantes se hagan semejantes?
SOCRATES.—Nada más cierto.
PARMENIDES.—No es, pues, posible que una cosa se parezca
a la idea, ni la idea a otra cosa. De otra manera, por cima de la idea,
aparecería otra idea; y si ésta se parecía a alguna cosa, aun otra idea; y
así no se cesaría nunca de tener una nueva idea, si esta idea se
parecía a aquello que participa de ella.
SOCRATES.—Es la pura verdad.
PARMENIDES.—No es, por tanto, por medio de la semejanza
por la que las cosas participan de las ideas; y es preciso indagar otro
modo de participación.
SOCRATES.—Conforme.
PARMENIDES.—Ya ves, mi querido Sócrates, las dificultades
que surgen, desde que se admiten las ideas como existentes por sí
mismas.
SOCRATES.—Sí, verdaderamente.
PARMENIDES.—Es preciso que sepas que no has puesto, por
decirlo así, el dedo en la dificultad que hay en sentar y establecer que
existe una idea distinta para cada uno de los seres.
SOCRATES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Entre otras muchas objeciones, yo escogí sólo
la principal. Al que intentara decir: es imposible conocer las ideas, si son
tales como pretendéis, no habría ningún medio de probarle que está en
el error, a no tener mucha experiencia en estas materias, estar dotado,
de felices disposiciones por la naturaleza, y dispuesto a seguir hasta lo
último, al adversario en sus argumentos y demostraciones. Sin esto, no
es posible convencer al que pretendiese que las ideas no son susceptibles
de ser conocidas.
SOCRATES.—¿Por qué, Parménides?
PARMENIDES.—Porque, mi querido Sócrates, imagino que tú y
todo el que reconoce para cada cosa una esencia como existente en sí
misma, convendréis, por el pronto, en que ninguna de estas esencias
existe en nosotros.
SOCRATES.—¿Cómo, en efecto, podría en este caso existir en
sí misma?
PARMENIDES.—Muy bien. Por consiguiente, las ideas, que
deben a sus relaciones recíprocas el ser lo. que ellas son, tienen su
esencia con relación a ellas mismas y no a las cosas que nos rodean,
sean copias, o de cualquiera otra naturaleza; y de las que nosotros
participamos y de donde tomamos nuestro nombre. En cuanto a las
cosas que nos rodean, y que se llaman con los mismos nombres que
las ideas, no tienen relaciones sino entre sí, y no con las ideas; y deben
su existencia a sí mismas, y no a las ideas que llevan estos nombres.
SOCRATES.—¿Qué quieres decir con eso?
PARMENIDES.—Por ejemplo; si alguno es esclavo o dueño;
esclavo, no será el esclavo del dueño en sí; ni dueño, el dueño del
esclavo en sí; será el dueño o el esclavo de un hombre. Por el contrario;
el señorío en sí se referirá a la esclavitud en sí; e igualmente la esclavitud
al señorío. Pero las cosas, que están en nosotros, no tienen
relaciones con las ideas, ni las ideas con nosotros; las ideas se refieren
únicamente a las ideas; y las cosas, que nos rodean, únicamente a sí
mismas. ¿Comprendes lo que quiero decir?
SOCRATES.—Lo comprendo perfectamente.
PARMENIDES.—¿Luego la ciencia en sí es la ciencia de la
verdad en sí?
SOCRATES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Y cada una de las ciencias en sí, es la ciencia
de cada uno de los seres en sí; ¿no es así?
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.― —¿Y la ciencia que está en nosotros, no será
la ciencia de la verdad que está en nosotros? ¿Y cada una de las
ciencias que están en nosotros, no será la ciencia de cada uno de los
seres que están entre nosotros?
SOCRATES.—Así es preciso.
PARMENIDES.—Pero ¿convienes ya en que no poseemos las
ideas mismas, y en que no pueden estar en nosotros?
SOCRATES.—No pueden.
PARMENIDES.—Pero ¿no es por la idea de la ciencia en sí, por
la que pueden ser conocidos los géneros en sí mismos?.
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.—Idea que nosotros no poseemos.
SOCRATES.—No.
PARMENIDES.—No conocemos ninguna idea, puesto que no
participamos de la ciencia en sí.
SOCRATES.—Parece que no.
PARMENIDES.—No conocemos lo bello en sí, ni el bien, ni
ninguna de las cosas que consideramos como ideas existentes por sí
mismas.
SOCRATES.― —Lo temo.
PARMENIDES.—Pero atiende; he aquí una dificultad muy
grave.
SOCRATES.—¿Cuál?
PARMENIDES.—Si existe una idea de la ciencia, ¿no es
evidente que es mucho más perfecta que nuestra ciencia propia? ¿Y no
puede decirse lo mismo de la belleza y demás cosas semejantes?
SOCRATES.—Sí.
PARMENIDES.—Por tanto; si algún ser participa de la ciencia
en sí, ¿hay otro que tenga más títulos que el dios para poseer la ciencia
perfecta?
SOCRATES.—Imposible.
PARMENIDES.—Y bien; ¿podrá el dios conocer las cosas que
nos rodean por medio de esta ciencia?
SOCRATES.—¿Por qué no?
PARMENIDES.—Es que, mi querido Sócrates, hemos
convenido en que las ideas no tienen relaciones con las cosas que nos
rodean, ni estas cosas con las ideas; sino que sólo las tienen las ideas
con las ideas y las cosas con las cosas.
SOCRATES.—Estamos conformes.
PARMENIDES.—Por consiguiente; si el dios tiene el dominio
perfecto y la ciencia perfecta, ni su poder nos dominará nunca, ni su
ciencia nos conocerá jamás, ni a nosotros, ni a las cosas que nos
rodean; pero así como nuestra posición no nos da ningún poder sobre
los dioses, y nuestra ciencia ningún conocimiento de lo que les
concierne, por la misma razón los dioses no son nuestros dueños, ni
conocen las cosas humanas, por más que sean dioses.
SOCRATES.—Pero ¿no es un razonamiento extravagante el
que quita a los dioses la facultad de conocer?
PARMENIDES.—Sin embargo, Sócrates, estas y otras
consecuencias son inevitables, desde el momento en que se admite,
que existen ideas de los seres en sí, y se intenta determinar la
naturaleza de cada idea; de suerte que el que se propone enunciar esta
opinión, se ve muy embarazado y puede sostener, o que tales ideas no
existen, o que si existen, es imposible que sean conocidas por la
naturaleza humana. Y hablando de esta manera, parece hablar bien; y
como nosotros lo decíamos, es singularmente difícil sacarle de su error.
Sería preciso un hombre dotado de las cualidades más brillantes, para
que pudiese comprender que a cada cosa corresponde un género y una
esencia que existe por sí misma; y sería preciso un hombre más
admirable aún, para poder descubrir estas verdades y enseñarlas a
otros, hasta el punto de procurar un conocimiento profundo y completo
de ellas.
SOCRATES.—Estoy de acuerdo contigo, Parménides; y tus
palabras responden perfectamente a mi pensamiento..
PARMENIDES.—Sin embargo, Sócrates; si se negase que hay
ideas de los seres, en vista de las dificultades que acabamos de
exponer y otras semejantes; si se dejase de asignar a cada uno de ellos
una idea determinada, no sabría uno a donde dirigir su pensamiento, no
pudiendo ya aplicar cada ser a una idea, siempre la misma y siempre
subsistente; y desaparecería hasta la conversación, porque se haría
imposible. Me parece que comprendes bien esto.
SOCRATES.—Dices verdad.
PARMENIDES.—¿Qué partido tomarás con respecto a la
filosofía; y adonde te dirigirás en medio de esta ignorancia?
SOCRATES.—En este momento no lo sé.
PARMENIDES.—Eso consiste, mi querido Sócrates, en que te
atreves, antes de estar suficientemente ejercitado, a definir lo bello, lo
justo, lo bueno, y las demás ideas. Ya, últimamente, te hice esta
observación, oyéndote discutir aquí con mi querido Aristóteles. Es muy
bello y hasta divino, sírvate de gobierno, ver el ardor con que te
entregas a las indagaciones filosóficas; pero es preciso, mientras que
eres joven, poner tu espíritu a Prueba, y ejercitarte en lo que la multitud
juzga inútil y llama una vana palabrería; y de no hacerlo así, se te
escapará la verdad.
SOCRATES.—¿De qué clase de ejercicio hablas, Parménides?
PARMENIDES.—Del que Zenón acaba de mostrarte. Salvo un
punto, sin embargo; porque me entusiasmé, cuando te oí decirle, que
querrías más que la discusión rodara, no sobre las cosas visibles, sino
sobre las que sólo son perceptibles por la razón, y pueden ser consideradas
como ideas.
SOCRATES.—En efecto; me parece que, siguiendo el método
de Zenón, no es difícil mostrar los seres semejantes y desemejantes, y
dotados de o.ros muchos caracteres opuestos.
PARMENIDES.—Perfectamente. Pero es preciso añadir algo a
lo que propones. Para ejercitarte completamente, no basta suponer, que
cada idea existe, y examinar las consecuencias de esta hipótesis; es
preciso también suponer, que no existe.
SOCRATES.—¿Qué quieres decir con eso?
PARMENIDES.― ^-Tomemos por ejemplo, si quieres, la
hipótesis de Zenón: si la pluralidad existe, ¿qué sucederá con la
pluralidad misma relativamente a sí misma, y relativamente a la unidad;
y con la unidad relativamente a sí misma y relativamente a la
pluralidad? Y bien; te será preciso aún suponer, que la pluralidad no
existe, y examinar lo que sucederá con la unidad y con la pluralidad
relativamente a sí mismas ya sus contrarias. En la misma forma, si
supones sucesivamente que la semejanza existe o no existe, te será
preciso examinar lo que sucederá en una y otra hipótesis, tanto a las
ideas que supones que existen o que no existen, como a las demás
ideas, ya con relación a sí mismas, ya en la relación de las unas con las
otras. En igual forma tendrás que proceder respecto de la desemejanza,
el movimiento y el reposo, el nacimiento y la muerte, y el ser y el no-ser.
En una palabra, cualquiera que sea la cosa que supongas existiendo o
no existiendo, o experimentando cualquiera otra modificación, debes
indagar lo que la sucederá con relación a sí misma, con relación a cada
una de las otras cosas que quieras considerar, o con relación a muchos
o a todos los objetos; y después de esto, examinando a su vez las
demás cosas, debes también indagar lo. que les sucederá con relación
a sí mismas, y con relación a cualquier otro objeto que quieras
considerar, ya supongas que tales cosas existen o que no existen. Sólo
procediendo de este modo te ejercitarás de una manera completa y
discernirás claramente la verdad.
SOCRATES.—Es un trabajo muy arduo el que me propones,
PARMENIDES; y no estoy seguro de comprenderlo bien. Pero ¿por qué no
me desenvuelves tú alguna hipótesis, para darte mejor a entender?
PARMENIDES.—Sócrates, no es poca cosa la que pides, para
un hombre de mi edad.
SOCRATES.—Pero tú, Zenón, ¿por qué no tomas la palabra?
ZENÓN.—Sócrates, pidamos eso mismo a Parménides. No es
cosa fácil el ejercicio de que habla; y quizá no conoces la tarea que
quieres imponernos. Si hubiera aquí más gente, no debería hacérsele
esta petición; porque no le convendría desenvolver esta materia delante
de la multitud, sobre todo atendiendo a su edad.
Habiendo hablado de esta manera Zenón, Antifón citando a
Pitodoro, refirió que éste, Aristóteles y demás suplicaron a Parménides
que les diera un ejemplo de lo que acababa de exponer, y que no se
negara a ello. Entonces dijo:
PARMENIDES.—Es preciso obedecer; y, sin embargo, yo me
encuentro en el mismo caso que el caballo de Íbico, que había vencido
muchas veces, pero que se había hecho viejo; y así cuando se le uncía
al carro, temía por experiencia el resultado. Refiriéndose a esta imagen,
el poeta dice, que a pesar de sí mismo, anciano ya, sufre aún el yugo
del amor. Yo igualmente tiemblo al considerar que, viejo como soy,
tendré, que pasar a nado una multitud de discusiones. Sin embargo; es
preciso complaceros, puesto que Zenón mismo lo pide, y ya que
estamos solos. ¿Por dónde empezaremos y qué hipótesis sentaremos
desde luego? ¿Queréis, puesto que ya es irremediable esta difícil
jugada, que comience por mí y por mi propia hipótesis, poniendo por
delante la unidad, y examinando lo que sucederá, ya existiendo lo uno,
ya no existiendo?
ZENÓN.—Perfectamente.
PARMENIDES.—¿Quién me responderá? ¿El más joven? Será
indudablemente el que me dará menos que hacer, y el que me
responderá más sinceramente. Con él tendré la ventaja de poder
descansar.
ARISTÓTELES.—Yo estoy dispuesto, Parménides, porque a mi
te refieres, puesto que soy el más joven. Interroga y te responderé.
PARMENIDES.—Sea así. Si lo uno existe, no es una multitud.
ARISTÓTELES.—¿Cómo podría ser?
PARMENIDES.—Lo uno no tiene partes y no es por tanto un
todo.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—La parte es la parte de un todo.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—¿Y el todo mismo? ¿No llamamos un todo a
aquello a que no falta ninguna parte?
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—De todas maneras, pues, lo uno se
compondrá de partes, como todo y como compuesto de partes.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—De todas maneras entonces lo uno sería una
multitud, y no uno.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Pero es preciso que lo uno sea, no una
multitud, sino uno.
ARISTÓTELES.—Es preciso.
PARMENIDES.—Si lo uno es uno, no será un todo; y no tendrá
partes.
ARISTÓTELES.—No,
PARMENIDES.—Por consiguiente, no teniendo partes lo uno,
no tendrá tampoco principio, ni fin, ni medio, porque estos serían partes.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Pero el principio y el fin son los límites de una
cosa.
ARISTÓTELES.—Incontestablemente.
PARMENIDES.—Lo uno es, pues, ilimitado, y no tiene principio
ni fin.
ARISTÓTELES.—Es ilimitado.
PARMENIDES.—Lo uno no tiene figura, porque no es recto, ni
redondo.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—¿No es lo redondo aquello cuyos puntos
extremos están por todas partes a igual distancia del medio?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y lo recto, ¿no es aquello cuyo medio está
entre los dos extremos?
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Por consiguiente; lo uno tendría partes y sería
una multitud, si tuviese figura, redonda o recta.
ARISTÓTELES.—Evidentemente.
PARMENIDES.—Luego lo uno no es recto, ni redondo, puesto
que no tiene partes.
ARISTÓTELES.—Muy bien.
PARMENIDES.—Pero siendo así, no está en ninguna parte;
porque no puede estar en otra cosa, ni en sí mismo.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si estuviese en otra cosa, estaría rodeado por
todas partes como, en un círculo, y tendría contacto por mil parajes. Es
imposible que lo que es uno, sin partes y no participa nada del círculo,
sea tocado en mil parajes circularmente.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Si estuviese en sí mismo, él mismo se
rodearía, sin ser, sin embargo, otro que él mismo; puesto que en sí
mismo es donde estaría; porque es imposible que una cosa esté en
otra, sin estar rodeada por ella.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Por consiguiente lo que rodea será distinto de
lo que es rodeado; porque una sola y misma cosa no puede, toda ella,
hacer y sufrir al mismo tiempo la misma cosa; lo uno no sería ya uno,
sino dos.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Lo uno no está en ninguna parte, no estando
en sí mismo, ni en otra cosa.
ARISTÓTELES.—En ninguna parte.
PARMENIDES.—Mira ahora, si no estando en ninguna parte,
estará en reposo o en movimiento.
ARISTÓTELES.—¿Por qué no?
PARMENIDES.—Si está en movimiento, es preciso que lo uno
sea trasportado o alterado; porque no. hay otra clase de movimiento.
ARISTÓTELES.—Dices verdad.
PARMENIDES.—Si lo uno es alterado en su naturaleza, es
imposible que continúe siendo uno.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Por consiguiente, no se mueve por alteración.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—¿Será por traslación?
ARISTÓTELES.—Quizá.
PARMENIDES,—Si fuese por traslación, sería transportado
circularmente, girando sobre sí mismo; o bien pasaría de un lugar a
otro.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Si gira circularmente sobre sí mismo, es
necesario que se apoye sobre su centro, y que tenga además otras
partes, a saber: las que se mueven alrededor de este centro. Porque lo
que no tiene medio, ni partes, ¿cómo podría moverse en círculo
alrededor de este centro?
ARISTÓTELES.—No podría.
PARMENIDES.—Si muda de lugar, pasa sucesivamente de un
sitio a otro; y así es como se mueve.
ARISTÓTELES.—Convengo en ello.
PARMENIDES.—¿No nos pareció imposible que lo uno
estuviese en alguna parte y en alguna cosa?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—¿Y no es más imposible, que lo uno entre en
cosa alguna?
ARISTÓTELES.—Lo creo así.
PARMENIDES.—Cuando una cosa entra en otra, ¿no es de
toda necesidad que no esté dentro de ella mientras no llegue a entrar, y
que no esté enteramente fuera de ella después de haber entrado?
ARISTÓTELES.—Es necesario.
PARMENIDES.—Pero esto sólo puede verificarse en una cosa
que tenga partes, porque sólo ésta puede estar a la vez dentro y fuera.
Por el contrario, la que no tiene partes, no puede en manera alguna
encontrarse a la vez y por entero dentro y fuera de otra cosa.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—¿Pero no es aún más imposible, que lo que no
tiene partes, ni es un todo, entre en alguna parte, ni por partes, ni en
totalidad?
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—Lo uno no muda, pues, de lugar, ni yendo a
ninguna parte, ni entrando en ninguna cosa, ni girando sobre sí mismo,
ni mudando de naturaleza.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Lo uno no tiene ninguna clase de movimiento;
es absolutamente inmóvil.
ARISTÓTELES.—Es inmóvil.
PARMENIDES.—Por otra parte, sostenemos que es imposible
que lo uno esté en ninguna cosa.
ARISTÓTELES.—Así lo decimos.
PARMENIDES.—No subsiste nunca en el mismo lugar.
ARISTÓTELES.—¿Por qué?
PARMENIDES.—Porque entonces" subsistiría en un lugar
dado.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Lo uno no puede estar, ni en sí mismo, ni en
otra cosa.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Lo uno nunca está en el mismo lugar.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero no estando nunca en el mismo lugar, no
es fijo, no tiene nada de estable.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Luego lo uno, a lo que parece, no está, ni en
reposo, ni en movimiento.
ARISTÓTELES.—Eso es claro.
PARMENIDES.—Tampoco es idéntico a otro, ni a sí mismo; ni
es distinto tampoco ni de sí mismo, ni de otro.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si fuese distinto de sí mismo, sería distinto de
lo uno; y no sería lo uno.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Si lo uno fuese el mismo que lo otro, sería
este otro y no sería él mismo; de suerte que en este caso también, no
sería ya lo que él es, a saber, lo uno, sino distinto que lo uno.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.― —Luego no puede ser ni lo mismo que otro,
ni otro que él mismo.
ARISTÓTELES.—Tienes razón.
PARMENIDES.—Pero no será distinto que otro, en tanto que
sea uno; porque no es a lo uno a quien toca ser distinto que cualquiera
otro, sino que pertenece a lo otro y a lo otro exclusivamente.
ARISTÓTELES.—Así lo pienso.
PARMENIDES.—En tanto que él es uno, no será otro. ¿No lo
crees así?
ARISTÓTELES.—Lo creo.
PARMENIDES.—Si no es otro por este rumbo, no lo es por sí
mismo; y si no lo es por sí mismo, no lo es él mismo. Y no siendo él
mismo otro de ninguna manera, no puede ser otro absolutamente.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Lo uno no será tampoco lo mismo que él
mismo.
ARISTÓTELES.—¿Cómo puede ser eso?
PARMENIDES.—Porque la naturaleza de lo uno, no es la de lo
mismo.
. ARISTÓTELES.—¿Qué es lo que dices?
PARMENIDES.—Que lo que se hace lo mismo que una cosa,
no se hace uno.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Lo que se hace o deviene lo mismo que
muchas cosas, necesariamente se hace muchos, y no uno.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Si entre lo uno y lo mismo no hubiese
diferencia, lo que se hiciese lo mismo, se haría siempre uno; y lo que se
hiciese uno, se haría siempre lo mismo.
ARISTÓTELES.—No hay duda.
PARMENIDES.—Si lo uno es lo mismo que él mismo, no será
uno por sí mismo; y por consiguiente será uno, sin ser uno.
ARISTÓTELES.—Pero eso es imposible.
PARMENIDES.—Luego es imposible que lo uno sea otro que lo
otro, y lo mismo que él mismo.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Por consiguiente; lo uno no puede ser, ni lo
otro, ni lo mismo que él mismo y que otro.
ARISTÓTELES.― —No.
PARMENIDES.—Pero lo uno no será tampoco semejante ni
desemejante, ni a sí mismo, ni a otro.
ARISTÓTELES.—¿Por qué?
PARMENIDES.—Porque lo semejante participa en cierta
manera de lo mismo.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Ahora bien; ya hemos visto que lo mismo es
de otra naturaleza que lo uno.
ARISTÓTELES.—Sí, lo hemos visto.
PARMENIDES.—Pero si lo uno participase de una manera de
ser diferente de lo uno, resultaría que era más que uno; lo cual es
imposible.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por tanto, lo uno no puede ser lo mismo que
otro, ni que él mismo.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Por consiguiente, no puede ser semejante, ni
a otro, ni a sí mismo.
ARISTÓTELES.—Probablemente.
PARMENIDES.—Pero lo uno no puede tampoco, participar de
lo otro, porque resultaría que sería más que uno.
ARISTÓTELES.—Más que uno, en efecto.
PARMENIDES.—Ahora bien; lo que participa de lo otro,
relativamente a sí, o a otra cosa, es desemejante de sí y de otra cosa, si
es cierto que lo que participa de lo mismo es semejante.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—De donde se sigue, que lo uno, no
participando en manera alguna de lo otro, según parece, no es en
manera alguna desemejante, ni de sí mismo, ni de otro.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Luego lo uno no es semejante ni a otro, ni a sí
mismo, ni tampoco desemejante.
ARISTÓTELES.—Lo creo.
PARMENIDES.—Siendo esto así, lo uno no es igual, ni
desigual, ni a sí mismo, ni a otro.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si es igual a otra cosa de la misma medida
que la cosa a la que es igual.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Si es más grande o más pequeño que las
cosas respecto de las que es conmensurable, contendrá más veces la
medida común que las que son más pequeñas; y menos veces que las
que son más grandes.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—En cuanto a las cosas, respecto de las que no
es conmensurable, contendrá medidas más grandes que las unas, o
más pequeñas que las otras.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero ¿no es imposible que lo que no participa
de lo mismo, tenga la misma medida que otra cosa, sea la que sea?
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Lo uno, por tanto, no es igual a sí mismo, ni a
otro, no siendo de la misma medida.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Y si él contuviese medidas más grandes o
más pequeñas, contendría tantas partes, cuantas medidas tuviese; y de
esta manera ya no sería uno, y encerraría en sí tantos elementos como
medidas.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Si no contuviese más que una sola medida,
sería igual a la medida; pero ya hemos visto que es imposible que sea
igual a ninguna cosa.
ARISTÓTELES.—Así nos ha parecido.
PARMENIDES.—Por consiguiente; si lo uno, no participando de
una sola medida, ni de un mayor número, ni de uno menor de medidas,
ni tampoco de lo mismo; lo uno, digo, no será igual ni a sí mismo, ni a
ninguna otra cosa; así como no será, ni más grande, ni más pequeño
que él mismo, ni que ninguna otra cosa.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, ¿piensas que lo uno pueda ser
más viejo o más joven, o de la misma edad que cualquiera otra cosa?
ARISTÓTELES.—¿Por qué no?
PARMENIDES.—Porque si fuese de la misma edad que él
mismo o que otro, participaría de la igualdad y de la semejanza del
tiempo; pero ya hemos dicho, que lo uno no admite la igualdad, ni la
semejanza.
ARISTÓTELES.—Lo hemos dicho.
PARMENIDES.—Tampoco participa de la desemejanza, ni de la
desigualdad, según también hemos dicho.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Siendo esto así, ¿cómo podría ser más viejo o
más joven, o de la misma edad que cualquiera otra cosa?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Luego lo uno no es más viejo, ni más joven, ni
de la misma edad que él mismo, o que otro.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Si es tal su naturaleza, lo uno no puede estar
en el tiempo; porque lo que está en el tiempo, necesariamente se hace
siempre más viejo que ello mismo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Y lo que es más viejo, ¿no es siempre más
viejo que cualquiera otra cosa más joven?
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo que se hace más viejo
que ello mismo, se hace a la vez más joven que ello mismo; puesto que
debe haber en ello una cosa con relación a la que se haga más viejo.
ARISTÓTELES.—¿Qué quiere decir eso?
PARMENIDES.—Lo siguiente: una cosa no puede decirse o
hacerse diferente de otra, de que ya es diferente; ella es diferente de
otra cosa que es actualmente diferente de ella; se ha hecho diferente de
una cosa hecha ya diferente; debe ser diferente de una cosa que debe
serlo; pero ella no se ha hecho, no debe ser, no es, diferente de una
cosa que se hace tal; ella se hace diferente por sí misma, y a esto está
reducido todo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo más viejo es una diferencia relativamente a
lo más joven y no otra cosa.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo que se hace más viejo
que ello mismo, necesariamente se hace al mismo tiempo más joven
que ello mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Es imposible que una cosa devenga o se
haga, en cuanto al tiempo, más grande o más pequeña que ella misma;
pero ella se hace, es, se ha hecho, se hará igual a sí misma en cuanto
al tiempo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Es, pues, necesario, al parecer, que todo lo
que está en el tiempo y que participa de él, sea de la misma edad que
ello mismo, y a la vez más viejo y más joven que ello mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Ahora bien; ninguna de estas maneras de ser
convienen a lo «uno.
ARISTÓTELES.—Ninguna.
PARMENIDES.—No tiene ninguna relación con el tiempo, ni
está en ningún tiempo.
ARISTÓTELES.—Es preciso admitirlo bajo la fe del
razonamiento.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, era, se hizo, se ha hecho; ¿no
parecen expresar estas palabras que lo que se ha hecho participa del
tiempo pasado?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Más aún; estas otras palabras: será, devendrá
o se hará, habrá devenido o será hecho, ¿no expresan una
participación en el tiempo que ha de venir?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Es, deviene o se hace, ¿no expresan lo
mismo con relación al tiempo presente?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Si lo uno no participa en manera alguna de
ningún tiempo, nunca se hizo, ni fue hecho, ni era; en lo presente no es
hecho, ni se hace, ni es: y para lo futuro no se hará, ni habrá de
hacerse, ni será.
ARISTÓTELES.—Es la pura verdad.
PARMENIDES.—¿Es posible participar del ser de otro modo
que de alguna de estas maneras?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Lo uno no participa entonces en manera
alguna del ser.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—¿Luego lo uno no existe en manera alguna?
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Luego lo uno no puede tampoco ser uno;
porque en este caso sería un ser y participaría del ser. Por
consiguiente; si nos atenemos a esta demostración, lo uno no es uno, y,
lo que es más, no existe.
ARISTÓTELES.—Temo que así sea.
PARMENIDES.—¿Es posible que haya alguna cosa que nazca
de lo que no es o vaya a lo que no es?
ARISTÓTELES.—¿Cómo sería posible?
PARMENIDES.—Para una cosa semejante, no hay nombre, ni
discurso, ni ciencia, ni sucesión, ni opinión.
ARISTÓTELES.—Eso resulta.
PARMENIDES.—No puede ser nombrada, ni expresada, ni
juzgada, ni conocida, ni hay un ser que pueda sentirla.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero ¿es posible que suceda esto con lo uno?
ARISTÓTELES.—No puedo creerlo.
PARMENIDES.—¿Quieres que volvamos atrás, y tomemos
nuestra hipótesis desde el principio, para ver si las cosas se nos
presentan con más claridad?.
ARISTÓTELES.—Ciertamente lo deseo.
PARMENIDES.—Si lo uno existe, decimos ahora, cualesquiera
que sean las consecuencias de su existencia, es preciso admitirlas. ¿No
es verdad?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Examinémoslo refiriéndonos al punto de
partida. Si lo uno existe, ¿es posible que exista sin participar del ser?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—El ser de lo uno existe, pues, sin confundirse
con lo uno. Porque de otra manera este ser no sería el de lo uno; lo uno
no participaría de él, y sería lo mismo decir lo uno existe o lo uno uno.
Ahora bien, la hipótesis, cuyas consecuencias tratamos de indagar, no
es la de lo uno uno, sino la de lo uno que existe. ¿No es cierto?
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Nosotros consideramos que es o existe,
significa otra cosa que lo uno.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo uno participa del ser; he aquí lo que
expresamos sumariamente cuando decimos que lo uno es o existe.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Si lo uno existe, volvamos a exponer lo que
deberá seguirse. Examina si no es una necesidad de nuestra hipótesis,
que, siendo lo uno de la manera que decimos, tenga partes.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—De esta manera; si el existe se dice de lo uno
que existe, y el uno del ser uno, y si el ser y lo uno no son la misma
cosa, pero pertenecen igualmente a esta cosa que hemos supuesto,
quiero decir, a lo uno que existe, ¿no hay precisión de reconocer que lo
uno que existe, es un todo, del cual lo uno y el ser son partes?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—¿Es preciso llamar a cada parte simplemente
una parte, o decir, que la parte es la parte de un todo?
ARISTÓTELES.—Es la parte de un todo.
PARMENIDES.—¿Y un todo es lo que es uno y que tiene
partes?
ARISTÓTELES.― —Precisamente.
PARMENIDES.—¡Pero qué! ¿Estas dos partes de lo uno que
existe, a saber, lo uno y el ser, se separan alguna vez la una de la otra,
lo uno del ser y el ser de lo uno?
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Por consiguiente; cada una de estas dos
partes comprende también lo uno y el ser; de suerte, que la parte más
pequeña contiene otras dos. El mismo razonamiento puede proseguirse
sin que tenga término. No existen partes sin que cada una deje de
encerrar dos; es lo uno encerrando siempre el ser, y el ser siempre lo
uno. De esta manera cada uno de ellos es siempre dos y nunca uno.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Luego lo uno que existe, es una multitud
infinita.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Mira ahora por este otro lado.
ARISTÓTELES.—¿Por dónde?
PARMENIDES.—Decíamos que lo uno participa del ser, y por
esto existe.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por esta razón, lo uno que existe nos ha
parecido múltiple.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Pero este mismo uno, que, según decíamos,
participa del ser, si nos le representamos sólo en sí mismo,
independientemente de aquello de que él participa, ¿nos parecerá
simplemente uno o múltiple?
ARISTÓTELES.—Me parece que uno.
PARMENIDES.—Veamos, pues. Necesariamente una cosa es
el ser de lo uno, y otra lo uno mismo; puesto que lo uno no es el ser,
sino que, en tanto que uno, participa del ser.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Luego si una cosa es el ser y otra lo uno, no
es por la unidad por la que lo uno es otra cosa que el ser, ni por el ser
que el ser es distinto que lo uno; sino que es por lo otro por lo que ellos
difieren.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—De suerte que lo otro no se confunde, ni con
lo uno, ni con el ser.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero si tomamos juntos a tu elección el ser y
lo otro, o el ser y lo uno, o lo uno y lo otro, ¿lo que hubiéremos tomado
en cada uno de estos casos, no será designado justamente por la
expresión ambos?
ARISTÓTELES.—¿Qué dices?.
PARMENIDES.—Lo siguiente. ¿Se puede nombrar el ser?
ARISTÓTELES.—Se puede.
PARMENIDES.—¿Y también lo uno?
ARISTÓTELES.—También.
PARMENIDES.—¿No se les nombra lo uno y lo otro?
ARISTÓTELES.—Sí. •
PARMENIDES.—Y bien, cuando yo digo: el ser y lo uno, ¿no he
nombrado a ambos?
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Por consiguiente, cuando digo: el ser y lo otro,
o lo otro y lo uno, en cada uno de estos casos los designo y puedo decir
ambos.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero lo que se designa precisamente por esta
palabra: ambos; ¿es posible que le cuadre el ambos, sin ser dos en
número?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Pero donde hay dos cosas, ¿es posible que
cada una no sea una?
ARISTÓTELES.—Eso no es posible.
PARMENIDES.—Si las cosas que acabamos de decir pueden
considerarse dos a dos, es preciso que cada una de ellas sea una.
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—Pero siendo cada una de estas cosas una, si
se añade una unidad a cualquiera de estas parejas, ¿no se tendrán tres
por total?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—¿Tres es impar y dos par?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—¡Y qué! Donde hay dos, ¿no hay también
necesariamente dos veces; y donde hay tres, tres veces, si es cierto
que el dos se compone de dos veces uno, y el tres de tres veces uno?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Y donde, hay dos y dos veces, ¿no es
necesario que haya dos veces dos? Y donde hay tres y tres veces, ¿no
es necesario que haya tres veces tres?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Y donde hay tres y dos veces y dos y tres
veces, ¿no es necesario que haya dos veces tres y tres veces dos?
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—¿Tendrán, pues, los números pares un
número de veces par, y los impares un número de veces impar, y los
pares un número de veces impar, y los impares un número de veces
par?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Si es así, ¿crees tú que haya un solo número
cuya existencia no sea necesaria?
ARISTÓTELES.—Yo no lo creo.
PARMENIDES.—Por consiguiente; si lo uno existe, es preciso
necesariamente, que el número exista igualmente.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero si el número existe, hay una pluralidad,
una multitud infinita de seres. ¿O no es cierto que hay un número
infinito, que participa del ser?
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Si todo número participa del ser, ¿cada parte
del número participa de él igualmente?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—La existencia, por tanto, está dividida entre
todos los seres, y ningún ser está privado de ella, desde el más
pequeño hasta el más grande. Pero esta cuestión ¿no es irracional?
Porque ¿cómo podría faltar la existencia a ningún ser?
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—La existencia está distribuida entre los seres,
lo mismo los más pequeños que los más grandes; en una palabra, entre
todos los seres; está dividida más que ninguna otra cosa; de suerte que
hay una infinidad de partes de existencia.
ARISTÓTELES.—Es. cierto.
PARMENIDES.—Nada hay, pues, que tenga más partes que la
existencia.
ARISTÓTELES.—No, nada.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, ¿alguna de estas partes forma
parte de la existencia, sin ser, sin embargo, una parte?
ARISTÓTELES.—¿Cómo puede ser eso?
PARMENIDES.—Pero si cada parte existe, es necesario, a mi
parecer, que en tanto que ella existe, sea una cosa, y es imposible que
no sea nada.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Lo uno se encuentra, por tanto, en cada una
de las partes del ser, sin faltar nunca ni a la más pequeña, ni a la más
grande, ni a ninguna.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero si el ser es uno, ¿puede encontrarse
todo entero en muchos parajes a la vez? Fija tu atención.
ARISTÓTELES.—Fijo la atención, y veo que eso es imposible.
PARMENIDES.—Por consiguiente, está dividido, si no se
encuentra todo entero en cada parte; porque no podría en manera
alguna estar presente a la vez en todas las partes del ser, sin estar
dividido.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Y lo que es divisible, ¿no es necesariamente
tan múltiple como partes tiene?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—No hemos estado en lo cierto entonces,
cuando hemos dicho que el ser se dividía en una infinidad de partes;
porque no puede ser dividido en mayor número de partes que lo uno,
sino precisamente en tantas partes como lo uno; porque el ser no puede
separarse de lo uno, ni lo uno del ser, y estas dos cosas marchan
siempre a la par.
ARISTÓTELES.—Nada más claro.
PARMENIDES.—Es este caso, lo uno, distribuido por el ser, es
igualmente muchos y es infinito en número.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—No es sólo el ser uno el que es muchos, sino
que lo uno mismo, dividido por el ser, es necesariamente muchos.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero, puesto que las partes son siempre las
partes de un todo, ¿lo uno será limitado en tanto que todo, o bien las
partes no están encerradas en el todo?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo que encierra una cosa es un límite.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Luego lo uno es a la vez uno y muchos, todo y
partes, limitado e ilimitado.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero si es limitado, tiene extremos.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero, como todo, ¿no tiene principio, medio y
fin? ¿O bien puede existir un todo sin estas tres cosas? Y si falta alguna
de ellas, ¿es aún un todo?
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—En este concepto, lo uno tendrá principio, fin y
medio.
ARISTÓTELES.—Los tendrá.
PARMENIDES.—Pero el medio está a igual distancia de los
extremos; de otra manera no sería medio.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Siendo así, lo uno participará de una cierta
figura, recta o redonda, o compuesta de las dos.
ARISTÓTELES.—Participará.
PARMENIDES.—Pero entonces, ¿lo uno no existirá en sí
mismo y en otra cosa?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Cada parte está en el todo, y ninguna está
fuera del todo.
ARISTÓTELES.—Conforme.
PARMENIDES.—¿Todas las partes están envueltas por el
todo?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Todas las partes de lo uno constituyen lo uno,
todas, ni una más, ni una menos.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—¿Entonces lo todo no es también uno?
ARISTÓTELES.—Es claro.
PARMENIDES.—Si, pues, todas las partes se encuentran en el
todo-, y si todas las partes constituyen, lo uno y el todo mismo, y si
todas ellas están encerradas por el todo; resulta de aquí, que lo uno
está envuelto por lo uno, y por consiguiente vemos ya que lo uno está
en sí mismo.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Por otra parte; el todo no está en las partes, ni
en todas, ni en alguna. En efecto, si estuviese en todas,
necesariamente estaría en una de las partes; porque si hubiese una
sola en la que no estuviese, no podría ya estar en todas. Y estando esta
parte comprendida entre las demás, si el todo no estuviese en ella,
¿cómo podría estar en todas?
ARISTÓTELES.—Es imposible.
PARMENIDES.—El todo no está tampoco en algunas de las
partes; porque si estuviera, lo más estaría en lo menos, lo cual es
imposible.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Si el todo no está, ni en muchas de sus
partes, ni en una sola, ni en todas, es preciso necesariamente que esté
en otra cosa, o que no esté en ninguna parte.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Si no estuviese en ninguna parte, no sería
nada; y puesto que es un todo, y que no está en sí mismo, es preciso
necesariamente que esté en otra cosa.
ARISTÓTELES.—Sin ninguna duda.
PARMENIDES.—Por consiguiente, en tanto que todo, lo uno
está en otra cosa; en tanto que está en todas las partes de que se
compone el todo, está en sí mismo; de suerte, que necesariamente está
en sí mismo y en otra cosa.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Siendo ésta la naturaleza de lo uno, ¿no es
indispensable que esté en movimiento y en reposo?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Está en reposo desde el momento en que él
mismo está en sí mismo. Porque estando en una cosa y no saliendo de
ella, como sucedería si estuviese siempre en sí mismo, estará siempre
en la misma cosa.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Pero lo que está siempre en la misma cosa,
necesariamente está siempre en reposo.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, lo que está siempre en otra cosa,
¿no es, por el contrario, una necesidad que no está nunca en lo mismo;
y que no estando nunca en lo mismo, no esté nunca en reposo; y que
no estando jamás en reposo, esté en movimiento?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Luego es una necesidad que lo uno, que está
siempre en sí mismo y en otra cosa, esté siempre en movimiento y en
reposo.
ARISTÓTELES.—Al parecer.
PARMENIDES.—Además, lo uno es idéntico a sí mismo y
diferente de sí mismo; y en igual forma idéntico a las otras cosas, y
diferente de las otras cosas; si lo que hemos dicho hasta ahora es
cierto.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Puede decirse esto de toda cosa respecto de
otra cosa: ella es la misma u otra; o bien, si no es la misma ni otra, es la
parte de un todo o el todo de una parte.
ARISTÓTELES.—Es exacto.
PARMENIDES.—Pero ¿lo uno es una parte de sí mismo?
ARISTÓTELES.—De ninguna manera.
PARMENIDES.—Lo uno no puede tampoco ser un todo con
relación a sí mismo, considerado como parte, puesto que en tal caso
sería parte con relación a sí mismo.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Pero ¿lo uno podrá ser distinto que lo uno?
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES.—No puede ser distinto que él mismo.
ARISTÓTELES.—No, seguramente.
PARMENIDES.—Pero si no es otro, ni parte, ni todo,
considerado con relación a sí mismo, ¿no es necesario que sea lo
mismo que él mismo?
ARISTÓTELES.—Es una necesidad.
PARMENIDES.—Pero lo que está en otra parte que ello mismo,
aunque estuviese en lo mismo que ello mismo, ¿no es distinto que ello
mismo, puesto que está en otra parte?
ARISTÓTELES.—Lo creo.
PARMENIDES.—Pero nos ha parecido que lo uno está a la vez
en sí mismo y en otra cosa.
ARISTÓTELES.—Así nos pareció.
PARMENIDES.—Por esta razón lo uno, al parecer, será otro
que él mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, si una cosa es distinta de otra,
¿no. será ésta distinta de la primera?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Ahora bien, lo que no es uno, ¿no es otro que
lo uno; y lo uno, otro que lo que no es uno?
ARISTÓTELES.—Es incontestable.
PARMENIDES.—Luego lo uno es otro que las demás cosas.
ARISTÓTELES.—Lo es.
PARMENIDES.—Atiende ahora. Lo mismo y lo otro, ¿no son
contrarios?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—¿Y es posible que lo mismo se encuentre
nunca en lo otro, o lo otro en lo mismo?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Si lo otro no está nunca en lo mismo, no hay
un ser, en el que lo otro esté durante un cierto tiempo; porque si
estuviese allí un cierto tiempo, lo otro, durante este tiempo, estaría en lo
mismo. ¿No es cierto?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Puesto que lo otro no está nunca en lo mismo,
jamás estará en ningún ser.
ARISTÓTELES.—Conforme.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo otro no estará ni en lo que
no es uno, ni en lo que es uno.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Lo uno no será, pues, a causa de lo otro, otro
que lo que no es uno; y lo que no es uno, otro que lo uno.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—No son, sin embargo, por sí mismos
recíprocamente otros, si no participan de lo otro.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—-Pero si no son otros por sí mismos, ni por lo
otro, ¿no desaparecerá toda diferencia entre ellos?
ARISTÓTELES.—Desaparecerá.
PARMENIDES.—Por otra parte, lo que no es uno no participa
de lo uno; porque no sería no-uno, sino que sería más bien uno.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Lo que es no-uno no es tampoco un número,
porque no sería verdaderamente no-uno, si contuviese algún número.
ARISTÓTELES.—Muy bien.
PARMENIDES.—¡Y qué! ¿Lo que no es uno puede ser parte de
lo uno? ¿O bien en este caso, lo que no es uno, no participaría de lo
uno?
ARISTÓTELES.—Participaría.
PARMENIDES.—Luego si lo uno es absolutamente uno y lo nouno
absolutamente no-uno, lo uno no es una parte de lo no-uno, ni un
todo del que lo no-uno forme parte; y lo mismo lo no-uno no es una
parte de lo uno, ni un todo del que lo uno forme parte.
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES,—Pero hemos dicho que las cosas, que no son,
las unías respecto de las otras, ni partes, ni todo, ni otras, son las
mismas.
ARISTÓTELES.—Lo hemos dicho.
PARMENIDES.—¿Diremos entonces que lo uno frente a frente
de lo no-uno en estas condiciones, es lo mismo que lo no-uno?
ARISTÓTELES.—Así lo hemos dicho.
PARMENIDES.—Luego, a lo que parece, lo uno es otro que las
demás cosas y que él mismo y lo mismo que las otras cosas y que él
mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece resultar de nuestro razonamiento.
PARMENIDES.—¿No es también lo uno semejante y
desemejante a sí mismo y a las otras cosas?
ARISTÓTELES.—Quizá.
PARMENIDES.—Pues o que nos ha parecido otro que las
demás cosas, las demás cosas son igualmente otras que él mismo.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Es, pues, otro que todo lo demás, como todo
lo demás es otro que él; ni más, ni menos.
ARISTÓTELES.—Evidentemente.
PARMENIDES.—Si no es más ni menos, será, por
consiguiente, del mismo modo.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Así, pues, la razón, que hace que lo uno sea
otro que todo lo demás, y todo lo demás otro que lo uno, hace
igualmente que lo uno sea lo mismo que todo lo demás, y todo lo demás
lo mismo que lo uno.
ARISTÓTELES.—¿Qué quieres decir con eso?
PARMENIDES.—¿No te sirve cada nombre para llamar a
alguno?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Y bien, ¿puedes pronunciar el mismo nombre
muchas veces, o sólo puedes pronunciarle una?
ARISTÓTELES.—Muchas veces.
PARMENIDES.—¿Y pronunciando un nombre una vez,
designas la cosa así nombrada, mientras que pronunciándola muchas
veces no la designas; o bien, ya pronuncies una vez o muchas veces el
mismo nombre, designas necesariamente el mismo objeto?
ARISTÓTELES.—Sí, ciertamente.
PARMENIDES.—Pero lo otro, ¿es igualmente el nombre de
alguna cosa?
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—Cuando le pronuncias, ya una vez, ya
muchas, no nombras por esto más que la cosa que representa el
nombre.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Cuando decimos, que todo lo demás es otro
que lo uno, y lo uno otro que todo lo demás, al pronunciar así dos veces
la palabra otro, sólo designamos una sola y misma esencia, la misma
que tiene por nombre lo otro.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Luego en tanto que lo uno es otro que todo lo
demás, y todo lo demás otro que lo uno; lo uno, participando del mismo
otro, participa de la misma cosa que todo lo demás, y no de una cosa
diferente. Ahora bien, lo que participa hasta cierto punto de la misma
cosa, es semejante. ¿No es así?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por tanto, lo que es causa de que lo uno sea
otro que todo lo demás, será también causa de que todo sea semejante
a todo; porque toda cosa es otra que toda cosa.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Sin embargo, lo semejante es lo contrario de
lo desemejante.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y lo otro, lo contrario de lo mismo.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Pero nos ha parecido igualmente que lo uno
es lo mismo que todo lo demás.
ARISTÓTELES.—Así nos ha parecido.
PARMENIDES.—Y ser lo mismo que todo lo demás es una
manera de ser contraría a la de ser otro que todo lo demás.
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—En tanto que otro, lo uno nos ha parecido
semejante.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por consiguiente, en tanto que lo mismo, será
desemejante; puesto que se encuentra en un estado contrario a aquel
que le hace semejante. Porque era lo otro lo que le hacía semejante.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Lo mismo tiene que hacerle desemejante; o
dejaría de ser lo contrario de lo otro.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Lo uno será por tanto semejante y
desemejante a las otras cosas; en tanto que otro, semejante; en tanto
que lo mismo, desemejante.
ARISTÓTELES.—Eso es, al parecer, lo que prueba nuestro
razonamiento.
PARMENIDES.—También prueba esto.
ARISTÓTELES.—¿Qué?
PARMENIDES.—En tanto que lo uno participa de lo mismo, no
participa de lo diferente; no participando de lo diferente, no es
desemejante; no siendo desemejante, es semejante. En tanto que
participa de lo diferente, él es diferente; siendo diferente, es
desemejante.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Lo uno, siendo, pues, lo mismo que todo lo
demás y siendo lo otro, es por estas dos razones y por cada una de
ellas, semejante y desemejante a todo lo demás.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—De donde se sigue igualmente, que siendo lo
otro y lo mismo que él mismo, es por estas dos razones y por cada una
de ellas, semejante y desemejante a sí mismo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo uno está en contacto consigo mismo y con
las demás cosas o no lo está. ¿Qué debe creerse? Reflexiona.
ARISTÓTELES.—Ya reflexiono.
PARMENIDES.—Lo uno nos ha parecido estar contenido en sí
mismo como en un todo.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—¿Está también contenido en las demás
cosas?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—En tanto que está contenido en las otras
cosas, ¿no está en contacto con ellas? En tanto que contenido en sí
mismo, no puede estar en contacto con las demás cosas, pero está en
contacto consigo mismo, puesto que está contenido en sí mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Está por tanto en contacto consigo mismo y
con lo demás.
ARISTÓTELES.—Está.
PARMENIDES.—Pero lo que está en contacto con una cosa,
¿no es indispensable que esté inmediato a la cosa con que toca,
ocupando un lugar contiguo a aquel en que se encuentra la cosa
tocada?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Por tanto, si lo uno debe estar en contacto
consigo mismo, es preciso que esté colocado en seguida de sí mismo,
ocupando el lugar contiguo a aquel en que se encuentra él mismo.
ARISTÓTELES.—Así es preciso.
PARMENIDES.—Para que sucediera esto con lo uno, sería
preciso que él fuese el dios, y que ocupase en el mismo instante dos
sitios diferentes. Pero en tanto lo uno sea uno, esto repugna.
ARISTÓTELES.—En efecto, repugna.
PARMENIDES.—Es igualmente imposible a lo uno ser dos, y
estar en contacto consigo mismo.
ARISTÓTELES.—Lo es.
PARMENIDES.—Pero entonces tampoco estará en contacto
con las otras cosas.
ARISTÓTELES.—¿Por qué?
PARMENIDES.—Porque, según hemos dicho, lo que debe
estar en contacto debe estar fuera y a continuación de aquello con lo
que está en contacto, sin que un tercero venga a colocarse en medio.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Por lo menos se necesitan dos cosas para
que haya contacto.
ARISTÓTELES.—Sí, dos cosas.
PARMENIDES.—Si entre dos cosas se encuentra una tercera,
que esté en contacto con ellas, entonces serán tres cosas; pero los
contactos serán sólo dos.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y cada vez que se añade uno, se añade un
contacto; de suerte que el número de contactos es siempre inferior en
una unidad al de las cosas. Porque superando las cosas desde el
principio a los contactos, continúan excediéndoles en la misma
proporción; lo que es muy sencillo, puesto que no se añade nunca a las
cosas más que una cosa, y un contacto a los contactos.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Cualquiera que sea el número de cosas,
siempre resultará un contacto menos.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Si no hay más de una sola cosa, si no hay
dualidad, no puede haber contacto.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Pero hemos dicho, que las cosas otras que lo
uno, no son lo uno, ni participan de él, en el hecho mismo de ser otras.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Luego no hay número en las otras cosas,
puesto que no hay en ellas unidad.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Las otras cosas no son una ni dos, y no
pueden ser designadas por ningún otro número.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Lo uno, por tanto, existe solo; y no hay
dualidad.
ARISTÓTELES.― Conforme.
PARMENIDES.—Y si no hay dualidad, no hay contacto.
ARISTÓTELES.—No lo hay.
PARMENIDES.—Si no hay contacto, ni lo uno está en contacto
con las otras cosas, ni las otras cosas con lo uno.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Por todas estas razones, lo uno está en
contacto y no está en contacto con las otras cosas y consigo mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—En igual forma, lo uno es a la vez igual y
desigual a sí mismo y a las otras cosas.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si lo uno fuese más grande o más pequeño
que las otras cosas, o las otras cosas más grandes o más pequeñas
que lo uno, no nacería esto de que lo uno es lo uno, ni de que las otras
cosas son otras que lo uno; en una palabra, no serían en virtud de sus
propias esencias recíprocamente más grandes o más pequeñas; pero si
fuesen iguales, esto procedería de tener además la igualdad; y si las
otras cosas tuviesen la magnitud y lo uno la pequeñez, o lo uno la
magnitud y las otras cosas la pequeñez, la idea que tuviese la
magnitud, sería la más grande; y la que tuviese la pequeñez, sería la
más pequeña.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero ¿no existen estas dos ideas, la magnitud
y la pequeñez? Porque si no existiesen, no serían opuestas entre sí; y
no se encontrarían en los seres.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—Si la pequeñez se encuentra en lo uno, tiene
que estar en su totalidad o en alguna de sus partes.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—¿Está en lo uno todo entero? Entonces, o está
igualmente derramado en la universalidad de lo uno todo entero, o está
extendido en su rededor.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero si la pequeñez está derramada
igualmente en la universalidad de lo uno todo entero, ella es igual a él; y
si le rodea es más grande.
ARISTÓTELES.—Eso es claro.
PARMENIDES.—¿Es posible que la pequeñez sea igual a otra
cosa, o más grande, y que desempeñe así el papel de la igualdad y de
la magnitud, y no el suyo propio, que es el de la pequeñez?
ARISTÓTELES.—Eso no es posible.
PARMENIDES.—La pequeñez no se encuentra en lo uno todo
entero, sino a lo más en una de sus partes.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Por consiguiente, ni en una parte toda entera,
porque en tal caso se hallaría, respecto de la parte, en el mismo caso
que hemos dicho respecto del todo, es decir, que sería igual a la parte
en que se encontrase, o más grande que esta parte.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—La pequeñez no se encontrará, por tanto, en
ninguna cosa, no pudiendo estar ni en el todo ni en la parte; de suerte
que no habrá nada que sea pequeño, sino la pequeñez misma.
ARISTÓTELES.—Parece que no.
PARMENIDES.—La magnitud tampoco estará en ninguna cosa;
porque para encerrar la magnitud, sería preciso buscar una cosa que
fuera más grande que la magnitud misma, puesto que la comprendería;
y esto sin que hubiese nada de pequeño en esta magnitud que aquella
cosa dominaría, puesto que la magnitud es esencialmente grande. Pero
esto es imposible; y por otra parte la pequeñez no puede encontrarse
en ninguna cosa.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Sin embargo; la magnitud en sí no puede ser
más grande sino con relación a la pequeñez en sí; y la pequeñez no
puede ser más pequeña, sino con relación a la magnitud en sí.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Por consiguiente, las otras cosas no son, ni
más grandes, ni más pequeñas que lo uno, pues que no tienen ni
magnitud, ni pequeñez; la magnitud y la pequeñez mismas no pueden ni
sobrepujar ni ser sobrepujadas en su relación con lo uno, sino tan sólo
en sus relaciones recíprocas; y lo uno, a su vez, no puede ser ni más
grande, ni más pequeño, que la grandeza en sí y que la pequeñez en sí,
y que las otras cosas, pues que no tiene grandeza ni pequeñez.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero si lo uno no es ni más grande, ni más
pequeño que las otras cosas, necesariamente ni puede sobrepujarlas,
ni ser sobrepujado por ellas.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero si no las sobrepuja ni es sobrepujado por
ellas, es preciso, de toda necesidad, que sea de igual magnitud; y
siendo de igual magnitud, que sea igual.
ARISTÓTELES.—Es preciso.
PARMENIDES.—Esto debe suceder también a lo uno con
relación a sí mismo. No teniendo en sí, ni magnitud, ni pequeñez, no
puede ser sobrepujado por sí mismo, ni sobrepujarse; sino que, siendo
de igual extensión, es igual a sí mismo.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Por tanto, lo uno es igual a sí mismo y a las
otras cosas.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero si lo uno está en sí mismo, también está
rodeado por él mismo y fuera de sí mismo; y en tanto que se rodea él
mismo, es más grande que él mismo; y en tanto que aparece rodeado,
es más pequeño. De suerte, que es él mismo más grande y más
pequeño que él mismo.
ARISTÓTELES.—Lo es.
PARMENIDES.—¿No es imposible también que haya nada
fuera de lo uno y de las cosas que son otras que lo uno?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero es preciso que lo que existe, esté en
alguna parte. ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero una cosa que está en otra, está en una
más grande; y es ella misma más pequeña; si no fuera así, sería
imposible que una de dos cosas diferentes estuviese en la otra.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Puesto que nada puede existir independientemente
de las otras cosas y de lo uno; puesto que están
necesariamente en alguna cosa; ¿no es una necesidad que ellas se
invadan mutuamente, puesto que están las otras cosas en lo uno, y lo
uno en las otras cosas, sin lo cual no estarían en ninguna parte?
ARISTÓTELES.—Así parece.―
PARMENIDES.—Puesto que lo uno está comprendido en las
otras cosas, las otras cosas son más grandes que lo uno, porque lo'
envuelven; y lo uno más pequeño que las otras cosas, porque se ve
envuelto. Y puesto que las otras cosas están comprendidas en lo uno,
según el mismo razonamiento, lo uno es más grande que las otras
cosas, y éstas más pequeñas que lo uno.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Lo uno es, por tanto, a la vez igual a sí mismo
y a las otras cosas, y más grande y más pequeño.
ARISTÓTELES.—Parece que sí.
PARMENIDES.—Si es igual, y más grande y más pequeño,
tiene medidas iguales y más numerosas y menos numerosas; y si tiene
medidas, tiene partes.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Teniendo, pues, medidas iguales y más
numerosas y menos numerosas, es igual el número a sí mismo y a las
otras cosas; y de igual modo, más grande y más pequeño.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Para ser más grande que ciertas cosas, es
preciso que tenga cierto número de medidas; y quien dice medidas, dice
partes. Y lo mismo para ser más pequeño, y lo mismo también para ser
igual.
ARISTÓTELES.—Conforme.
PARMENIDES.—Siendo igual a sí mismo y más grande y más
pequeño, es preciso que tenga partes en un número igual a sí mismo,
en mayor número y en menor número; y por consiguiente que tenga
partes.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Siendo igual a sí mismo en partes, será igual
a sí mismo en número; más grande, si tiene más partes; menos grande,
si tiene menos.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—¿Y no sucederá lo mismo con lo uno
relativamente a las otras cosas? Más grande que ellas, necesariamente
las sobrepujará en número; más pequeño, será sobrepujado; igual a
ellas por la magnitud, las igualará por el número.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo uno es, por tanto, según parece, igual,
superior, e inferior en numeró a sí mismo y a las otras cosas.
ARISTÓTELES.—Lo es.
PARMENIDES.—¿Lo uno participa del tiempo? ¿Es y se hace
más joven y más viejo que él mismo y que las otras cosas, y no es a la
vez, ni más joven, ni más viejo que él mismo y que las otras cosas, en
el acto mismo de participar del tiempo?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Lo uno, ¿es de alguna manera, siendo uno?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero ser, ¿qué otra cosa significa que
participar de la existencia en el tiempo presente; como era, indica una
participación de la existencia en lo pasado; y como será, lo indica en el
porvenir?
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Lo uno participa, pues, del tiempo,
participando del ser.
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—¿Por consiguiente del tiempo que pasa?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Luego es siempre más viejo que él mismo, si
marcha con el tiempo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero acordémonos de que lo que se hace
más viejo, se hace más viejo respecto de otro, que se hace más joven.
ARISTÓTELES.—Bien, acordémonos.
PARMENIDES.—Por consiguiente, puesto que lo uno se hace
más viejo, se hace con relación a él mismo, que se hace más joven.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—De esta manera lo uno se hace más joven y
más viejo que él mismo.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—¿No es más viejo cuando ha llegado al tiempo
presente, intermedio entre era y será? Porque pasando de ayer a
mañana no puede saltar sobre el hoy.
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES.—¿No cesa de hacerse más viejo cuando ha
tocado en lo presente, de suerte que no sé hace ya sino que es
realmente más viejo? Porque si continuase avanzando, jamás estaría
comprendido en lo presente. Porque lo que avanza es de tal manera,
que toca a la vez a dos cosas, al presente y al porvenir; abandonando lo
presente, prosiguiendo hacia el porvenir, y moviéndose entre estas dos
cosas, el porvenir y el presente.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Y si necesariamente lo que deviene o se hace
no puede saltar por cima de lo presente, desde el momento que le toca,
cesa de devenir o de hacerse, y es realmente lo que se hacía.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Por consiguiente; cuando lo uno, que se hace
más viejo, toca en lo presente, cesa de hacerse más viejo, porque no se
hace sino que lo es.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—De suerte que lo uno es entonces más viejo
que aquello con relación a lo que se hacía más viejo. Ahora bien; él se
hacía más viejo con relación a sí mismo.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y lo que es más ,viejo, es más viejo que uno
más joven.
ARISTÓTELES.—Lo es.
PARMENIDES.—Lo uno es, pues, también más joven que él
mismo; cuando, haciéndose más viejo, toca en lo presente.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero lo presente es inseparable de lo uno, por
todo el tiempo que existe; porque él existe de presente en tanto que él
existe.
ARISTÓTELES.—No puede ser de otra manera.
PARMENIDES.—Luego lo uno es y se hace sin cesar más viejo
y más joven que él mismo.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—¿Es o se hace en más tiempo que él mismo, o
en un tiempo igual?
ARISTÓTELES.—En un tiempo igual.
PARMENIDES.—Pero lo que se hace o lo que es en un tiempo
igual tiene la misma edad.
ARISTÓTELES .—Sí.
PARMENIDES.—Y lo que tiene la misma edad, no es ni más
viejo, ni más joven.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Luego lo uno, haciéndose y siendo en un
tiempo igual a sí mismo, no es, ni se hace, más joven, ni más viejo que
él mismo.
ARISTÓTELES.—Yo no lo creo.
PARMENIDES.—¿Y con relación a las otras cosas?
ARISTÓTELES.—No sé qué decir.
PARMENIDES.—Puedes decir con razón que si las cosas que
no son lo uno son otras cosas y no una sola otra cosa, son más
numerosas que lo uno; porque si fuesen una sola otra cosa, sólo
formarían una unidad; mientras que, si son otras cosas, son más
numerosas que lo uno, y forman una multitud.
ARISTÓTELES.—Es incontestable.
PARMENIDES.—Formando una multitud, participan de un
número mayor que la unidad.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero en el número, ¿cuál es el que se hace o
deviene o ha devenido desde luego; el más grande o el menor?
ARISTÓTELES.—El menor.
PARMENIDES.—El primero es, pues, el más pequeño; y el más
pequeño es el uno. ¿No es así?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Entre todas las cosas que tienen número, es
por consiguiente lo uno el que se ha hecho el primero. Pero todas las
otras cosas tienen número, si son cosas, y no una sola cosa.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero yo creo, que lo que se ha hecho primero,
se ha hecho antes, y las otras cosas después. Las cosas que se han
hecho o devenido después, son más jóvenes que lo que se ha hecho
antes. De donde se sigue, que las otras cosas son más jóvenes que lo
uno; y lo uno más viejo que las otras cosas.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Pero ¿lo uno se ha hecho de una manera
contraria a su naturaleza; o es esto imposible?
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Nos ha parecido que lo uno tenía partes; y por
consiguiente un principio, un fin y un medio.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero el principio ¿no se hace el primero lo
mismo en lo uno que en las otras cosas, y así lo demás hasta el fin?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero desde el principio hasta el fin son partes
del todo y de lo uno; de modo que lo uno y el todo, no llegan a ser por
completo sino con el fin.
ARISTÓTELES.—Es preciso convenir en ello.
PARMENIDES.—Pero el fin se hace, a mi parecer, el último, y
con él lo uno, siguiendo su naturaleza; de tal manera, que si no es
posible que lo uno se haga de una manera contraria a su naturaleza,
haciéndose con el fin, estará en su naturaleza el hacerse el último entre
todas las demás cosas.
ARISTÓTELES.—Parece que sí.
PARMENIDES.—Luego lo uno es más joven que las otras
cosas; y las otras cosas más viejas que lo uno.
ARISTÓTELES.—Así me lo parece.
PARMENIDES.—Pero qué; el principio o cualquier parte de lo
uno o de otra cosa, con tal que sea una parte y no partes, ¿no es
necesariamente una unidad, puesto que es una parte?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—De aquí resultará, que lo uno se hará al
mismo tiempo que la primera cosa que se haga: igualmente al mismo
tiempo que la segunda, y acompañará a todo lo que se haga, hasta que
llegando a la última, lo uno se haya hecho todo entero; habiendo así
seguido el medio, el principio, el fin, o sea cada parte, en este devenir o
hacerse.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Lo uno no tiene por tanto la misma edad que
las otras cosas. A menos de nacer de un modo contrario a su
naturaleza, no puede devenir o hacerse, ni antes, ni después, de las
otras cosas, sino al mismo tiempo. Y siguiendo este razonamiento, no
puede ser más viejo ni más joven que las otras cosas; ni las otras cosas
más viejas ni más jóvenes que lo uno. Por el contrario; siguiendo el
razonamiento anterior, era más viejo y más joven que las otras cosas; y
éstas más viejas y más jóvenes que él.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—He aquí en qué estado se encuentra lo uno
después que se ha hecho o que ha devenido. Pero ¿qué pensar de lo
uno, que se hace más viejo y más joven que las otras cosas, y éstas
más viejas y más jóvenes que lo uno: y que por el contrario, lo uno no
se hace o deviene ni más joven ni más viejo? Sucede lo mismo con el
devenir que con el ser, ¿o es de otra manera?
ARISTÓTELES.—No puedo decirlo.
PARMENIDES.—Pero yo puedo, por lo menos, decir lo
siguiente: cuando una cosa es más vieja que otra, no puede hacerse
más vieja que lo era cuando comenzó a ser, ni en una cantidad
diferente; y lo mismo si es más joven, no está en su mano hacerse aún
más joven. Porque si a cantidades iguales se añaden cantidades
desiguales, de tiempo o de cualquiera otra cosa, la diferencia subsiste
siempre igual a la diferencia primitiva.
ARISTÓTELES.—No puede ser de otra manera.
PARMENIDES.—Lo que es más viejo o más joven no puede
hacerse más viejo o más joven que lo que es más viejo o más joven que
ello mismo; siendo siempre igual la diferencia de edad; es o se ha
hecho lo uno más viejo, lo otro más joven; no se hace más.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Lo mismo sucede con lo uno; no se hace, sino
que es más viejo o más joven que las otras cosas.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Mira ahora, si -considerando las cosas por
este lado, encontraremos que se hacen más viejas o más jóvenes.
ARISTÓTELES.—¿Por dónde?
PARMENIDES.—Recordarás, que lo uno nos ha parecido más
viejo que las otras cosas, y éstas más que lo uno.
ARISTÓTELES.—¿Y qué?
PARMENIDES.—Para que lo uno sea más viejo que las otras
cosas, es preciso que haya existido antes que ellas.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Atiende a esto. Si a un tiempo más largo o a
un tiempo más corto añadimos un tiempo igual, ¿el más largo diferirá
del más corto en una cantidad igual o en una más pequeña?
ARISTÓTELES.—En una más pequeña, Parménides.—Entre lo
uno y las otras cosas, no habrá después la misma diferencia de edad
que había al principio; sino que si lo uno y las otras cosas toman un
tiempo igual, la diferencia de edad será siempre menor que antes.
¿No es así?
ARISTÓTELES,—Sí.
PARMENIDES.—Y lo que difiere de edad con relación a otra
cosa menos que antes, ¿no se hace más joven relativamente a esta
misma cosa, respecto a la que era antes más viejo?
ARISTÓTELES.—Se hace más joven.
PARMENIDES.—Si se hace más joven que las otras cosas,
¿éstas no se hacen más viejas que antes con relación a lo uno?
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Lo que había nacido más joven se hace más
viejo con relación a lo que ha nacido antes, y que es más viejo. Sin ser
más viejo, se hace siempre más viejo que él; porque el uno no cesa de
caminar hacia la juventud y. el otro hacia la vejez. A su vez, lo más viejo
se hace siempre más joven que lo más joven; porque marchan en
sentido opuesto; y por consiguiente devienen o se hacen siempre lo
contrario el uno del otro; lo más joven se hace más viejo que lo más
viejo, y lo más viejo más joven que lo más joven. Pero no cesarán
nunca de devenir tales, porque si hubiese un momento, en que
hubiesen devenido o sido hechos, no devendrían o se harían tales; ellos
lo serían. Pero al presente se hacen más viejos y más jóvenes el uno
que el otro. Lo uno se hace más joven que las otras cosas, porque nos
ha parecido que era más viejo y que había nacido más pronto; y las
otras cosas se hacen más viejas que lo uno, porque nos ha parecido
que éstas han nacido más tarde. Siguiendo el mismo razonamiento, las
otras cosas están en la misma relación con lo uno, porque ellas nos han
parecido ser más viejas que él y nacidas más pronto.
ARISTÓTELES.—Todo esto me parece evidente.
PARMENIDES.—Luego, en tanto que una cosa no se hace ni
más vieja, ni más joven que otra cosa, atendido a que ellas difieren
siempre por una cantidad igual, ni lo uno puede hacerse más viejo o
más joven que las otras cosas, ni éstas más viejas o más jóvenes que
lo uno. Pero en tanto que necesariamente las cosas nacidas antes
difieren por una parte siempre distinta de las cosas nacidas después, y
las cosas nacidas después de las cosas nacidas antes, necesariamente
lo uno se hace más viejo y más joven que las otras cosas, y éstas más
viejas y más jóvenes que lo uno.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Conforme a todo esto, lo uno es y se hace
más viejo y más joven que él mismo y que las otras cosas; e igualmente
no es, ni se hace, ni más viejo ni más joven que él mismo y que las
otras cosas.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Pero puesto que lo uno participa del tiempo y
de la vejez y de la juventud, ¿no es una necesidad que participe de lo
pasado, de lo venidero y de lo presente en virtud de su participación en
el tiempo?
ARISTÓTELES.—Es una necesidad.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo uno ha sido, es y será; ha
devenido, deviene y devendrá; o se ha hecho, se hace y se hará.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Puede, pues, haber algo que sea para lo uno
y de lo uno; y lo ha habido, lo hay y lo habrá
ARISTÓTELES.—Es incontestable.
PARMENIDES.—Puede, pues, haber una ciencia, una opinión,
una sensación de lo uno; puesto que al presente nosotros mismos
conocemos lo uno de estas tres maneras diferentes.
ARISTÓTELES.—Muy bien.
PARMENIDES.—Lo uno, por tanto, tiene un nombre y una
definición; se le nombra y se le define; y todo lo que conviene a las
cosas de este género, conviene igualmente a lo uno.
ARISTÓTELES.—Es completamente cierto.
PARMENIDES.—Un tercer punto de vista nos queda que
considerar. Si lo uno es tal como hemos expuesto; si es uno y muchos;
y si no es, ni uno, ni muchos; ¿no es necesario que, participando del
tiempo, en tanto que es uno, partícipe del ser, y que en tanto que no lo
es, no participe nunca?
ARISTÓTELES.—Es una necesidad.
PARMENIDES.—Cuando participa, ¿es posible que no
participe, y que cuando no participe, participe?
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Hay un tiempo en que lo uno participa del ser
y otro en que no participa. Sólo de esta manera puede a la vez
participar y no participar de la misma cosa.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—¿Hay un tiempo en que lo uno toma parte en
el ser y otro en que le abandona? Porque, ¿cómo sería posible tan
pronto tener como no tener una misma cosa, si no pudiera
indistintamente tomarla y dejarla?
ARISTÓTELES.—Sólo así sería posible.
PARMENIDES.—Tomar parte en el ser, ¿no es lo que se llama
hacer?
ARISTÓTELES.—Sí:
PARMENIDES.—Abandonarle, ¿no es lo que se llama morir?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Resulta, entonces, que lo uno, tomando y
dejando el ser, nace y muere.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Pero lo uno, siendo uno y muchos, y además
naciendo y muriendo; ¿no puede decirse, que haciéndose uno, muere
como múltiple, y que haciéndose múltiple, muere como uno?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Haciéndose uno y múltiple, ¿no es necesario
que se divida y se reúna?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Y haciéndose semejante y desemejante, ¿que
se parezca y no se parezca?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y haciéndose más grande, más pequeño, e
igual, ¿que aumente, disminuya y se iguale?
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Y cuando pasa del movimiento al reposo, y
del reposo al movimiento, ¿puede tener esto lugar a un mismo tiempo?
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES.—Estar al principio en reposo y moverse
después; estar al principio en movimiento y después pararse. Nada de
esto puede verificarse sin cambio.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—No hay tiempo posible, en que una misma
cosa pueda estar a la vez en movimiento y en reposo.
ARISTÓTELES.—No, ninguno.
PARMENIDES.—Pero todo muda, cambiando.
ARISTÓTELES.—Así lo creo.
PARMENIDES.—¿Cuándo tiene lugar el cambio? Porque no se
muda ni en el reposo, ni en el movimiento, ni en el tiempo.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—¿No media una cosa extraña, cuando tiene
lugar el cambio?
ARISTÓTELES.—¿Cuál?
PARMENIDES.—El instante. Porque el instante parece
representar perfectamente el punto, donde tiene lugar el cambio,
pasando de una manera de ser a otra. En efecto; en tanto que el reposo
es reposo, no hay cambio; en tanto que el movimiento es movimiento,
no hay cambio. Pero esta cosa extraña, que se llama instante, se
encuentra entre el reposo y el movimiento; en medio, sin estar en el
tiempo; y de aquí parte y aquí se termina el cambio del movimiento en
reposo, y del reposo en movimiento.
ARISTÓTELES.—Podrá suceder así.
PARMENIDES.—Si lo uno está en reposo y en movimiento,
muda del uno al-otro, porque es la única manera de ser en estos dos
estados. Si muda, muda en el instante; y cuando muda, no está en
reposo, ni en movimiento.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—¿Sucede lo mismo con los demás cambios?
Cuando lo uno muda del ser a la nada, o de la nada al devenir, ¿es
preciso decir que ocupa un medio entre el movimiento y el reposo, que
no es ser ni no-ser, que no nace, ni muere?
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Siguiendo el mismo razonamiento, y pasando
de lo uno a lo múltiple, y de lo múltiple a lo uno; lo uno no es ni uno, ni
múltiple; ni se divide, ni se reúne; pasando de lo semejante a lo
desemejante y de lo desemejante a lo semejante; no es ni semejante ni
desemejante; no se parece ni deja de parecerse; pasando de lo
pequeño a lo grande y a lo igual y recíprocamente, no es pequeño, ni
grande, ni igual; no aumenta, ni disminuye, ni se iguala.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Estas son todas las maneras de ser de lo uno,
si existe.
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—¿No es preciso examinar ahora lo que
sucederá con las otras cosas, si lo uno existe?.
ARISTÓTELES.—Es preciso examinarlas.
PARMENIDES.—Si lo uno existe, digamos lo que debe suceder
a las otras cosas distintas que lo uno.
ARISTÓTELES.—Digámoslo.
PARMENIDES.—Puesto que ellas son otras que lo uno, las
otras cosas no son lo uno; porque de otra manera no serían otras que lo
uno.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Y sin embargo, las otras cosas no están
absolutamente privadas de lo uno; puesto que participan de él en cierta manera.
ARISTÓTELES.—¿De qué manera?
PARMENIDES.—En cuanto las cosas, otras que lo uno, no son
otras sino a condición de tener partes. Porque si no tuviesen partes,
serían completamente lo uno.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Pero ya hemos dicho que sólo un todo tiene
partes.
ARISTÓTELES.—Lo hemos dicho.
PARMENIDES.—Pero el todo es necesariamente una unidad
formada con muchas cosas, y cuyas partes son lo que llamamos partes;
porque cada una de las partes es la parte, no de muchas cosas, sino de
un todo.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si una cosa formase parte de muchas cosas,
entre las cuales estuviese ella comprendida, sería una parte de sí
misma, lo que es imposible; y de cada una de las otras cosas, si ella
fuese realmente una parte de todas. Porque si hubiese una, de que ella
no formase parte, formaría parte de todas las demás, a excepción de
ella; y de esta suerte no formaría parte de cada una de ellas; y si ella no
fuese una parte de cada una, no lo sería de ninguna. En este caso sería
imposible que ella fuese algo de todas estas cosas, puesto que en
manera alguna se referiría a ninguna; ni como parte, ni en otro
concepto.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—La parte no forma parte, ni de muchas cosas,
ni de todas, sino de una cierta idea y de una cierta unidad, que
llamamos un todo; unidad perfecta, compuesta de la reunión de todas
las partes. La parte de este todo es verdaderamente la que es una
parte.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Luego si las otras cosas tienen parte,
participan del todo y de lo uno.
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Luego las cosas otras que lo uno, teniendo
partes, forman necesariamente un todo uno y perfecto.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo mismo puede decirse de las partes. La
parte igualmente debe por necesidad participar de lo uno. Porque si
cada una de las partes es una parte, esta palabra "cada una" expresa
una cosa una, distinta de todo lo demás, existiendo en sí; de otra
manera no se podría decir cada una.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Pero si cada parte participa de lo uno, es
evidente que es una cosa distinta que lo uno. Si no fuese así, ella no
participaría de lo uno; sería lo uno mismo; y nada puede ser lo uno más
que lo uno mismo.
ARISTÓTELES.—Nada.
PARMENIDES.—Es necesario, por tanto, que el todo y la parte
participen de lo uno. El todo es un todo cuyas partes son partes; y cada
parte es una parte del todo, de que ella forma parte.
ARISTÓTELES.—Conforme.
PARMENIDES.—Las cosas que participan de lo uno, ¿no
participan de lo uno, sino porque son otras que lo uno?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero las cosas otras que lo uno, son muchas;
porque si no fuesen ni lo uno ni más que lo uno, no serían nada.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Puesto que las cosas que participan de la
unidad de la parte, y las que participan de la unidad del todo, son más
numerosas que lo uno; ¿no es necesario que las cosas, que participan
de lo uno, formen una multitud infinita?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—De la manera siguiente. Cuando las cosas
reciben lo uno, ¿no lo reciben como cosas que no son aún lo uno, y que
aún no participan de él?
ARISTÓTELES.—Evidentemente.
PARMENIDES.—¿Son pluralidades, en las que no se
encuentran aún lo uno?
ARISTÓTELES.—Sí, pluralidades.
PARMENIDES.—Pero qué; si quisiéramos, por el pensamiento,
quitar de estas cosas la parte más pequeña posible, ¿no sería
necesario que esta parte, no participando de lo uno, fuese una
pluralidad y no una unidad?
ARISTÓTELES.—Lo sería.
PARMENIDES.—Si consideramos siempre en sí misma esta
cosa, diferente de la idea, ¿nos aparecerá, cada vez que en ella nos
fijemos, como una pluralidad infinita?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Pero después que cada parte se ha hecho
una parte, es limitada con relación a las otras partes y al todo; y el todo
limitado con relación a las partes.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—Sucede, pues, a mi parecer, que las cosas
otras que lo uno, cuando entran en comercio con lo uno, reciben un
principio extraño, que da límites a las unas con relación a las otras;
mientras que su propia naturaleza las hace ilimitadas.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Por tanto; las cosas otras que lo uno, como
totalidades y como partes, son ilimitadas y participan del límite.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—¿No son igualmente semejantes y desemejantes
a sí mismas y entre sí?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—En tanto que son todas ilimitadas por su
naturaleza, tienen todas el mismo carácter.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Y en tanto que participan todas del límite,
tienen también todas el mismo carácter.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Y en tanto que son a la vez limitadas e
ilimitadas, tienen modos del ser contrarios.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero nada hay más desemejante que las
cosas contrarias.
ARISTÓTELES .—Seguramente.
PARMENIDES.—Luego, en razón de cada una de estas
maneras de ser, ellas son semejantes a sí mismas y entre sí; y al
mismo tiempo, con relación a estas dos mismas cualidades, son todo lo
contrario y desemejante que es posible.
ARISTÓTELES.—Lo creo.
PARMENIDES.—Luego las otras cosas son a la vez semejantes
y desemejantes a sí mismas y entre sí.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Son igualmente las mismas y otras, en
movimiento y en reposo; y mediante los modos de ser contrarios que se
acaban de exponer, sería fácil demostrar que reúnen todos los demás.
ARISTÓTELES.—Justo.
PARMENIDES.—Dejemos esto como evidente; y examinemos
aún, si suponiendo que lo uno existe, las cosas otras que lo uno, no nos
aparecerán con mayor claridad; o si el punto de vista que precede es el
único.
ARISTÓTELES.—Me parece bien.
PARMENIDES.—Volvamos, pues, al principio; y veamos lo que
sucederá a las cosas otras que lo uno, si lo uno existe.
ARISTÓTELES.—Veamos.
PARMENIDES.—¿No está lo uno separado de las otras cosas,
y las otras cosas separadas de lo uno?
ARISTÓTELES.—¿Por qué?
PARMENIDES.—Porque no hay nada, además de lo uno y de
las otras cosas, que sea otro que lo uno, y otro que las otras cosas.
Porque no queda nada que decir, cuando se ha dicho: lo uno y las otras
cosas.
ARISTÓTELES.—Nada en efecto.
PARMENIDES.—¿No existe una tercera cosa en la que se
encuentran lo uno y las otras cosas?
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Nunca, pues, lo uno y las otras cosas se
encuentran en una misma cosa.
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Están, pues, separados.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y hemos dicho, que lo que es verdaderamente
uno, no tiene partes.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Así, pues, si lo uno está separado de las otras
cosas y no tiene partes, no puede estar en las otras cosas, ni todo
entero, ni por, partes.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Las otras cosas no participan, pues, en
manera alguna de lo uno; puesto que no participan, ni en cuanto a las
partes, ni en cuanto al todo.
ARISTÓTELES.—Es claro.
PARMENIDES.—Las otras cosas no son en nada lo uno, ni
tienen nada de lo uno en sí mismas.
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—No son muchas; porque cada una de ellas
sería una parte del todo, si fuesen muchas. Luego las cosas, distintas
que lo uno, no son, ni una, ni muchas, ni todo, ni partes; puesto que no
participan en nada de lo uno.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Las otras cosas no son ellas mismas, ni dos,
ni tres, ni nada parecido; si están absolutamente privadas de lo uno.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Las otras cosas no son ellas mismas
semejantes ni desemejantes a lo uno; y no hay en ellas, ni semejanza,
ni desemejanza; porque si fuesen semejantes y desemejantes, o si
tuviesen en sí mismas semejanza o desemejanza, las cosas, otras que
lo uno, tendrían en sí dos ideas opuestas.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero es imposible que lo que no participa de
nada, participe de dos cosas.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Las otras cosas no son semejantes ni
desemejantes; ni lo uno y lo otro a la vez. Porque si fuesen semejantes
o desemejantes, participarían de una o de otra idea; y si fuesen lo uno y
lo otro, participarían de dos ideas contrarias; y esto nos ha parecido
imposible.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Ellas no son, por tanto, ni las mismas ni otras;
ni están en movimiento, ni en reposo; no nacen, ni mueren; no son más
grandes, ni más pequeñas, ni iguales; en una palabra, no tienen
ninguna de estas cosas contrarias. Porque si las otras cosas tuviesen
estos caracteres, participarían de lo uno, de lo doble, de los triple, del
par, del impar; cosas todas, de que, según hemos dicho, no pueden
participar estando absolutamente privadas de lo uno.
ARISTÓTELES.—Es completamente exacto.
PARMENIDES.—Por tanto, si lo uno existe, lo uno es todas las
cosas; y no es uno por sí mismo, ni por las otras cosas.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Sea pues. ¿Pero no es preciso examinar
ahora lo que sucederá si lo uno no existe?.
ARISTÓTELES.—Es preciso examinarlo.
PARMENIDES.—¿Qué hipótesis es ésta: si lo uno no existe?
¿Difiere de la siguiente: si lo no-uno existe?
ARISTÓTELES.—Sin duda difiere.
PARMENIDES.—¿Solamente difiere, o más bien esta
proposición: si lo no-uno existe, es contraria a esta otra: si lo uno
existe?
ARISTÓTELES.—Todo lo contrario.
PARMENIDES.—Pero cuando se dice: si la magnitud no existe,
si la pequeñez no existe, o cualquiera otra cosa de esta clase, ¿no se
declara diferente cada una de las cosas de que se dice que no existen?
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—En el caso presente, cuando se dice: si lo uno
no existe, ¿no se da a entender que la cosa que se dice no existir es
diferente de todas las demás? ¿Y sabemos nosotros cuál es esta cosa
de que se habla?
ARISTÓTELES.—Lo sabemos.
PARMENIDES.—Cuando se nombra lo uno, ya se le atribuya el
ser o ya el no-ser, se habla por lo pronto de una cosa, que puede ser
conocida, y además que difiere de todas las otras. Porque para decir
que una cosa no existe, no es menos necesario conocer su naturaleza,
y que ella difiere de las otras. ¿No es así?
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Volviendo al principio, digamos lo que
sucederá, si lo uno no existe. En primer lugar, es preciso que haya un
conocimiento de lo uno; porque de lo contrario no se sabría de qué se
hablaba, cuando se dice: si lo uno no existe.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—¿No es preciso igualmente, que las otras
cosas sean diferentes de lo uno, sin lo cual no se podría decir que es
éste diferente de las otras cosas?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Es preciso, por tanto, atribuirle la diferencia,
además del conocimiento. Porque no se entiende hablar de la diferencia
de las otras cosas, cuando se dice que lo uno difiere de las otras cosas,
sino de la suya propia.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Lo uno, que no existe, participa, pues, del
aquél, del algo del éste, del éstos y de todas las cosas análogas;
porque de otra manera no se podrían enunciar ni lo uno. ni las cosas
diferentes de lo uno; no podría decidirse, ni el algo que es, ni que es
para aquél o de aquél, si lo uno no participase ni del algo ni de lo
demás.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Lo uno no puede existir, si no existe; pero
nada obsta que participe de muchas cosas; por el contrario, es preciso
que participe de ellas, si lo uno que no existe es aquél y no otra cosa.
Si, por el contrario, no existe lo uno; si no existe lo que no existe; y si de
lo que se habla es de otra cosa, no es posible decir de él una palabra.
Pero si lo que no es, es lo uno; es aquél y no otra cosa; y es preciso
que participe de aquél y de muchas otras cosas.
ARISTÓTELES.—Ciertamente.
PARMENIDES.—Lo uno tiene la desemejanza relativamente a
las otras cosas; porque las otras cosas, siendo diferentes de lo uno, son
de naturaleza diferente.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Pero lo que es de naturaleza diferente, ¿no es
diverso?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Y lo que es diverso, ¿no es desemejante?
ARISTÓTELES.—Es desemejante.
PARMENIDES.—Pero si hay cosas desemejantes de lo uno, es
evidente que estas cosas desemejantes son desemejantes de una
cosa, que es desemejante de ellas.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—Lo uno tiene, pues, una desemejanza
respecto de la cual las otras cosas le son desemejantes.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero si tiene la desemejanza con relación a
las otras cosas, ¿no es necesario que tenga la semejanza con relación
a sí mismo?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si lo uno fuese desemejante de lo uno, no
podríamos razonar a propósito de una cosa tal como lo uno; y nuestra
hipótesis no recaería sobre lo uno, sino sobre otra cosa distinta que lo
uno.
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—Pero no es preciso que sea así.
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES.—Es preciso que lo uno tenga semejanza
consigo mismo.
ARISTÓTELES.—Es preciso.
PARMENIDES.—Lo uno tampoco es igual a las otras cosas;
porque si fuese igual, sería semejante a ellas por esta igualdad misma;
cosas ambas imposible, si lo uno no existe.
ARISTÓTELES . —Imposible.
PARMENIDES.—Pero si no es igual a las otras cosas, las otras
cosas no son iguales a él.
ARISTÓTELES .—Necesariamente.
PARMENIDES.—Y lo que no es igual, ¿es desigual?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Y lo que es desigual, ¿es desigual de lo
desigual?
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Entonces lo uno participa de la desigualdad,
en virtud de la cual las otras cosas son desiguales.
ARISTÓTELES.—Participa.
PARMENIDES.—Pero a la desigualdad se refieren la magnitud
y la pequeñez.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Lo uno, pues, tiene magnitud y pequeñez.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—La magnitud y la pequeñez están a cierta
distancia la una de la otra.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Hay, por tanto, alguna cosa entre ellas.
ARISTÓTELES.—Hay alguna cosa.
PARMENIDES.—¿Y qué puede haber entre ellas sino la
igualdad?
ARISTÓTELES.—Ninguna otra cosa.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo que tiene magnitud y
pequeñez, tiene también la igualdad, que se encuentra entre ellas.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Luego lo uno, que no existe, participa, al
parecer, de la igualdad, de la magnitud y de la pequeñez.
ARISTÓTELES.—Parece que sí.
PARMENIDES.—Pero entonces es preciso que participe en
cierta manera del ser.
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Es preciso que suceda con lo uno lo que ya
hemos dicho; porque de no ser así, no diríamos verdad, diciendo que lo
uno no existe. Y si decimos verdad, es evidente que decimos lo que es.
¿No es así?
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Puesto que sostenemos que decimos verdad,
necesariamente pretendemos decir lo que es.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Lo uno, al parecer, es, no siendo. Porque si
no es, no siendo; si deja que algo del ser penetre en el no-ser, en el
momento se hace un ser.
ARISTÓTELES.—Es ¿incontestable.
PARMENIDES.—Para no ser, es preciso que esté ligado al noser
por el ser del no-ser; lo mismo que el ser, para poseer
perfectamente el ser, debe tener el no-ser del no-ser. En efecto; sólo así
es como el ser existirá verdaderamente y que el no-ser verdaderamente
no existirá: el ser participando del ser de ser un ser, y del no-ser de ser
un no-ser; porque sólo de esta manera será perfectamente un ser; el
no-ser, por el contrario, participando del no-ser de no ser un no-ser, y
del ser de ser un no-ser; porque sólo de esta manera es como el no-ser
será perfectamente el no-ser.
ARISTÓTELES.—Todo eso es muy cierto.
PARMENIDES.—Puesto que el ser participa del no-ser y el noser
del ser; lo uno, que no existe, debe también necesariamente
participar del ser con relación al no-ser.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Resulta que el ser pertenece a lo uno, si no
existe.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Y el no-ser igualmente, por lo mismo que lo
uno no existe.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—¿Es posible que una cosa que existe de cierta
manera, no subsista ya de esta manera sin mudar de modo de ser?
ARISTÓTELES.—No es posible.
PARMENIDES.—Luego todo lo que existe de una manera, y no
es ya de esta manera, supone un cambio.
ARISTÓTELES.—Es incontestable.
PARMENIDES.—¿Quien dice cambio, dice movimiento, o dirá
otra cosa?
ARISTÓTELES.—No, dice movimiento.
PARMENIDES.—Pero lo uno nos ha parecido ser y no-ser.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Nos parece, pues, ser de una manera, y no
ser de esta manera.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Lo uno, que no existe, nos ha parecido estar
en movimiento; puesto que nos ha parecido haber mudado del ser al
no-ser.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Sin embargo; si lo uno no forma parte de los
seres, y de hecho no la forma, puesto que no existe, no puede pasar de
un paraje a otro.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—No se mueve, pues, mudando de lugar.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Tampoco gira en el mismo lugar, porque no
tiene relación con lo mismo; porque lo mismo es un ser; y lo que no
existe, es imposible que pueda estar en ningún ser.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Luego, no existiendo lo uno, no puede girar en
una cosa en la que no está.
ARISTÓTELES.—No puede.
PARMENIDES.—Pero lo uno no se altera, ya exista o ya no
exista; porque si lo uno se alterase, ya no se trataría de él, sino de otra
cosa.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—Si no se altera ni gira en un mismo lugar, ni
muda de sitio, ¿es posible que pueda aún moverse?
ARISTÓTELES.—No puede.
PARMENIDES.—Pero lo que no se mueve, necesariamente
está quieto; y lo que está quieto, está en reposo.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Luego, lo uno, que no existe, está al parecer
en reposo y en movimiento.
ARISTÓTELES.—Así parece.
PARMENIDES.—Pero si se mueve, es de toda necesidad que
se altere. Porque cuanto más se mueve una cosa, tanto más se aleja de
su estado primitivo, y tanto más es diferente.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Luego en tanto que se mueve, lo uno se
altera.
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.―Pero en tanto que no se mueve, no se altera.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—Así, pues, lo uno que no existe, está en
movimiento y se altera; no está en movimiento y no se altera.
ARISTÓTELES.—Muy bien.
PARMENIDES.—De manera que lo uno, que no existe, se
altera y no se altera.
ARISTÓTELES,—Así parece.
PARMENIDES.—Pero lo que se altera, necesariamente se hace
otro que lo que era antes; y muere con relación a su primera manera de
ser; por el contrario, lo que no se altera, no se hace otro, ni muere.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Por tanto, lo uno, que no existe, alterándose,
nace y muere; y no alterándose, ni nace, ni muere. De suerte que lo uno
que no existe, nace y muere a la vez; y no nace, ni muere.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Volvamos de nuevo al principio, para ver si las
cosas nos parecen aún tales como al presente, o diferentes.
ARISTÓTELES.—Volvamos.
PARMENIDES.—Si lo uno no existe, ¿podremos decir qué
sucederá a lo uno?
ARISTÓTELES.—Ésa es la cuestión.
PARMENIDES.—Cuando decimos no existe, ¿queremos indicar
otra cosa que la falta de ser en aquello que decimos que no existe?
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Cuando decimos de una cosa que no existe,
¿decimos que no existe de una manera, y que existe de otra; o bien
esta expresión no existe, significa que lo que no existe, no existe de
ninguna manera, y no participa del ser?
ARISTÓTELES.—Que no existe de ninguna manera.
PARMENIDES.—Lo que no existe, no puede existir, ni participar
en nada del ser.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Pero nacer y morir, ¿es otra cosa que recibir
el ser, y perder el ser?
ARISTÓTELES.—No es otra cosa.
PARMENIDES.—Pero lo que no participa nada del ser, no
puede ni recibirle ni perderle.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Luego lo uno, no existiendo de ninguna
manera, no puede poseer, abandonar, ni participar del ser.
ARISTÓTELES.—Probablemente.
PARMENIDES.—Luego lo uno que no existe, no nace, ni
muere; puesto que no participa en manera alguna del ser.
ARISTÓTELES.—Parece que no.
PARMENIDES.—Tampoco se altera, porque nacería y moriría
si se alterase.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Si no se altera, necesariamente no se mueve.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—Tampoco diremos, que lo que no existe de
ninguna manera, está en reposo; porque lo que está en reposo, debe
estar siempre en el mismo lugar.
ARISTÓTELES.—En el mismo lugar; ni puede ser de otra
manera.
PARMENIDES.—Declaremos, pues, que lo que no existe, no
está, ni en reposo, ni en movimiento.
ARISTÓTELES.—No, sin duda.
PARMENIDES.—Luego lo uno no tiene nada de lo que existe;
porque si participase de alguna cosa de las que existen, participaría del
ser.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—No tiene magnitud, ni pequeñez, ni igualdad.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Ni semejanza, ni diferencia, con relación a sí
mismo, y a las otras cosas.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Pero, ¡qué!, ¿todas las demás cosas pueden
ser para él algo, cuando no hay nada que para él sea algo?
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Las demás cosas, ¿no son respecto de él, ni
semejantes, ni desemejantes, ni las mismas, ni las otras?
ARISTÓTELES.—No,
PARMENIDES.—Y qué, ¿los términos de aquél, a aquél, algo,
éste, de éste, de otro, a otro, en otro tiempo, en seguida, ahora, la
ciencia, la opinión, la sensación, el discurso, el nombre; en una palabra,
nada de lo que existe puede ser referido a lo que no existe?
ARISTÓTELES.—No puede.
PARMENIDES.—Por consiguiente, lo uno que no existe, no
existe de ninguna manera.
ARISTÓTELES.—De ninguna manera, a mi parecer.
PARMENIDES.—Veamos aún, si lo uno no existe, lo que
sucederá a las otras cosas
ARISTÓTELES.—Veámoslo.
PARMENIDES.—En primer lugar, es preciso que éstas existan
de alguna manera; porque si las otras cosas no existiesen, no se podría
hablar de las otras cosas.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Y cuando se habla de las otras cosas, se
entiende que estas otras cosas son diferentes. O bien, ¿damos igual
sentido a otras y diferentes?
ARISTÓTELES.—Sí, el mismo.
PARMENIDES.—¿No decimos que lo que es diferente, es
diferente de una cosa diferente; y que lo que es otro, es otro que otra
cosa?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.—Si las otras cosas deben ser otras, serán
otras, respecto a cualquiera otra cosa.
ARISTÓTELES.—Necesariamente.
PARMENIDES.—¿Cuál es esta cosa? Ellas no pueden ser
otras cosas con relación a lo uno, puesto que lo uno no existe.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—Ellas son otras las unas respecto de las otras,
porque sólo esto pueden ser, a no ser otras que la nada.
ARISTÓTELES.—Bien.
PARMENIDES.—A causa, pues, de la pluralidad, las unas son
distintas de las otras; porque no pueden serlo con relación a lo uno, no
existiendo lo uno. Cada una de ellas probablemente es como una masa
que encierra un número infinito de partes; de suerte que, cuando se
cree haber cogido lo más pequeño posible, se ve aparecer como en un
sueño, en lugar de la unidad que se creía encontrar, una multitud; y en
lugar de una cosa muy pequeña, una cosa muy grande, en atención a
sus divisiones posibles.
ARISTÓTELES.—Muy bien.
PARMENIDES.—Mediante masas de esta naturaleza, es como
las otras cosas aparecen distintas las unas de las otras, si son otras que
lo uno, que no existe.
ARISTÓTELES.—Es evidente.
PARMENIDES.—¿Habrá una multitud de estas masas y cada
una de ellas parecerá ser una, sin serlo en efecto, pues que lo uno no
existe?
ARISTÓTELES.—Sí.
PARMENIDES.―Aparecerán formando un número, si cada una
de ellas es una y si ellas son muchas.
ARISTÓTELES.—Seguramente.
PARMENIDES.—Aparecerán unas pares, otras impares;
contrariando la verdad, si es que lo uno no existe.
ARISTÓTELES.—Sin duda.
PARMENIDES.—Parecerán, como hemos dicho, compuestas
de una cosa muy pequeña; y sin embargo, esta cosa parece múltiple y
grande con relación a la multitud y a la pequeñez de sus partes.
ARISTÓTELES.—Incontestablemente.
PARMENIDES.—Cada masa nos parecerá ser igual a una
multitud de pequeñas masas; porque ninguna puede suponerse que
pase de lo más grande a lo más pequeño, sin suponerse también que
ha debido, pasar por un medio, que es como un fantasma de igualdad.
ARISTÓTELES.—Conforme.
PARMENIDES.—Cada masa ¿no está limitada, con relación a
las otras y a sí misma, no teniendo principio, fin, ni medio?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Si se quiere considerar por el pensamiento en
estas masas alguna parte como existente, se ve siempre, antes del
principio, otro principio; después del fin, otro fin; y en el medio, alguna
cosa más intermedia que el medio, y que siempre es más pequeña;
porque es imposible considerar ninguna de estas cosas como una, si lo
uno no existe.
ARISTÓTELES.—Perfectamente cierto.
PARMENIDES.—Cualquiera que sea el ser que se considere
por el pensamiento, necesariamente se le verá siempre dividirse y
disolverse; no es, en efecto, más que una masa sin unidad.
ARISTÓTELES.― Muy bien.
PARMENIDES.—¿No es cierto que si se miran estas masas de
lejos y en grande, cada una de ellas parece necesariamente una;
mientras que, examinada de cerca y en detalle, representa una multitud
infinita, porque está privada de lo uno, no existiendo lo uno?
ARISTÓTELES.—No puede darse cosa más cierta.
PARMENIDES.—Así, pues, es preciso que cada una de las
otras cosas aparezca infinita y limitada, una y muchas, si lo uno 'no
existe, y si hay más que lo uno.
ARISTÓTELES.—Así es preciso que suceda.
PARMENIDES.—Pero estas mismas cosas, ¿no parecen
igualmente semejantes y desemejantes?
ARISTÓTELES.—¿Cómo?
PARMENIDES.—Por ejemplo; en, un cuadro visto de lejos,
todas las figuras parecen no formar más que una y ser semejantes.
ARISTÓTELES.—Así es.
PARMENIDES.—Mientras que si uno se aproxima, en el
momento parecen diferentes; y, efecto de esta diferencia, diversas y
desemejantes.
ARISTÓTELES.—En efecto.
PARMENIDES.—Así es como las masas aparecen semejantes
y desemejantes a sí mismas y entre sí.
ARISTÓTELES.—Perfectamente.
PARMENIDES.—Por consiguiente, ellas parecen igualmente las
mismas y otras, en contacto y separadas; moviéndose con toda clase
de movimientos y estando absolutamente en reposo; naciendo y
pereciendo, y no naciendo ni pereciendo; y parecen tener todas las demás
modificaciones que podamos revistar en la hipótesis de existir las
cosas múltiples, y de no existir lo uno.
ARISTÓTELES.—Es todo muy cierto.
PARMENIDES.—Volvamos otra vez al principio, y digamos lo
que sucederá, si lo uno no existe, y si hay otras cosas que lo uno.
ARISTÓTELES.—Digámoslo, pues.
PARMENIDES.—Ninguna otra cosa será una.
ARISTÓTELES.—No, ciertamente.
PARMENIDES.—Ni será muchas; porque la unidad estaría
comprendida en la pluralidad; y si ninguna de las otras cosas tiene nada
de uno, todas serán nada; y por consiguiente no existirá tampoco
pluralidad.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—No encontrándose lo uno en las otras cosas,
ellas no son ni muchas, ni unas.
ARISTÓTELES.—No.
PARMENIDES.—No parecen ni una, ni muchas.
ARISTÓTELES.—¿Por qué?
PARMENIDES.—Porque las otras cosas no pueden tener, en
manera alguna relación con ninguna de las cosas que no existen; y lo
que no existe, no puede pertenecer en nada a las otras cosas; porque lo
que no existe, no tiene partes.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—No hay en las otras cosas ni opinión, ni
representación de lo que no existe; y lo que no existe, no puede en
manera alguna ser concebido como perteneciendo a las otras cosas.
ARISTÓTELES.—No, sin duda.
PARMENIDES.—Si lo uno no existe, nada entre las otras cosas
será concebido como uno, ni como muchos. Porque es imposible
concebir la pluralidad sin la unidad.
ARISTÓTELES.—Imposible.
PARMENIDES.—Si lo uno no existe, las otras cosas no existen;
ni son concebidas como uno, ni como muchos.
ARISTÓTELES.—No, a lo que parece.
PARMENIDES.—Ni como semejantes, ni desemejantes.
ARISTÓTELES.—Tampoco.
PARMENIDES.—Ni como los mismos, ni como otros; ni en
contacto, ni separados; y si lo uno no existe, ellas no son ni parecen
nada de lo que nos parecieron ser antes.
ARISTÓTELES.—Es cierto.
PARMENIDES.—Si, por tanto, dijésemos, resumiendo: si lo uno
no existe, nada existe, ¿no diríamos verdad?
ARISTÓTELES.—Perfectamente bien.
PARMENIDES.—Digámoslo, pues; y digamos también que, a lo
que parece, que lo uno exista, o que no exista, él y las otras cosas, con
relación a sí mismas y en la relación de las unas con las otras, son
absolutamente todo, y no son nada; lo parecen y no lo parecen
ARISTÓTELES.—Nada más cierto.
Fin
Las Ideas de Parménides forjaron parte de los trabajos de Sócrates, Platón y Aristóteles.
Lectorías: filosofía práctica; taller de producción
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