Capítulo Cinco, René Descartes, el método de la duda ¡ Cuidado, no vayáis a equivocaros ! A mí me tocó comenzar con la segunda navegación de la filosofía. La primera en verdad fue iniciada por aquellos navegantes inocentes, aquellos hombres espontáneos y, nuestro pensamiento es todo lo que se quiera menos espontáneo, y mucho menos inocente. Se resuelve primero buscar la manera de no equivocarse; antes de plantearse el problema metafísico se plantea otro problema previo, el problema de cómo evitar el error. La característica del pensamiento moderno es que, en lugar de debutar por la propia ontología, debuta por una epistemología; por una teoría del conocimiento, Y, ¿ por qué el pensamiento moderno debuta ahí, cuando el pensamiento antiguo había debutado con lo contrario, por la metafísica, por la ontología? Pues, porque el pensamiento moderno germina de un largo pasado filosófico con lo que nuestro pensamiento humano no es, en ningún instante ahistórico, fuera del tiempo y del espacio; no es el pensamiento que está lanzado hacia eternidades sin relación contra el momento histórico, sino que, el pensamiento es una (y tiene) realidad histórica. Lo que le interesa al pensamiento moderno, ahora, es la indubitabilidad; es que, aquello que se afirma tenga una solidez tan grande, que no pueda ser puesto en duda. Así, busqué una realidad primera que no pudiera ser puesta en duda; que existiera a toda duda. Es decir, que por un movimiento sutil de mi espíritu convertí "la duda" en método. Me lancé en busca de un conocimiento que no ofreciera flanco a la duda. Consiste en una posición tal que, entre el sujeto que conoce y lo conocido, no se interponga nada; y lo único capaz de llenar esas condiciones de inmediatez es el pensamiento mismo. No hay más que el pensamiento mismo. Si yo considero que todo pensamiento es pensamiento de una cosa, yo puedo dudar siempre de que la cosa sea como el pensamiento la piensa. Pero si yo retraigo mi interés y mi mirada, no en relación entre el pensamiento y la cosa, sino a la relación entre el pensamiento y yo; y si tomo el pensamiento mismo como objeto, entonces ya no puede morder la duda. La duda puede instalarse en el problema de si mi pensamiento coincide con la cosa, pero la duda no tiene habitáculo posible en el pensamiento mismo. Dicho de otro modo: Si yo sueño que estoy metido en una barca sobre un río, mi sueño podrá ser falso y no estar yo realmente ni en una barca ni en un río, sino metido en la cama; pero lo que no es falso es que yo estoy soñando eso. Entonces, a la pregunta ¿Qué es lo que existe? ¿Quién existe? La respuesta es "existe el pensamiento; existo yo pensando; yo y mis pensamientos". Si los pensamientos que tengo son todos falsos, lo cierto es que tengo pensamientos. Por consiguiente he aquí la necesidad histórica del planteamiento del problema, el hecho de que el problema se plantee por un pensamiento no inocente, sino prudente y cauteloso. De lo único que estamos seguros que existe es: yo y mis pensamientos. La voluntad es la que afirma o niega; el entendimiento se limita a presentar ideas a nuestra mente. Afirmar las claras y distintas, negar las oscuras o confusas, tal es el juicio. Esta función de afirmar o negar compete a la voluntad. En esta teoría queda afirmada esa característica de todo el idealismo: de ser una actitud voluntaria. "Je suis une chose qui pense", yo soy una cosa que piensa; "Cogito, ergo sum". Pienso, por tanto existo. Mi sueño podrá ser falso y no estar yo realmente ni en una barca ni en un río, sino metido en la cama; pero lo que no es falso es que yo estoy soñando eso. Ahora que lo único que indubitablemente existe es el yo pensante, y el yo pensante no puede funcionar, no puede pensar sino piensa en algo; ese algo pensado por el yo pensante se transforma en un problema. Porque ese algo pensado en el pensamiento y por el pensamiento ¿existe o no? ¿Es meramente un término interno del pensamiento? ¿O señala una existencia en sí misma, exterior y más allá del pensamiento? (Estas son interrogaciones que el realismo no podría plantear, por tanto el idealista no tendrá más remedio que deducir, demostrar o construir la realidad del mundo exterior). Existe enormidad de razones para dudar de los pensamientos oscuros y confusos; pero tratándose de claros y distintos, de ideas claras y distintas, las razones que existen para dudar son mucho menos fuertes. Si mi filosofía no hubiera podido salir de aquí, hubiera encallado en eso que se llama "solipsismo", a saber: existo yo y mis pensamientos, y nada más. Pero he aquí que descubrí entre mis pensamientos claros y distintos un pensamiento, uno solo que, por fortuna, es el único que tiene en sí mismo la garantía de que el objeto pensado existe fuera del pensamiento. De modo que hay un pensamiento que se distingue de todos los demás pensamientos claros y distintos, que contiene en el pensamiento mismo esa garantía de existencialidad de su objeto, Ese pensamiento único es el pensamiento de un dios, la idea de un dios. La idea de un dios es tal, que si la examinamos como tal idea, encontramos en ella no sólo que pensamos en un ente del cual no sabemos si existe o no, sino que pensamos en un ente dios y que ese pensamiento lleva dentro, una porción de caracteres según los cuales un dios, además de ser objeto de mi pensamiento, existe fuera de mí. Y bien: esa idea que tenemos, que pensamos, ese objeto que todavía no sé si existe o no, pero que está contenido dentro de mi pensamiento, no es idea de nosotros mismos; porque lo mencionado en esa idea es tan enormemente superior a cuanto nosotros somos, que no es posible que de nosotros mismos, de nuestro propio fondo, hayamos extraído lo mencionado en esta idea. Lo mencionado en esta idea es garantía de que el objeto pensado existe fuera del pensamiento. Lo mencionado en esta idea es tan trascendente, tan por encima de las posibilidades de invención y combinación que puede haber en nuestro pensar general, que sin duda alguna no es posible otra cosa sino que, lo mentado en esa idea, esa perfección infinita, esa "infinitud como la creación misma" responda a una realidad fuera de ella. Yo existo, tal es la primera verdad que he descubierto al apartar mi vista de los objetos y concentrarla sobre los pensamientos. Me he descubierto a mí mismo como yo pensante. Yo existo. Pero yo, que existo, tengo una existencia cuyo fundamento no percibo, no veo. Yo existo con una contingente, no vale que diga que debo la existencia a mis padres, no vale que diga que en el pasado y en el futuro mi existencia permanezca; porque no hay ningún motivo por el cual en mi existencia se dé la prolongación de ella dentro de un momento o el haber existido un momento antes, por consiguiente mi existencia es contingente, no es necesaria. Y si mi existencia es contingente, necesita un fundamento. Y por lejos que vaya yo a tomar ese fundamento, remontándome a otro, y a otro y a otro, tendré que acabar siempre, de lejos o cerca, por admitir un algo, una existencia (la naturaleza misma) que sea el fundamento de la mía. Una entidad perfecta con todas las perfecciones. La existencia es una perfección; por tanto, la perfección tiene existencia. Una vez demostrada tal existencia, ya tenemos dos existencias, la mía y la de un universo perfecto. La realidad permite que me equivoque porque puedo tener ideas confusas y oscuras, y si yo no llevo cuidado de mantener mi voluntad firme para no arriesgarme a afirmar ideas confusas y oscuras, me equivocaré. La realidad permite que yo me equivoque, pero pone en mi voluntad equivocarme o no. Si yo me atengo a no afirmar más que las ideas claras y distintas, podré saber muy pocas cosas; pero la cuestión no es saber pocas o muchas cosas, sino saber de verdad; y, entonces, manteniéndome en la voluntad firme de no afirmar más que lo claro y distinto, mi riesgo de equivocación será ínfimo. Creo necesario que la humanidad estudie eso que llaman pasiones, eso que llamamos emociones, porque me parece que se reducen a ideas confusas y oscuras; y una vez que haya visto que se reducen a esto, desaparecerán las pasiones y podrá la humanidad vivir sin esas oscuridades que le estorban y molestan en la vida. Continúa aquí; Capítulo Seis, Leibnitz, básicas sobre el conocimiento >
|
|
|
Depando al voyageur: con niños en viaje interestelar alcanzamos al voyageur; en ruta encontramos reminiscencias del pensamiento griego. |
Lectorías |