Primera parte: Pintor de sueños
Segunda parte: La puerta de las estaciones: Primavera \ Verano \ Invierno \ Otoño \ Amanecer

Hannia Hoffmann
Ensueño
Segunda parte
La Puerta de las Estaciones

En el invierno

La lluvia fina llena el espacio,
en tanto el intenso sol
parece disputarle el control
de la temperatura.
El cielo aún no se decide a ser azul o gris.
Diminutas gotas de agua
descomponen la luz, convirtiéndola
en una hermosa cinta de colores
que, dispuesta en forma de arco,
adorna el cielo de un extremo al otro.
Rojo, naranja, amarillo,
verde, azul, morado, violeta...
¡ Tantos han querido saber qué hay al extremo del arcoiris!- comentó Ciré.

- Conozco muchos cuentos de seres que han salido en su busca. -dijo Andreas el Pintor.

-Puesto que el arcoiris es una ilusión que aparece en el cielo en virtud de la luz que atraviesa las gotas de lluvia -añadí- yo sé, de seguro, que sólo ha de encontrarse visitando los mundos de los sueños. Es ahí, precisamente, donde ha conducido a quienes lo han buscado. Alguna vez he de contarles sobre mis visitas a los sueños de aquellos que lo incluyen en los suyos.

-¡ Hola! Bienvenidos. -dijo Arty, la bellísima joven de largo cabello negro y muy blanca piel, quien protege al invierno.- Ha terminado el fuerte aguacero y esta tenue garúa pronto pasará. Disfruten, por ahora, el paisaje y el hermoso arcoiris. Dentro de una hora iniciaremos el recorrido por el Bosque Lluvioso.
¡ La benéfica lluvia! que lava el aire, lo purifica todo ... Al caer sobre flores y follaje, aviva aromas en el ambiente. ¡ Amo este húmedo olor!

Mientras esperábamos, comimos manzanas rojas y amarillas, aromáticas.¡ Y cuánto disfrutamos su delicioso olor aroma ! También comimos ciruelas pulposas, llenas de jugo, de sabor dulce, mas... ligeramente ácido, amén de algunas fresas: exquisitas, maduras, fragantes; en tanto mirábamos el paisaje desde el balcón.

De río arriba viene la corriente, definiendo con su fuerza las características que el río da al paisaje. El agua transparente permite ver el suelo arcilloso del lecho del río y, desde el balcón de la casa construida de bambú, sobresalen las piedras, como adornos de múltiples tamaños en la líquida superficie.
Pequeños remolinos en el agua, blanca y efervescente espuma, se ven aquí y allá.

Esto es el trópico: el trópico en invierno. Más abajo, en el río, después de múltiples salpicaduras de aquella blanca espuma, la superficie líquida de tono verde, se torna otra vez tranquila y se puede observar una poza.

El paisaje del río lo enmarcan las verdes tonalidades de la vegetación tropical: un tanto más oscuro, otro más claro que el anterior. Un sinnúmero de matices de verde, capaz de despertar el interés y la curiosidad de cualquier pintor. Y aún hay más: arriba, el tono azul del cielo, combinado con las blancas nubes. Si tienes suerte, talvez hasta un hermoso arcoiris. Y todavía hay más para deleitar tus sentidos.
La fuerza de las aguas, en su trayecto, produce un agradable sonido que se combina con cantos de pájaros. Las aves tropicales. Si quieres más colores, observa los detalles: las flores, las yerbas, las pequeñas plantas, el musgo, los líquenes e insectos. Entre éstos últimos, las mariposas: con delicadas alas plenas de dibujos y colores caprichosos. Hay muchas variedades. Entre ellas, una de tono azul, llamada Morpho.

Este es el invierno en el trópico, en la montaña, a la orilla de un río. La cantidad de seres vivos, vegetales o animales, que hay en este sitio, es enorme y diversa. Otro regalo de la naturaleza, para deleitar nuestro viaje por las estaciones.

Cuando cesó de llover, y ya ni siquiera había garúa, iniciamos nuestro recorrido por el Bosque Lluvioso.

En un arbusto del Jardín del Hotel, encontramos un nido con dos pichones de colibrí. La madre regresó volando: les traía su alimento. Un rato después, uno de los pequeñuelos al fin alzó vuelo y se marchó del nido. Los rápidos movimientos de sus alas nos permitieron ver múltiples colores en las plumas.
Arty nos explicó algunas características de la vegetación. Y cruzamos el río. Pasamos caminando. Las piedras rompieron los zapatos de Esmeralda y, Ferdinando, gentil le cedió los suyos. El agua nos cubría hasta la cintura. Estaba fría y la corriente era algo intensa. Las veredas previstas para el turismo nos condujeron a través de una espesa vegetación. Topografía abrupta; paisaje de altas montañas densamente cubiertas de bosques, que pudimos observar por entre la espesa vegetación. Vimos quetzales, pájaros llamados sombrilla, águilas, algunos yigüirros...

Nos detuvimos en una poza para bañarnos. El agua estaba quieta . La temperatura y la profundidad eran las adecuadas para nadar. Un poco más arriba, las piedras formaban una caída de agua, que Esmeralda y Ferdinando usaron como unas aguas turbulentas naturales. Se acercaron tiernamente y, en el agua , decidieron jugar a entregarse el uno al otro, dejarse llevar, sentir, ser... disfrutar el placer compartido, multiplicarse en su energía... jugar, cada uno inmerso en el ritmo del otro, tal como ... i no importa! El amor, la simpatía de un alguien hacia otro alguien: una cualidad general de la vida.... Sus cuerpos eran empujados por la fuerza de la caída de agua y ahí permanecieron sin ser notados por el resto del grupo que, río abajo, jugaba a deslizarse con la fuerza de la corriente, en enormes neumáticos que Arty les facilitó.

Estar en aquel río era muy placentero. El murmullo de la corriente, el paisaje de bosque siempreverde con pequeñas pinceladas de cielo azul... Se intensificó el sonido del ambiente, en tanto gruesos goterones cayeron sobre nosotros.

-Se reinició la lluvia -dijo Arty- .

Esmeralda y Ferdinando -que se veían particularmente bellos- se unieron al grupo.

-¸La lluvia -continuó Arty- se produce por la condensación del agua en la atmósfera. Y, cuando esa condensación ocurre a temperaturas inferiores a los cero grados, la lluvia se convierte en nieve.

El carro del invierno nos llevó de paseo. Cambiamos nuestros trajes de baño por abrigadas ropas y bufandas. Arty condujo el trineo. Y su verbo fantástico transformó el paisaje . Todo a nuestro alrededor se hizo blanco. Arty nos llevó a visitar la tundra. El frío era insoportable. Pero la maravillosa sensación de estar entre blanco, nos hizo olvidarlo. Pudimos ver pingüinos, renos, focas... No había vegetación ni seres humanos. Estábamos sumergidos en una atmósfera de calma, de silencio. Era un paisaje plácido, poético, intenso. El cielo, se tornó fuego ante nuestros ojos: en tonos ascendentes se incendió el horizonte. Presenciamos una aurora boreal.

-Cuando las partículas de energía provenientes del sol entran en las regiones magnéticas polares, crean corrientes que hacen resplandecer la atmósfera superior como si estuviese incendiada. Dicen que , desde el espacio -comentó Arty- luce como una brillante capa de fuego sobre el polo, espectáculo maravilloso.
-La nieve es lluvia helada- continuó: - En el trópico llueve muchísimo más que en otras regiones, porque la caída perpendicular de los rayos solares produce gran evaporación del agua. El aire puro está sediento y absorbe el agua de toda superficie acuosa.

El tremendo aguacero nos obligó a regresar al hotel.

No tengo claro el recuerdo de cuánto duró el viaje. Pero el Bosque lluvioso, Bèatrice, lo recuerdo como si lo hubiese visitado ayer. Míralo, Bèatrice, lo he pintado. Observa.

- Estoy escuchando las aves que habitan estos árboles. Ya creo estar caminando por entre los colores de tu Bosque Lluvioso. Sí, estoy sobre esta empinada ladera que me conduce al río. Ese, el que se mira al fondo del paisaje. Continíuo descendiendo. Mira Pintorcito: ya casi he llegado a la orilla del río. Se deslumbran mis ojos en la luz de las montañas y los destellos del agua. Hay una tenue garúa. El agua se evapora sin alcanzar mi cuerpo. ¡ Qué calor sofocante ! ¡ Cuán pesado el camino ! He logrado el descenso. He alcanzado la sima. Miro hacia mi derecha. En primer plano, veo árboles frondosos a la orilla del río. Arriba, en el plano segundo, el farallón se asoma entre la bruma. Las gotas de lluvia y la blancuzca bruma refractan luz, hasta fromar con ella un arco perfecto: arcoiris que adorna el plano superior derecho de tu pintura. Sí, continúo escuchando -claro que continúo- los sonidos del Bosque: los murmullos del juego del agua entre las piedras, los sonidos del viento y, hasta obtuve la gracia de sentir en mis dedos los colores etéreos de la gama del iris...
Tiene, tu pincel, magia, querido Pintorcito. Me llevó a la montaña.

Puesto que ya viste la pintura, Béatrice, proseguiré narrándote mi viaje al invierno.

Regresamos al hotel construido de caña de bambú. Cada quien tomó un baño, cambió su ropa y nos preparamos para una larga noche, con el ruido intenso de un gran aguacero.

Una fuerte tormenta acompañó la lluvia. Relámpagos, bruscas descargas entre las nubes. Intenso frío.

La tormenta se calmó con el descenso del Sol y al llegar la noche el cielo ya estaba despejado.

En la mesa principal había frutas: manzanas, ciruelas, fresas, zarzamoras, hojuelas de fruta tostada, mermeladas, licores y pasteles de frutas, confites...

Nos dieron a escoger entre varias bebidas: té, café o chocolate caliente y licores hechos a base de frutas.

Yo escogí tomar una crema de naranja, llamada Naranjélico. Un licor transparente, suave al paladar y que me hizo disfrutar, atenuado, el delicioso sabor de esa fruta. La etiqueta de la botella traía dibujado un árbol de naranja y una enorme fruta partida a la mitad, adornada con algunas hojas verdes.

También había crema de cacao, amaretto fabricado a base de almendras y de la miel que hay en el corazón de la semilla del durazno, sidra de manzana y otros licores de frutas.

-¡ Qué maravillosas son las frutas!- comentó Esmeralda- Nos permiten fabricar muchísimos productos, tal como lo dijo Estío, pero yo había probado antes este delicioso licor de naranja.

-Yo- dijo Andreas el Pintor- realmente prefiero el jugo natural de las frutas. Pero también disfruta mi paladar los productos que con ellas se pueden hacer. ¡ Qué agradable paseo! Pero, dime pintorcito amigo: ¿Qué haces?

-No he de dejar pasar este momento sin hacer un cuadro del Bosque Lluvioso.

-¿Y vas a incluir el arcoiris en ese cuadro?- preguntó Ciré.

-Aún no lo sé. No sería sencillo, mira: lo estoy pintando; y le mostré el cuadro que ya tú viste, querida Bèatrice.

-Talvez- replicó Andreas el Pintor- para pintar el arcoiris, lo mejor será hacer las de mi amigo, el distraído. Préstame, Pintorcito, tu guitarra. Y Andreas cantó:

El distraído
Iría a bailar al arcoiris
volando sobre un pájaro:
un ave amiga, de esas
que siempre le consolaban
en sus ratos difíciles.
Después de todo, él podía
remontarse al infinito y aún más allá.
La noche estaba lejos.
El arcoiris siempre le resultó
uy divertido: lo recorría, sereno;
color por color: uno a la vez.
Mientras hacía ésto, pensaba seriamente
en los problemas que debía resolver.
A veces iba solo.
De vez en cuando, conseguía
hacerse acompañar de algún amigo.
Se quedaban ahí, en el arcoiris,
durante largo rato
¡ El infinito azul, libertad absoluta!
¡ Estaba tan lejos de los suyos !
Pero... ¡estaba tan cerca!
El pájaro le llevaba
en sus alas abiertas.
Con las aves, el viento,
el sol -los elementos-
él se entendía muy bien:
¡ Todos eran tan prácticos!
Se despidió del pájaro.
El Sol deshizo el arcoiris
y, una mano amiga,
posándose en su hombro,
le invitó a regresar...



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