Capítulo Ocho, Marx y Engels, el materialismo histórico El yo es la unidad puramente vital de nuestro ser, de nosotros mismos. Cuando el yo se convierte en sujeto cognoscente, imprime en las cosas a conocer, los caracteres categoriales del ser. Nuestras obras se basan en que no es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. El humano que brotó ordinariamente de la naturaleza, era puramente un ser natural, y no un hombre. El hombre es un producto del hombre, de la cultura, de la historia. Es en la práctica en donde el hombre demuestra la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. (Por cierto, mucho después de nuestra muerte, unos inescrupulosos tomaron por excusa nuestras ideas y trastocándolas, sembraron odio y muerte con la consigna de una bandera roja -con una hoz y un martillo emntrelazados- que fue nefasta para la humanidad). Nosotros dejamos en claro que, la producción, y con ella el intercambio de los productos, es la base de todo orden social. En todas las sociedades que desfilan por la Historia, la distribución de los productos y, junto a ella la división social de los hombres en clases, es determinada por lo que la sociedad produce, y cómo lo produce, y por el modo de intercambiar sus productos. Según eso, las últimas causas de todos los cambios sociales de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres, ni en la idea que ellos se forman de la verdad eterna, ni de la Eterna Justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio. El materialismo es un fiel aliado de la actividad práctica del humano a base de los cuales el mismo surgió y se desarrolló. La filosofía no debe encerrarse en el ámbito del pensamiento puro, sino que es de su incumbencia estudiar a la Naturaleza y a los humanos. La naturaleza existe fuera de la persona humana, es "el primer ser, lo primero, no lo derivado". Mientras que las personas son una parte de la Naturaleza, un producto de su largo desarrollo. La conciencia no antecede a la naturaleza, sino que la refleja simplemente, es cognoscible y asequible al hombre que la percibe con todos sus sentidos. Para nosotros, Karl Marx y Frederick Engels, la moral es producto de las relaciones morales, de las relaciones de produción. Así también recordamos que Feuerbach considera que la principal fuerza motriz de la Historia es la moral, las relaciones morales de los humanos. La conciencia moral contiene dentro de sí un cierto número de principios, en virtud de los cuales los humanos rigen suss vida. Acomodan su conducta a esos principios y, por otra parte, tienen en ellos una base para formular juicios morales acerca de sí mismos y de cuanto les rodea. Esa conciencia moral es un hecho de la vida humana, tan real, tan efectivo, tan incommovible como el hecho del conocimiento. Nosotros decimos que esta cosa o aquella es buena o mala; pero en rigor, las cosas no son ni buenas ni malas; porque en las cosas no hay mérito ni desmérito. Por consiguiente, los calificativos morales sólo pueden predicarse de la persona humana. Todo acto en el momento de iniciarse, de comenzar a realizarse, aparece a la conciencia bajo la forma de mandamiento: hay que hacer esto, esto tiene que ser hecho, haz esto. Esta forma de imperativos es la rúbrica general en que se contiene todo acto inmediatamente posible. Por ejemplo; "si quieres sanar de tu enfermedad, toma la medicina". El imperativo es "toma la medicina"; pero este imperativo está limitado, no es absoluto, no es incondicional, sino que está puesto bajo la condición "de que quieras sanar". Si tú dices "no quiero sanar", entonces ya no es válido el imperativo. Los imperativos de la moral se suelen formular sin condiciones: "honra a tus padres"; "no mates a otra persona"; y en fin todos los mandamientos morales bien conocidos. ¿A cuál de estos tipos de imperativos corresponde lo que llamamos moralidad? Evidentemente la moralidad no es lo mismo que la legalidad. La legalidad de un acto voluntario consiste en que la acción efectuada en él, sea conforme y esté ajustada a la ley. Pero no basta que una acción sea conforme y esté ajustada a la ley, para que sea moral; no basta que una acción sea legal para que sea moral. Para que una acción sea moral es menester que algo acontezca no en la acción misma y su concordancia con la ley, sino en el instante que antecede a la acción en el ánimo o voluntad del que la ejecuta. Si una persona ajusta perfectamente sus actos a la ley, pero los ajusta a la ley porque teme el castigo consiguiente o apetece la recompensa consiguiente, entonces decimos que la conducta íntima, la voluntad íntima de esa persona, no es moral. Para nosotros, para la conciencia moral, una voluntad que se resuelve a hacer lo que hace por esperanza de recompensa o por temor de castigo, pierde todo valor moral. En cambio, decimos que un acto moral tiene pleno mérito moral, cuando la persona que lo verifica ha sido determinada a verificarlo únicamente porque ese es el acto moral debido. La voluntad es autónoma cuando ella se da a sí misma su propia ley, es heterómana cuando recibe pasivamente la ley, de algo o de alguien que no es ella misma. Ahora bien, todas las éticas que la historia conoce y en las cuales los principios de la moralidad son hallados en contenidos empíricos de la acción, resultan necesariamente heterómanas; consisten necesariamente en presentar un tipo de acción para que la persona ajuste su conducta a ella; porque siempre el fundamento determinante de la voluntad, es la consideración que la persona ha de hacer, de lo que le va a acontecer si cumple o no cumple. Solamente es autónoma aquella formulación de la ley moral que pone en la voluntad misma el origen de la propia ley. Ahora bien, esto obliga a que la propia ley que se origina en la voluntad misma no sea una ley de contenido empírico, sino una ley puramente formal. Por eso la ley moral no puede consistir en decir "haz esto o haz lo otro", sino en decir: lo que quiera que hagas, hazlo por respeto a la ley moral". Por eso la moral no puede consistir en una serie de mandamientos, con un contenido empírico o metafísico determinado, sino que tiene que consistir en la aceptación del lugar sicológico, el lugar de la conciencia, en donde reside lo meritorio, en donde lo meritorio no es ajustar la conducta a tal o cual precepto, sino cuestionarnos el por qué se ajusta la conducta a tal o cual precepto. "Obra de tal manera que el motivo, el principio que te lleve a obrar, puedas tú querer que sea una ley universal". Mas, esta autonomía de la voluntad nos abre ya una pequeña puerta fuera del mundo de los fenómenos, fuera del mundo de los objetos a conocer, fuera de la tupida red de condiciones que el acto de conocimiento se hace. "Porque si la voluntad moral pura es la voluntad autónoma, entonces esto implica necesaria y evidentemente el postulado de la libertad de la voluntad". Es evidente, tan evidente como los principios elementales de las matemáticas, que la voluntad tiene que ser libre, so pena de que se saque la conclusión de que no hay moralidad, de que el hombre no merece ni aplauso ni censura. Pero es un hecho de que a nadie se le convence de que las personas no merezcan aplausos o censuras, sino que hay personas que son dañinas y otras que son buenas... y otras regulares, como la mayoría". Pero si la voluntad es libre ¿Es que entonces entramos en contradicción con la naturaleza? Si la voluntad es libre, entonces parece como si en la red de mallas de las cosas naturales hubiéramos cortado un hilo, un hilo roto. ¿Entramos pues acaso en contradicción con la naturaleza? No, la conciencia moral no es conocimiento. No nos presenta la realidad esencial de algo, sino que es un acto de valoración, no de conocimiento; y ese acto es el que nos pone en contacto directo con otro mundo, que no es le mundo de los fenómenos, que no es mundo de los objetos a conocer, sino un mundo completamente inteligible, en donde no se trata ya de espacio, del tiempo; de las categorías, en donde espacio, tiempo y categorías no tienen nada que hacer; es el mundo de unas realidades suprasensibles a las cuales no llegamos por conocimiento, sino como directas intuiciones de carácter moral que nos ponen en contacto con esa otra dimensión de la conciencia humana, que es la dimensión no cognoscitiva, sino valorativa y moral. De modo que nuestro yo, como sujeto cognoscente se expande ampliamente en la naturaleza, en su clasificación en objetos, en la reunión y concatenación de causas y efectos y su desarrollo en la ciencia, en el conocimiento científico, matemático, físico, químico, biológico, histórico y demás etcéteras. Pero al mismo tiempo ese mismo yo que cuando conoce se pone a sí mismo como sujeto cognoscente, ese mismo yo es también conciencia moral, y superpone a todo ese espectáculo de la naturaleza, sujeta a leyes naturales, de causalidad, una actividad estimativa, valorativa, que se refiere a sí misma, no como sujeto cognoscente, sino como activa, como agente; y que se refiere a las otras personas en la misma relación. Así pues, la conciencia moral nos entreabre un poco el velo que encubre este mundo inteligible de las almas y conciencias morales que no tiene nada que ver con el sujeto cognoscente. Si la voluntad humana es libre, si nos permite penetrar en este mundo inteligible, nos ha enseñado que este mundo inteligible no está sujeto a las formas de espacio, tiempo y categorías. Si nuestro yo como persona moral, no está sujeto a espacio, tiempo y categorías, no tiene sentido hablar de una vida más o menos larga o menos corta. El tiempo no existe aquí; el tiempo es una forma aplicable a fenómenos, aplicable a objetos a conocer, pero el alma, humana, la conciencia humana moral, la voluntad libre, es ajena al espacio y el tiempo. Cada una de nuestras acciones puede, en efecto, y debe ser considerada como un fenómeno que se efectúa en el mundo, tiene sus causas y está determinada íntegramente, bajo el aspecto del deber; bajo el aspecto de lo moral o inmoral. La característica de nuestra vida moral, concreta, en este mundo fenoménico, es la tragedia, el dolor, el desgarramiento profundo, que produce en nosotros esa distancia, ese abismo entre el ideal y la realidad. La realidad fenoménica está regida por la naturaleza, por el engarce natural de causas y efectos que son ciegos para los valores morales. En nuestra vida colectiva, encontramos con que quisiéramos que la justicia fuese total, plena y completa, pero nos encontramos con que en las mayoría de las veces prevalece lo contrario. Y en la vida histórica lo mismo. Continúa aquí; Capítulo Nueve, la vida es un quehacer >
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Depando al voyageur: con niños en viaje interestelar alcanzamos al voyageur; en ruta encontramos reminiscencias del pensamiento griego. |
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