Capítulo Seis, Leibnitz, básicas sobre el conocimiento Describiré lo que queremos decir cuando decimos "conocimiento", independientemente de que exista o no y aún de que sea posible o no sea posible. Encontramos como primeros elementos en el conocimiento el sujeto pensante, el sujeto cognoscente y el objeto conocido. Todo conocimiento, cualquier conocimiento ha de ser de un sujeto contra un objeto. De modo que la pareja sujeto-cognoscente y objeto-conocido es esencial en cualquier conocimiento. Esa dualidad del objeto y del sujeto es una separación completa; de manera que el sujeto es siempre sujeto y el objeto es siempre objeto. No puede fundirse el sujeto en el objeto ni el objeto en el sujeto. Si se fundieran, si dejaran de ser dos, entonces, no habría conocimiento. El conocimiento es siempre, pues, esa dualidad del sujeto y el objeto. Pero esa dualidad es al mismo tiempo una relación. La relación consiste en que no puede pensarse el uno sin el otro, ni el otro sin el uno; del mismo modo los términos sujeto y objeto son correlativos. Pero además esta correlación es irreversible. Es decir, no hay posibilidad de que el sujeto se convierta en objeto ni el objeto en sujeto. No hay reversibilidad. Lo que el sujeto hace al salir de sí mismo para hacerse dueño del objeto, es captar el objeto mediante un pensamiento. Vista la relación desde el otro lado, diremos que el objeto va hacia el sujeto, se entrega al sujeto, se imprime en el sujeto; modifica al pensamiento. De modo que ahora tenemos un tercer elemento en la correlación del conocimiento, sea, sujeto, objeto y pensamiento. En sí y por sí -metafísicamente hablando- el objeto no es objeto sino en tanto que empieza a ser conocido, por tanto el objeto que no sea objeto para un sujeto no es objeto. Será lo que quiera que sea; pero no es un problema para el conocimiento; no constituye elemento alguno del conocimiento. Una vez que ha entrado en la correlación de ser el objeto para mí (sujeto), y al ser yo sujeto, en cuanto que pienso ese objeto; una vez establecida la correlación, es trascendente, porque es irreversible esta correlación y porque el objeto no puede nunca penetrar dentro del sujeto sino que permanece siempre a la distancia, mediatizado por el pensamiento. El último elemento del conocimiento que se nos propone a nuestra descripción fenomenológica es el de la verdad del conocimiento que consiste en que el conocimiento concuerde con el objeto, o mejor dicho, consiste en que en la relación del conocimiento, el pensamiento formado por el sujeto, en vista del objeto, concuerde con el objeto; de donde podremos establecer un criterio. El criterio de la verdad. Cuando el conocimiento no concuerda con la cosa, no es que tengamos un conocimiento falso: es que no tenemos conocimiento. El conocimiento verdadero es aquel en el cual el pensamiento concuerda con el objeto; pero eso nos da dos tipos de verdades: las verdades de razón y las verdades de hecho. Las verdades de razón, son aquellas que enuncian que algo, es de tal modo, que no puede ser más que de ese modo; y, las verdades de hecho son aquellas que enuncian que algo es de cierta manera pero que podría ser de otra. Dicho de otra forma: las verdades de razón enuncian un ser o un consistir necesario mientras que las verdades de hecho, enuncian un ser o un consistir contingente (de hecho son como nos las cuenten o como se perciban). Las verdades matemáticas, las verdades de lógica pura, son verdades de razón; las verdades de experiencia física; las verdades históricas, son verdades de hecho. Entre ese ideal de conocimiento plenamente realizado en la lógica y en las matemáticas; y el conocimiento un poco inferior de las verdades de hecho que están en la física; entre ese ideal y esa inferior realidad del conocimiento humano no hay un abismo sino na continuidad de transiciones, de tal suerte que el conocimiento ha de consistir en convertir cada vez más las verdades de hecho en verdades de razón, es decir, el conocimiento será cada vez más profundo cuanto más matemático sea. La relación que existe entre la verdad de hecho y la verdad de razón es similar a la que hay entre una recta y la curva. No hay abismo entre la recta y la curva, porque, ¿qué es la recta sino una curva de radio infinito? Y ¿qué es el punto, sino una circunferencia de radio infinitamente pequeño? Vemos entonces cómo entre el punto, la recta y la curva no hay abismos de diferencia sino que desde un cierto punto de vista especial, que consiste en considerarlo todo como engendrado, entre el punto, la curva y la recta hay un tránsito continuo. Estas consideraciones fueron las que me llevaron a pensar que un mismo punto, ya se considere como perteneciente a la curva, ya se considere como perteneciente a la tangente de esa curva, ese mismo punto, uno y el mismo punto, tiene definiciones geométricas diferentes según sea considerado como punto de la curva o como punto de la tengente a la curva. Entonces lo único que necesité fue encontrar la fórmula que defina cada punto en función del todo, y esa búsqueda me llevó al descubrimiento del cálculo infinitesimal, con el cual una enorme zona de verdades físicas, de hecho, ingresan de pronto en el cuerpo de las verdades matemáticas, de razón. Así por ejemplo: Si consideramos una trayectoria circular y otra trayectoria lineal tangente a la trayectoria circular, hay un punto -el punto de tangencia- que pertenece a la vez al sistema de la recta y al sitema del círculo. ¿Qué es lo que hay dentro de ese punto, en el interior del punto? Primeramente, ¿Qué lo hace moverse? Y segundo ¿Qué lo hace moverse como recta, en trayectoria rectilínea o en trayectoria circular? En mi primer tratado al que llamé THEORIA MOTUS ABSTRACTI Y THEORIA MOTUS CONCRETI, llegué a lo que me pareció ser un concepto "madre" de todo movimiento. Le llamé Conatus, del latín esfuerzo, fuerza. Tardé años buscando los instrumentos matemáticos para definir lo infinitamente pequeño y cuando lo logré -el cálculo infinitesimal- lo dividí en cálculo integral y cálculo diferencial; siendo el cálculo diferencial aquel que busca la formulación exacta de lo que distingue el punto de la recta y al punto de la curva, la diferencia que hay entre ellos. Y siendo el cálculo integral en cambio el esfuerzo por encontrar la formulación matemática que permita en la definición del mismo punto, ver ya incluida la dirección que va a tomar. Si curva o recta; o elipse o parábola o hipérbole o cualquier otra trayectoria. En otras palabras, pude definir un punto cualquiera , no sólo como cruce de dos rectas o como cruce de dos curvas o como tangencia -como en la geometría- sino como una función de una, dos o tres variables, que hace que el establecimiento matemático de la función nos diga de una manera previa, por decirlo así "a priori", el recorrido que ese punto va a seguir. Así pues, con la trayectoria recorrida, el cuadrado de la velocidad y la masa se tienen elementos suficientes para determinar matemáticamente la situación dinámica actual de cualquier cuerpo, la cual contiene a su vez la ley de su evolución dinámica ulterior, posterior. Con esto, con lo infinitamente pequeño del cálculo infinitesimal, con la fuerza viva como elemento definitorio de la materia, tenemos los dos elementos, las dos ideas fundamentales, la idea perfecta a la que llamé Mónada. Esta palabra no se me ocurrió a mí. Recuerdo haberla leído de un filósofo del renacimiento, un físico, astrónomo y matemático genial, sólo que un poco fantástico, se llama Giordano Bruno, él fue quien puso este nombre en circulación en Europa. Es probable que él también la tomara de lecturas de místicos y filósofos de la antigüedad, acaso de Plotino que la empleó también. El hecho es que cuando llegué a emplear esta palabra cuajaron todos los elementos fundamentales de mi metafísica y fue publicada - ejem... por cierto después de mi muerte- con el nombre de Teoría de las Mónadas o dicho en una sola palabra Monadología. ¿Qué es la mónada? Es primeramente substancia, es decir realidad. Substancia como realidad y no substancia como contenido del pensamiento, como término puramente psicológico de nuestras vivencias. Substancia como realidad en sí y por sí. Unica e indivisible. Y si es indivisible es porque no es material -como el caso de los átomos- y no puede consistir en otra cosa que en fuerza, en energía, en vigor. Mas: ¿Qué es fuerza y energía? No debemos representárnoslas como aparecen en nuestra experiencia sensible. En nuestra experiencia sensible llamamos fuerza a la capacidad de un cuerpo para poner en movimiento a otro cuerpo, pero así no puede definirse metafísicamente la energía, porque aquí no hay cuerpos. En la Mónada la única fuerza que existe es la capacidad de actuar. Nosotros, en el interior de nosotros mismos, nos captamos a nosotros mismos como fuerza, como energía; es decir, como tránsito y movimiento interno psicológico de una idea, de una percepción a otra percepción, de una vivencia a otra. Esa capacidad de tener vivencias, esa capacidad de variar nuestro estado interior que deja de ser vivencia; A, para pasar a ser vivencia B, luego a vivencia C; esa capacidad íntima de sucederse unas a otras las vivencias, eso es lo que constituye la consistencia de la Mónada. La Mónada es substancia activa, substancia psíquica. Esa substancia activa , esa capacidad de pasar por varios estados, esa posibilidad de vivir, con que puede definirse la Mónada es totalmente indiferente de cualquier otra. No hay en el Universo dos iguales. Esa individualidad es simplicidad. Indivisible significa individuo, pero además simple, sea, sin partes, activa y por tal, dotada de percepción y de apetición, caracteres de todo lo esencialmente psíquico. La percepción porque es precisamente el acto mismo de tener lo múltiple en lo simple. Este acto de percepción, lo múltiple recibido, el contenido múltiple de la vivencia está en la unidad indivisible, en la unidad simple del percibiente. La Mónada es simple, indivisible e individual y al mismo tiempo contiene pluralidad de estados. Esa es precisamente la percepción. Pero además de percepción, la Mónada tiene apetición, sea, tendencia de pasar de una percepción a otra percepción. La actividad de la mónada es doble; por un lado percibe y por otro apetece, esa realidad metafísica de la mónada es esa realidad que llamamos el "yo". La ley íntima de ese tránsito es una ley espontánea, del mismo modo que el círculo recorrido por un punto está ya "in nunce" en germen, dentro de la división infinitesimal del punto; así también las mónadas. La ley íntima de sucesión de sus estados perceptivos y de su propia apetición, es una ley que rige esa sucesión; lo mismo que la ley íntima de una función, de una variable, está íntegramente contenida en el seno del punto de esa variable. Así nos encontramos con lo que, en cualquier momento de su vida, de su ser, de su existir, en cualquier instante de su realidad, la mónada es una reducción de un mundo específico y entero. Es la mónada en cualquier momento de su vida, la que que en ese momento contiene todo el pasado de la mónada y todo su porvenir, puesto que la serie de percepciones que la mónada va teniendo, viene determinada por una ley interna que es la definición de esa individualidad metafísica substancial. En cualquier momento de la vida de esa mónada, todo su pasado está volcado en el presente, y ese presente no es más que el preludio del futuro, inscrito ya también en la actividad presente en la mónada. Ahora bien, si las mónadas de esta suerte reflejan el universo; si cada mónada es un reflejo universal, lo es exclusivamente desde cierto punto de vista; desde el punto de vista en que se haya situada; y además, refleja tenuemente. Las mónadas tienen percepciones; pero algunas, además de percepciones tienen apercepciones. Las mónadas que tienen apercepciones y memoria constituyen lo que podríamos llamar "alma", o sea un plano superior en la jerarquía metafísica, al de las simples mónadas con sólo percepciones, o sea con ideas confusas y oscuras. Tómese en cuenta que existen una serie de hechos psicológicos que revelan que a cada momento estamos percibiendo sin apercibir. Por ejemplo, el ruido de las olas del mar sobre la playa, se compone de una multitud enorme de pequeños ruidos y sonidos: ( el que cada gota hace sobre cada grano de arena). y sin embargo no somos concientes de esos pequeños ruidos, a eso le llamo yo "petites perceptions" a esas pequeñas percepciones. Somos concientes solamente de la suma de ellos, pero no de cada uno de ellos. Así pues, y volviendo a en donde estábamos, cada mónada es un reflejo universal pero en el punto de vista desde donde se haya situada, y así ese reflejo será menos oscuro o menos clara la apercepción y la percepción. Todo el universo está en ese nuestro sector porque sin discontinuidad podemos pasar de ese sector a otro, pero simultáneamente no podemos sino estar más que un punto de vista, de manera que aún teniendo el máximo conocimiento científico no podríamos reflejar "ese máximo conocimiento científico", sino que, sólo podemos reflejar el mundo desde un cierto ángulo visual (el propio) . Continúa aquí; Capítulo Siete, Kant, Capítulo Siete, Kant, del espacio y del tiempo >
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Depando al voyageur: con niños en viaje interestelar alcanzamos al voyageur; en ruta encontramos reminiscencias del pensamiento griego. |
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