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Que pase el rey que ha de pasar... El hijo del conde se ha de quedar, con sus ojitos de mosquito y sus orejas de torreja". (canción infantil) No vinimos todos juntos a vivir en este valle de pequeños valles; pero fuimos hidalgos quienes escogimos vivir en las alturas. La sociedad de la que huíamos exigía de nos modas, impuestos, guerra y control eclesiástico; por eso fueron tentación montañas bellas y lejanas, comer del pan lejos de ojos desconfiados, renunciando a grandes ambiciones a cambio de ser libres y vivir en paz con los nuestros y con las montañas. Paz en las laderas con su propia finca a solas... familia aislada, a horas fatigosas de la familia vecina más cercana y de la que forma parte para coexistir en el respeto humano; viendo a quienes no son su familia sólo de vez en cuando y satisface, entonces, ver un rostro libre en ausencia de grandes vecindarios y autoridades. Así, serranos e hidalgos hicieron, de tanto caminar, trillos por donde pasaba la noticia, mientras pies y manos fueron abriendo la montaña, el idioma detuvo su evolución y se amoldó a los rasgos del habla cotidiana mediante el voseo: de mí para vos y de vos para mí, entre individuos con plena conciencia de ser alguien. "Yo quiero un paje matarilelilerón, ¿ Qué oficio le pondremos ? " (Canción infantil). -Eso hizo un desarrollo aislado en forma deliberada, aprovechando la configuración geográfica y basados en el trabajo propio; produciendo lo suficiente, pero no más que eso. Quienes obtuvieron riqueza fue por medio de un sentido de cooperación social más fuerte y mejor cultivado que los demás. Ganarse la vida trabajando a base de comprensión sobre el desarrollo de la agricultura, trajo alto grado de prosperidad no conocida por los serranos. Esos hombres que trabajaron duro y obtuvieron resultados de sus conocimientos por técnicas simples, nacidas de la interrelación con los mismos individuos, les proporcionaron estima entre su mismo medio y esto, aunado al beneficio material que conlleva, hizo surgir la clase alta. En Alajuela, en la sesión N. 98 Convocamos para fundar la primera escuela, por ser la instrucción pública el principal fundamento de la felicidad humana y prosperidad común. En la Sesión N. 99, entendidos todos estos honrados habitantes de la utilidad y ventajas que resultan del establecimiento de escuelas para la juventud, se levanta contribución para sostener la primer escuela. Y en la N. 100, don Rosario y su esposa doña María, sin tener abundancia de bienes de fortuna, no admitieron la compra que se les proponía; sino que, transportados en gozo por tan feliz proyecto, decidieron espontánea y gustosamente ceder el terreno ubicado en la mitad occidental del norte de la plaza "a condición de que sea siempre una escuela". (canción infantil) caracol col col que se lleva la corriente caracol col col que se lleva la corriente. Jugaban aquellos párvulos en los tiempos de recreo de la primera escuelita. Párvulos que cuando ancianos, decían a manera de chanza que era su pueblo "la capital del mundo y sus alrededores", y los hijos de sus hijos, cuando jóvenes, entraron en la moda ferviente de los jóvenes de todo el país: darse de moquetes con los lugareños circunvecinos, o con los hijos de Ñor Enrique -los alfeñiques- o con los hijos de Ñor Roque -los alcornoques- o contra cualquier fuerero mientras los mayores trabajaban aquel breve paraíso. (canción infantil). "Rin ran rin ran los maderos de San Juan aserrín aserrán, piden pan y no les dan, piden queso les dan hueso. Los de Enrique: alfeñiques los de Roque: alcornoques". Casi e todo el país los jóvenes de las muchas familias prósperas participaron en el entretenimiento. Y sirvió. Al tener noticia de que bien armados aventureros usurparían el terruño entonces, cargaron ballonetas y practicaron envites y paradas: - ¸Mirá, es fácil... echás en el fusíl Media onza de pólvora luego echás un taco y apretás bien fuerte para meter la bala y luego le apretás el otro taco; le hechás pólvora a la cazoleta y pedernal en el martillo rastrillas y ahí está la chispa... ¡ Dispará ! porque estamos en el tiempo del fusil de chispa. Las loras y yigüirros salieron despavoridos y las chicharras dejaron de cantar un rato -o a lo mejor lo que pasó fue que las dejamos de oir por el estruendo- pero lo cierto del caso es que, en aquel mes de marzo de 1856 las madres despedían a sus hijos llorando, así también las esposas a sus esposos y las amantes, novias y amigos; a sus seres queridos. - Pero nosotros íbamos seguros de vencer porque los bandoleros se nos habían metido ya hasta la Hacienda Santa Rosa. Hicimos entonces una descarga y a bayoneta calada saltamos de los corrales de piedra a la casona y vimos entonces cómo huían los machos cobardes... Y los seguimos... Tenían a la Nicaragua desangrada y si no haciamos nosotros lo propio la sangre que seguiría corriendo sería la nuestra, y la de ellas, y la de nuestros ancianos y la de nuestros chiquillos que llorando se habían quedado allá en casa. Por eso fue que seguimos tras esas hienas; porque no eran hombres, porque no eran humanos, eran hienas... Y enllegándonos a Rivas nos pareció todo muy quedo y al percatarnos caímos en la cuenta de que estábamos en furor de la batalla porque los malditos nos hicieron el ataque por sorpresa; fue como estar en el ojo de un huracán de fuego, que retumbaba en los oídos y que nos hizo oler nuestra propia sangre, sin disparar siquiera una bala de nuestos fusiles. ¡ Claro que estábamos confundidos! Nunca habíamos visto a la muerte encima de nosotros como hienas; pero por instinto, nos fuimos parapetando y llámandonos unos a los otros, ante el fragor inmenso de las metrallas que el enemigo ardía sobre nosotros... volvimos a recordar porqué estábamos ahí y a lo que habíamos venido. Entonces, el enemigo nos sintió en el contraataque... Al principio no se percataron de que fuimos ganando posiciones ventajosas aún mas allá del Mesón de Guerra, aquel que el jovenzuelo Juan Santamaría incendiara y, poco a poco, con la fuerza de la sangre y de la pólvora los machos-yanquis fueron cayendo y nuestra furia hizo huir a los que no matamos. Victoriosos y agotados nos atacó la peste. No volvimos todos a casa, pero a todos, a quienes volvieron y a los que no lo hicieron seguimos honrando su memoria por todo cuanto nos defendieron. Mucha de la riqueza acumulada durante esos momentos de crecimiento, fue invertida por la clase alta, en el progreso material de todos y rompió a su vez, el característico aislamiento, pues la prosperidad permitió viajar y cursar estudios en otras latitudes y, para los de menores recursos, se estableció una educación mediana universal impartida en el colegio de las palomas y en el liceo de los pichones Estas y otras prácticas nos dio una nación ejemplar. Señoritas y liceístas reían, gritaban, alborozaban o simulaban ligero cambio en la faz, a causa del rubor, al escuchar el BOM BOM BOM de los músicos, que tocaban en las cuatro esquinas de la Plaza principal de la capital, llamando a los vecinos para la retreta dominical. Ese Bom Bom Bom se oía por el este hasta la cuesta de los Moras -la parte más alta del poblado en donde había un balneario, luego un cuartel que al abolirse el ejército vino a ser Museo Nacional- BOM BOM BOM por el Oeste hasta la calle del llano de La Sabana. Por el norte hasta el río, en donde, en la misma Boca del Monte el río ofrecía un paso de angosto llamado el Paso de la Vaca; y por el sur se oía ese bom bom bom bom hasta más allá de los lavaderos públicos, en donde estaba el Paso Ancho. Se escuchaba bien porque era un caserío sin ruidos; casa de adobe con buenos cimientos de piedra, cuyos poblanos aseguraban que durarían mil años. en los corredores de las casas canastas de zuncho con begonias, petunias, sanrajeles, violetas o jazmines. En el interior de las viviendas un fogón de piedra, horno grande para dorar el pan, cazuelas de Barva y ollas tejareñas (de El Tejar, Cartago). Los perros echados en las calles debían suspender la pereza sólo allfa una vez perdida, para dar paso a algún carruaje de los modelos Tílbure o Berlina. En estos tílbures, berlinas o diligencias tiradas por caballos, se pegaban los bandos o comunicados del gobierno, así como en las esquinas importantes de la población. Otros comunicados eran a manera de estandarte, que portaba un guarda seguido de un tambor y cornetas que se detenían en cada esquina de la población. Tocaban sus instrumentos y mostraban la enseña; luego un hombre, en voz alta, leía para que se enteraran también los que no sabían leer: Farí fafá BOM BOM BOM BOM "Se comunica a todos los vecinos que para colaborar con la sanidad, el Municipio pagará a centavo cada rabo de rata que sea presentado ante esta comuna". De ahí vendría un decir popular aplicado a los que despedían del trabajo: "No valés un centavo pues te cortaron el rabo". Los rosarios eran la moda para las citas de amor, los martes para la limosna y los domingos para atender al novio. Las viudas debían de permanecer tres años tristes y lo demostraban viviendo con las ventanas y puertas cerradas, velos negros sobre los espejos, camas y taburetes; en las cortinas luengos lazos también negros, amén de que no podían reír ni hacer visitas sociales, salvo a la Iglesia. Hombres a la derecha, mujeres a la izquierda, daban y daban vueltas alrededor de la plaza. Las bancas eran para los muy respetables, un pueblerino ni por broma se podía sentar ahí cuando los músicos tocaban con penachos rojos sobre sus cabezas, a excepción del director (con penacho blanco) y todos con su uniforme azul con rayas rojas. En esa misma plaza, pero nunca en domingo, si un hombre cometía una falta se le daba de palos. En domingo se lucían trajes de crinolina, peinados de "atado" y redecillas, camisola de gola ancha, enaguas largas de dos o tres colores bordadas de encaje y los velos caracterizaban a damas de buena posición social. Se bailaban cuadrillas, chotís, valses rápidos y lentos, bambucos, pasillos, pasacalles y joropos al son de quijongos, violines vihuelas. El Teatro Municipal no tenía sillas, la gente acomodada traía a sus criados para que portaran la silla. este Teatro se cayó en un temblor, y el nuevo, al que llamaron Nacional, de arquitectura clásica renacentista y colmado de obras de arte, se convirtió entonces en el rascacielos de la ciudad. En la construcción de este Teatro, nacido del rabajo de los picapedreros, una gran rampa daba inicio en la Plaza Principal (hoy Parque Central de San José) situada a unos doscientos metros. Sobre la rampa subían, tiradas por bueyes, carretas cargadas con grandes piedras y mármol; delante de cada carreta un boyero y atrás un peón poniendo calzas o cuñas en las ruedas. El alumbrado público era de faroles a las cinco de la tarde y luego tocaban un pito cada quince minutos. "Ave María Purísima sin pecado concebido son las diez, son las diez. Ave María Purísima son las diez y quince son las diez y quince". Algunos vecinos colgaban letreros en sus puertas: "Sereno por favor despiérteme a las tres". Entonces el sereno al pasar por esa calle decía en tono amable y fuerte: "Vecinoooo, son las tres de la mañana son las tres de la mañana Ave María Purísimaaaa". Del libro Tipilambi de Eric Díazserrano |