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Cartas Literarias
El sol, para mí siempe oculto tras las nubes
y una vez, de niño tuve un sueño
en que el cielo era azul, similar a la leyenda
en la que un lobo se traga el sol mientras
los humanos destruyen el mundo
y los dioses duermen... y soñé que
iría a despertarlos muy lejos;
más alla de nuestros mares, y que,
más allá de nuestro océano hay una tierra,
y creo que es la misma que la leyenda dice
que se llama Luxbrasil. Luego, ya más
joven, volví a soñar que en esa tierra
encontraría un cuerno resonante
que debería soplar y hacerlo sonar
tres veces... La primera nota me llevaría
a Asgar y la segunda nota despertaría
a los dioses... al soplar el cuerno
por tercera vez, la tercera nota
me traería de nuevo a casa.
Entonces, y después de mucho pensar,
no tuve miedo en aventurarme
en cruzar el puente helado del arco iris
y enrumbarme para llegar hasta Asgar
en el mismo umbral de los dioses.
Así, cuando dije esto a mi abuelo
y a mi padre y a todos los vikingos
que quisieron acompañarme,
empezamos a construir nuestra nave...
navegaríamos hacia el oeste;
primero, lograríamos ver por primera vez
el sol, para nosotros siempre oculto tras
las nubes. Los herreros hicieron
sus trabajos, ellas, las mujeres, hicieron
nuestras velas y todos, unidos en un sólo
bando, talamos árboles y les trajimos
para conformar nuestra barca vikinga.
Y el día de zarpar llegó. Nos despedimos
de nuestras mujeres, de nuestros abuelos,
de nuestras madres, de nuestros niños
y niñas... de todos quienes nos dieron
consejo y aprobación de tan magna
aventura, de tan magna esperanza;
despertaríamos a los dioses, ya no habrían,
nunca más, guerras ni llantos, tristezas
o miedos, seríamos felices, todos...
para siempre. Sabíamos bien que
tendríamos que llegar al borde mismo
del mundo y no dejar que nos atrapara
en su caída inmensurable que nos quitaría
la vida sin volver a casa, sin volver a ver
a nuestro amado pueblo, nuestros hogares,
nuestras casas, a este lugar en donde
nunca hemos visto el sol radiante.
Entonces dije: a remar, rememos...
y, remando, dejamos atrás cuanto era,
sabiendo que lo que hoy era, ya jamás
sería porque, al volver, nuestro mundo
sería otro, pletórico de felicidades
habiendo despertado a los dioses.
Poco a poco fuimos avanzando
y cada vez remábamos más y más
hasta que nos vimos envueltos
en una profunda neblina que nos llevó
a las mismas puertas del nuevo mundo
por sobre el helado puente del arco iris
a donde nadie había llegado jamás.
Y, entre la neblina que se fue disipando
vimos un tenue sol brillando
al occidente y, cada vez, se nos hizo
más brillante el día... así llegamos
a Luxbrasil donde todo fue radiante.
Entonces encontramos amigos y...
muchas amigas, muchas... muchas.
Guarden sus espadas dijeron porque
hay una maldición que pesa sobre Luxbrasil;
es una maldición que los dioses impusieron
diciendo: aquí no puede derramarse sangre,
ni siquiera una pequeñísima gota de sangre
porque, si cayera la más mínima
gota de sangre sobre Luxbrasil, Luxbrasil
se hundiría por siempre bajo las olas del mar.
Así llegamos a un país libre, sin guerras,
sin odios, rencores ni egoísmos.
Somos cordiales nos dijeron en coro
todas ellas y todos ellos. Incluso,
nos cantaron sus más bellas canciones.
Ahí la conocí a ella, y ella, de la nada
hizo aparecer el cuerno resonante,
y juntos, nos prometimos que nada
podría ya separarnos, viviríamos
juntos por siempre, compañeros
de aventuras, unidos a partir
de la primera nota que ella hizo sonar
en el cuerno resonante... Así dejamos
muy atrás Luxbrasil y nos lanzamos
navegando en nuestra barca vikinga
más allá del borde mismo del mundo;
donde nos envolvió el manto de una noche
sin estrellas... aquella era una noche
de muy profundas tiniebles y, de pronto,
sentimos que estábamos sobre nada;
como si nuestra barca vikinga volara
de manera despaciosa y contínua...
Fue cuando todos sentimos que
estábamos cerca, muy cerca de Asgar,
rosábamos el umbral donde habitan los dioses.
Y vimos, en caída lenta e inmensurable
que unos dioses dormían en Asgar
mientras otros dioses se divertían
sin importarles, en absoluto, las vidas
de los humanos, ni sus guerras,
ni llantos, ni sus tristezas y temores;
que estábamos solos y desamparados
en esta caída libre sin saber a donde
llegaríamos o que sucedería de nosotros.
Hasta que la barca vikinga, nuestra
barca vikinga, con todos nosotros
dentro, se depositó en un fondo
de resplandores en múltiples
gamas de colores y acordes musicales
tenues, muy tenues...
Entonces ella volvío a soplar
el cuerno resonante y esa segunda
nota, despertaron los dioses que aún
dormían y, de inmediato, esos dioses
se sumaron a los dioses que se divertían,
y todos juntos se divertían aún más
y los vimos reirse sin oir sus risas
y fuimos otra vez testigos que en nada
les importaban las vidas de los humanos,
ni sus llantos, tristezas y temores;
que eran incapaces de darnos felicidad.
Entonces ella sopló el cuerno resonante
y en esa tercera nota, todos volvimos
a casa... y en nuestro pueblo todos nos
recibieron felices y contentos de vernos
vivos y sonrientes. Entonces les contamos
que el mundo no tenía borde;
que habíamos llegado a un mundo
nuevo y que habíamos caído
en una inmensa catarata que los naturales
de ese nuevo mundo llaman Niágara
que en su lengua significa "trueno de agua".
Ella susurró en mi oído y me dijo: Erik,
ahora soy vikinga y me llamo Niágara.
Entonces ella, señaló al cielo y dijo:
en adelante, en esta tierra vikinga,
veremos el sol en cada mañana,
todos los días y juntos veremos
los atardeceres, pero solamente
en los seis meses del verano;
en invierno lo pasaremos en casa
juntos, muy juntos en nuestro hogar.
Sí le dije, no más aventuras,
trabajaremos la tierra para lograr
nuestro sustento, en nuestro pueblo
vikingo y saldremos a pescar al mar...
tal vez en unos quinientos años
otros navegantes lleguen al Niágara.
Mi Niágara está aquí, conmigo.
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